Alexandre Moreau
Después de la reunión con Juliette, el frío de la noche londinense parecía calar más hondo que de costumbre. El camino de regreso estuvo lleno de conversaciones entre Sophie y Marc, ambos inmersos en un extraño baile de discusiones ágiles y comentarios burlones que parecían mantener un ritmo propio. Valérie caminaba junto a mí, en silencio, pero su presencia era como una ancla que me mantenía firme en medio de la tormenta.
Llegamos al apartamento sin demasiadas palabras. Sophie y Marc se acomodaron en la sala, dejando a Valérie y a mí en la cocina mientras buscábamos algo para beber. La luz tenue de la lámpara iluminaba su rostro, realzando la mezcla de cansancio y determinación que siempre encontraba en sus ojos cuando las cosas se complicaban.
—¿Crees que hicimos lo correcto hablando con Juliette? —preguntó Valérie, apoyándose en la barra de la cocina.
Su tono no era de reproche, sino de genuina preocupación. Me tomé un momento para responder, buscando las palabras adecuadas.
—No estoy seguro —admití, dejando la taza que había tomado—. Pero no podemos enfrentarnos a Chantal sin aliados, incluso si esos aliados son… riesgosos.
Ella asintió, pero su mirada no dejó la mía. Había algo más que quería decir, algo que parecía luchar por encontrar la salida.
—Valérie, no tienes que cargar con esto sola —le dije, dando un paso hacia ella—. Estamos en esto juntos.
—Lo sé, pero no puedo evitar pensar que si algo sale mal, todo esto… —hizo una pausa, buscando las palabras—. No quiero que te pase nada.
Su voz era apenas un susurro, pero el peso de sus palabras me golpeó con fuerza.
—Nada me pasará, lo prometo —dije, acercándome lo suficiente como para tomar su mano.
El contacto era simple, pero en el silencio que siguió, sentí que todo lo demás desaparecía. Valérie me miró, y en ese momento, sus muros habituales parecían desmoronarse. Sin pensarlo demasiado, acerqué mi rostro al suyo.
El beso fue suave al principio, una mezcla de duda y necesidad contenida, pero pronto se volvió más intenso. Sus manos se aferraron a mi camisa, mientras las mías rodeaban su cintura, como si el mundo pudiera desmoronarse alrededor y no importara.
Cuando nos separamos, ambos respirábamos con fuerza, pero ni uno de los dos dijo nada. No hacía falta. Su frente tocó la mía, y por un breve instante, no hubo Chantal, ni Juliette, ni conspiraciones. Solo estábamos ella y yo.
—Gracias —susurró, con una leve sonrisa.
No respondí. Solo me quedé ahí, sosteniéndola, mientras el ruido lejano de Sophie y Marc en la sala nos recordaba que no estábamos solos.
Marc Lefèvre
—Entonces, Sophie —dije, dejándome caer en el sofá mientras ella desplegaba sus papeles sobre la mesa de centro—, ¿qué sigue? ¿Hackear el sistema de seguridad de Chantal? ¿O quizás colarnos en una bóveda de banco?
Ella me lanzó una mirada que estaba a medio camino entre el exasperado y el divertido.
—Lo que sigue es analizar lo que Juliette nos dio y buscar las fallas en la red de Chantal. Nada de películas de acción, Marc.
—¿Y si nos disfrazamos de agentes secretos? Podría funcionar —insistí, cruzándome de brazos con fingida seriedad.
—Si alguien se disfraza, no serás tú —respondió Sophie, con un destello de humor en los ojos.
Me reí, contento de haber arrancado al menos una sonrisa. Sophie tenía una manera de mantenerse tan concentrada que a veces olvidaba que era humana.
Mientras ella revisaba los documentos, decidí sentarme más cerca.
—¿Siempre eres así de seria? —le pregunté, apoyando el brazo en el respaldo del sofá.
—Solo cuando estoy trabajando —respondió sin levantar la vista de su portátil.
—Entonces debería distraerte más seguido —dije, inclinándome hacia adelante.
Sophie finalmente levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los míos.
—Marc, ¿siempre coqueteas así de descaradamente?
—Solo cuando funciona.
Ella rodó los ojos, pero el leve rubor en sus mejillas me hizo sonreír. Por mucho que intentara ocultarlo, Sophie no era inmune a mi encanto.
—Si ya terminaste con tus bromas, podrías ayudarme con esto —dijo, empujando un par de documentos hacia mí.
—A tus órdenes, jefa —respondí, recogiendo los papeles.
Mientras trabajábamos, no pude evitar sentir una extraña conexión con ella. Sophie no era como las demás personas que conocía; había algo en su seriedad, en su determinación, que me resultaba fascinante. Y aunque ella intentaba mantener las cosas profesionales, yo no estaba dispuesto a rendirme tan fácilmente.
—Oye, Sophie —dije después de un rato, bajando un poco la voz—. ¿Qué haces cuando no estás salvando el mundo con tus análisis?
Ella me miró, sorprendida por la pregunta.
—No lo sé… Leo, cocino, veo películas —respondió con un leve encogimiento de hombros.
—¿Películas? ¿Románticas o de acción?
—Depende del día. ¿Y tú?
Sonreí, contento de que finalmente estuviera participando en la conversación.
—Acción, siempre. Aunque no le digo que no a una buena comedia.
Sophie negó con la cabeza, pero su sonrisa era sincera.
—Eres algo más, Marc.
—Lo sé —respondí, guiñándole un ojo.
El ambiente entre nosotros se relajó, y por primera vez desde que esto comenzó, sentí que había algo más que tensión en el aire. Sophie era inteligente, segura de sí misma, y quizás un poco difícil de descifrar, pero eso solo hacía que quisiera conocerla más.
Alexandre Moreau
Cuando Valérie y yo volvimos a la sala, la dinámica entre Sophie y Marc era distinta. Había algo en la manera en que se miraban, en las sonrisas que compartían, que me hizo arquear una ceja.
—¿Todo bien aquí? —pregunté, rompiendo el momento.
—Perfecto —respondió Marc, con su típica sonrisa despreocupada—. Sophie y yo estamos resolviendo el mundo un paso a la vez.