El apartamento estaba lleno de tensión. No del tipo que surge de una discusión, sino de esa electricidad que se siente cuando algo importante está a punto de suceder. Sophie y Marc discutían en la sala sobre los próximos pasos. Marc, como siempre, hacía comentarios innecesarios y bromas que Sophie respondía con una mezcla de sarcasmo y paciencia. Valérie estaba sentada a mi lado, su postura rígida mientras revisaba uno de los diagramas de Sophie.
—Esto tiene sentido, pero sigue faltando algo —dijo, señalando una conexión entre dos nombres en el mapa.
Intenté concentrarme en lo que decía, pero mi atención estaba dividida. La forma en que Valérie movía la cabeza mientras hablaba, el leve fruncir de sus labios cuando algo no cuadraba… era una distracción que no podía ignorar. La relación con su hermana gemela, Chantal, complicaba todo, pero también le daba una perspectiva única. Nadie entendía a Chantal como ella, y esa era nuestra mayor ventaja.
Valérie me miró, sus ojos buscando una respuesta que no tenía.
—¿Qué opinas? —preguntó, exasperada.
—Creo que deberíamos revisar otra vez los datos de Juliette. Tal vez haya algo que pasamos por alto.
Ella suspiró, dejando caer el bolígrafo en la mesa.
—Esto está volviéndose frustrante.
La forma en que se frotó las sienes, intentando calmarse, fue la chispa que me hizo actuar.
—Vamos a la cocina. Necesitamos un descanso —dije, poniéndome de pie.
Valérie me miró, algo confundida, pero finalmente asintió.
En la cocina, la tensión se volvió casi tangible. Mientras Valérie buscaba algo en los armarios, yo me quedé apoyado contra la encimera, observándola en silencio. Su cabello recogido en un moño desordenado, la camisa que se ajustaba perfectamente a su figura… todo en ella parecía diseñado para desarmarme.
—¿Qué estás mirando? —preguntó, girándose hacia mí con una ceja levantada.
No respondí. En lugar de eso, crucé la distancia entre nosotros en dos pasos. Mis manos encontraron su cintura, y antes de que pudiera protestar, la besé.
El primer contacto fue suave, como si ambos estuviéramos probando los límites, pero pronto la necesidad tomó el control. Valérie respondió con una intensidad que me sorprendió, sus manos subiendo hasta mi cuello mientras yo la atraía más cerca.
—Alexandre… —murmuró contra mis labios, pero no se apartó.
Mis manos se deslizaron hacia sus caderas, levantándola para sentarla sobre la encimera. El sonido de los papeles cayendo al suelo fue un eco lejano mientras mi atención se centraba completamente en ella.
La respiración de Valérie se aceleró, sus piernas rodeando mi cintura mientras mi boca se movía de sus labios a su cuello, explorando cada centímetro de su piel. Mis manos recorrían sus muslos, deslizando lentamente la tela de su falda hacia arriba, exponiendo la piel suave que mis dedos deseaban tocar desde hacía días.
—Alexandre… —dijo nuevamente, esta vez con un tono que no era una advertencia, sino una invitación.
No había más límites. Mi mano subió por el interior de su muslo, encontrando la curva de su cadera mientras ella arqueaba la espalda, empujándose más contra mí. La forma en que su cuerpo respondía al mío era embriagadora, y cada movimiento suyo me hacía perder el control un poco más.
Mis labios volvieron a los suyos, hambrientos, mientras mis dedos recorrían los bordes de su ropa interior, sintiendo cómo su piel se estremecía bajo mi toque. Ella me miró a los ojos, sus pupilas dilatadas, y en ese momento no existía nada más.
—Quítamela —ordenó, su voz baja pero firme.
No necesitaba que me lo repitiera. Con movimientos precisos, deslicé la tela de sus piernas, dejándola expuesta frente a mí. Valérie no parecía avergonzada; al contrario, su mirada era un desafío, como si supiera exactamente el efecto que tenía sobre mí.
Mis manos se deslizaron hacia su centro, y el leve jadeo que escapó de sus labios fue suficiente para hacerme olvidar todo lo demás. Me incliné hacia ella, dejando que mis labios siguieran el camino de mis manos, explorando cada rincón de su cuerpo mientras sus dedos se aferraban a mi cabello.
El sonido de sus gemidos llenaba la cocina, una melodía que me llevaba al borde de la locura. Su cuerpo se movía contra el mío, desesperado, como si la urgencia que sentía fuera mutua.
Cuando finalmente me desabroché el cinturón, sus manos se adelantaron, tomando el control con una confianza que me dejó sin aliento. Sus dedos deslizándose por mi piel, su sonrisa traviesa… era todo lo que había soñado y más.
—Eres increíble —murmuré, mi voz apenas un susurro mientras ella me atraía hacia sí.
El calor de su cuerpo envolvió el mío, y por un momento, el mundo desapareció. Cada movimiento suyo, cada sonido, cada roce de su piel contra la mía era una experiencia que no podía comparar con nada más. Valérie era intensidad pura, una fuerza que me consumía por completo.
Estábamos tan inmersos en nuestro propio mundo que no escuchamos los pasos acercándose hasta que fue demasiado tarde.
—¡Eh! ¡Creo que la mesa tiene otros usos! —La voz de Marc resonó en la cocina, acompañado de una risa que rompió el momento como un cristal cayendo al suelo.
Valérie se separó de mí rápidamente, su rostro rojo mientras intentaba arreglar su ropa. Yo hice lo mismo, intentando recomponerme mientras Marc se apoyaba en el marco de la puerta con una sonrisa de satisfacción.
—¿Sabes? Me preguntaba por qué estaban tan callados. Ahora lo entiendo.
—¿Qué haces aquí, Marc? —gruñí, todavía intentando abrocharme el cinturón.
—Oh, nada. Sophie y yo solo estábamos preocupados de que los hubieran secuestrado —dijo, levantando las manos en señal de inocencia—. Pero claramente están… ocupados.
—Fuera, Marc —dije, señalando la puerta.
Él rió mientras retrocedía, pero no sin antes añadir:
—Oigan, la próxima vez, cierren la puerta. Es un consejo de amigo.