Valérie Dupont
El sonido de la copa de Chantal al rozar la mesa resonó como un disparo en mis oídos. La mirada que me lanzó tenía la intensidad de un bisturí, diseccionándome como tantas veces antes.
—Por supuesto, querida hermana. ¿Por qué no tomamos una copa juntas? Siempre es agradable charlar contigo.
Su tono era dulce, cargado de cortesía, pero sus ojos reflejaban otra cosa: control, cálculo, un peligro latente que siempre había sabido disfrazar. Sentí que todo mi cuerpo se tensaba, pero no podía permitirme mostrarlo. Chantal no necesitaba saber cuánto me afectaba estar frente a ella.
Tomé asiento frente a ella, manteniendo mi expresión lo más neutra posible. Cada movimiento suyo parecía un paso en un baile que yo conocía demasiado bien: primero la sonrisa, luego las palabras medidas y, finalmente, el golpe letal.
—Qué coincidencia verte aquí, Valérie. ¿Qué te trae al Clarendon?
Su pregunta era inocente solo en apariencia. Cada sílaba estaba cargada de una intención que intentaba descifrar. Tomé aire, buscando el control que tanto necesitaba.
—Sabía que estarías aquí. Necesitaba verte.
Chantal arqueó una ceja, como si mi franqueza le divirtiera.
—¿A mí? Qué halago. Aunque admito que me sorprende que quieras hablar después de tanto tiempo evitándome.
Sonreí, aunque mi mandíbula estaba tensa.
—El tiempo no cambia lo esencial, Chantal. Sé lo que estás haciendo, y no voy a permitirlo.
Por un instante, su sonrisa vaciló, pero rápidamente volvió a su lugar, tan perfecta y fría como siempre.
—¿Y qué crees que estoy haciendo, hermanita? —preguntó, inclinándose hacia adelante con los codos apoyados en la mesa.
—Jugar con las vidas de los demás. Manipular. Destruir. Lo mismo de siempre —respondí, sin permitir que mi voz temblara.
La risa de Chantal fue baja, casi musical, pero su filo cortante no pasó desapercibido.
—Siempre tan dramática. ¿No has considerado que quizá estoy aquí simplemente disfrutando de Londres?
Me incliné hacia adelante, mis ojos fijos en los suyos.
—Entonces explícame por qué estabas hablando de Alexandre hace un momento.
El brillo en sus ojos cambió. Fue rápido, pero lo noté: una chispa de sorpresa, tal vez incluso de alarma. Luego, volvió a su compostura habitual, como si nada hubiera pasado.
—Alexandre es un hombre interesante —dijo, con una sonrisa suave—. Pero no entiendo por qué te preocupa tanto.
—Porque no voy a dejar que lo destruyas como has intentado destruir a otros.
Chantal dejó escapar un suspiro exagerado, como si mi acusación fuera una molestia menor.
—Oh, Valérie, siempre tan protectora. Pero dime, ¿realmente crees que puedes detenerme?
La amenaza en sus palabras era apenas velada. Su tono, tan controlado, me hizo sentir como si una red invisible se cerrara a mi alrededor.
—Esta vez sí —dije con firmeza, a pesar de que mi corazón latía con fuerza.
Ella me estudió en silencio, su sonrisa desvaneciéndose lentamente. Por primera vez, sentí que estaba realmente interesada en lo que iba a decir.
—Siempre subestimaste lo lejos que estoy dispuesta a llegar, Chantal. Pero ahora estás jugando con fuego, y te quemarás.
Chantal se recostó en su silla, dejando la copa de champán en la mesa. Su expresión era un lienzo vacío, imposible de leer.
—Eres valiente, te lo concedo. Aunque también algo ingenua. Créeme, Valérie, este juego ya está decidido, y no es a tu favor.
Me levanté lentamente, mi cuerpo entero temblando por la tensión.
—Todavía no has visto lo que soy capaz de hacer.
Sin esperar su respuesta, me di la vuelta y caminé hacia la salida. Podía sentir su mirada perforándome la espalda, pero no me detuve. El aire fresco de la calle me golpeó como una bofetada, recordándome que todavía estaba en pie, que había dado un paso más en este juego peligroso.
Saqué mi teléfono y escribí rápidamente a Alexandre:
"La vi. Tiene un plan. Hablaremos en casa."
Mientras enviaba el mensaje, un coche negro estacionado al otro lado de la calle llamó mi atención. Las ventanas tintadas no dejaban ver quién estaba dentro, pero el motor seguía encendido. Sentí un escalofrío. Quizás eran solo paranoias... o tal vez, el juego de Chantal ya había comenzado.
Caminé hacia casa con una mezcla de miedo y determinación, sintiendo que la batalla apenas empezaba.
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