Alexandre Moreau
El mensaje de Valérie llegó mientras me preparaba un café.
"La vi. Tiene un plan. Hablaremos en casa."
Mis manos temblaron al leerlo, la tensión subiendo por mi espalda como un rayo helado. Me quedé mirando la pantalla, intentando no perderme en el torrente de pensamientos que me arrastraba hacia lo peor.
Chantal. Siempre Chantal.
Era como una sombra que se alargaba, que cubría todo lo que intentaba construir. Habían pasado años desde que la enfrenté por última vez, pero nunca hubo un cierre, nunca un momento en el que pudiera sentirme verdaderamente libre de ella. Y ahora estaba aquí, en Londres, arrastrándonos a Valérie y a mí hacia el centro de su red.
Apoyé las manos sobre el borde de la mesa, respirando profundamente mientras intentaba controlar el caos que brotaba dentro de mí. No podía perder la cabeza. No ahora. Pero la imagen de Chantal, con esa mirada suya, mezcla de intelecto y crueldad, se clavaba en mi mente como un anzuelo.
Recordé su voz, ese tono suave que usaba para envolverte antes de hundir el cuchillo. Y lo peor era que lo hacía con una sonrisa, como si todo fuera parte de un juego en el que ella siempre ganaba.
—¿Crees que puedes ganarme, Alexandre? Nadie me desafía y sale ileso.
Había sonado casi divertido, como si mi resistencia fuera solo un pequeño tropiezo en su camino hacia la victoria. Pero yo la conocía demasiado bien. Su paciencia era un arma. Y ahora, con Valérie involucrada, su interés no era solo profesional. Era personal.
El sonido de la llave girando en la cerradura me sacó de mis pensamientos. Me giré justo a tiempo para verla entrar. Valérie caminaba con pasos rápidos, decididos, pero había algo en sus ojos, una tensión que delataba lo difícil que había sido el encuentro.
—¿Estás bien? —pregunté, acercándome a ella sin dudarlo.
Ella dejó su bolso sobre la mesa y me miró con una mezcla de cansancio y determinación.
—La vi —dijo finalmente, y esas dos palabras fueron como un golpe en el pecho—. Está planeando algo, Alexandre. Está segura de que ya ganó.
Sentí cómo mi respiración se volvía pesada, el aire parecía no llenar mis pulmones. No tenía que decir más. Chantal no dejaba cabos sueltos, no actuaba sin saber que tenía la ventaja.
—¿Qué te dijo? —pregunté, tomando sus manos entre las mías, buscando en ella la fuerza que no sentía en mí mismo.
Valérie vaciló antes de responder, sus labios apretados como si las palabras quemaran al salir.
—No mucho, pero lo suficiente. Tiene algo contra ti, algo que cree que puede usar para aplastarte.
Me aparté ligeramente, soltando sus manos mientras la culpa me llenaba como una marea oscura.
—Por supuesto que tiene algo —murmuré, pasando una mano por mi cabello mientras trataba de ordenar mis pensamientos—. Lo planeó desde el principio, Valérie. Desde el momento en que decidí apartarme de ella, empezó a recolectar cada pequeño error, cada decisión que pudiera parecer cuestionable si se manipula de la manera correcta.
—Entonces dime qué es —dijo ella, su voz firme.
La miré, sintiendo el peso de sus palabras como si fueran un desafío. Valérie siempre había tenido esa calma que yo admiraba, esa capacidad de mantenerse en pie incluso cuando todo a su alrededor parecía desmoronarse. Pero esto no era solo mi lucha, y el hecho de que estuviera dispuesta a cargar conmigo este peso me aterraba más de lo que podía admitir.
—No puedo arriesgarte, Valérie. Esto no es tuyo. No quiero que te metas más de lo necesario.
Ella cruzó los brazos y me miró con esa mirada que sabía que significaba problemas para cualquier argumento que intentara ofrecerle.
—¿De verdad crees que puedes decidir eso por mí? —preguntó, su tono casi frío—. Alexandre, esto no se trata solo de ti. Chantal no va a detenerse contigo. Si no la enfrentamos ahora, irá más lejos.
Mi mandíbula se tensó. Lo sabía. Lo había sabido desde el momento en que vi cómo Chantal destruía a otros sin pestañear. Pero Valérie… Valérie no debería estar aquí.
—Ella es peligrosa —dije finalmente, dejando que la verdad llenara el espacio entre nosotros—. Mucho más de lo que crees.
—Y por eso no pienso dejarte solo en esto.
Su respuesta fue inmediata, sin dudarlo. Quise protestar, quise decirle que se mantuviera lejos, pero algo en su mirada me detuvo. Era como si hubiera decidido que esto era tanto su lucha como la mía.
—Está bien —dije finalmente, aunque sentía que mi corazón se hundía con esas palabras—. Pero tienes que prometerme algo. Si las cosas se ponen mal, si en algún momento todo se complica demasiado, quiero que te alejes.
Ella negó con la cabeza, acercándose para tomar mi rostro entre sus manos.
—No voy a prometerte eso, Alexandre. Porque no pienso dejarte.
Sus palabras eran un ancla, un recordatorio de por qué luchaba, pero también un peso que hacía todo mucho más real.
—Entonces necesitamos un plan —dije, intentando recuperar el control.
Valérie asintió, y pude ver en su expresión que ella ya tenía algo en mente. Pero yo no podía simplemente dejar que cargara con todo. Me senté frente a ella y comencé a hablar, dejando salir los secretos que había mantenido encerrados durante tanto tiempo.
—Chantal tiene cuentas, conexiones que pueden parecer comprometedoras si no se explican. Algunos movimientos financieros que usé para proteger un proyecto en Italia… Ella los tergiversará. Los hará parecer sucios.
Valérie me escuchó en silencio, sin juzgarme, sin apartar la mirada. Esa paciencia suya, esa calma, era lo único que evitaba que me derrumbara en ese momento.
Cuando terminé, ella tomó mi mano.
—Entonces atacaremos primero.
La fuerza en sus palabras me hizo recordar algo que había olvidado: que juntos éramos más fuertes de lo que Chantal creía.
Esa noche, mientras trazábamos nuestro plan, sentí algo que no había sentido en años: esperanza. Pero también sabía que esto era solo el principio, y que la tormenta estaba a punto de desatarse.