Alexandre Moreau
El eco de las palabras de Juliette seguía resonando en mi mente mientras caminábamos hacia el edificio donde Chantal había convocado su reunión. El aire frío de Londres se sentía como una advertencia, y aunque Valérie estaba a mi lado, el peso del momento era ineludible. Sabíamos que lo que estábamos a punto de enfrentar cambiaría todo, para bien o para mal.
Sophie y Marc iban detrás de nosotros, sus voces un murmullo constante. Marc intentaba aligerar el ambiente con sus comentarios, mientras Sophie, fiel a su estilo, respondía con un sarcasmo afilado. Era su dinámica habitual, pero incluso ellos parecían más tensos de lo normal.
Cuando llegamos al edificio, el lugar parecía inofensivo desde fuera, pero sabía que en su interior se ocultaba el epicentro de la red que Chantal había construido. Según Juliette, esta reunión era clave para sellar su próxima jugada, y si no la deteníamos ahora, sería demasiado tarde.
Valérie caminaba en silencio a mi lado. Su rostro era una máscara de determinación, pero conocía bien esa mirada. Sabía que dentro de ella libraba una batalla. No podía ser fácil para ella enfrentarse a su hermana gemela, alguien que había compartido su vida desde el principio, aunque ahora fueran enemigas.
Dentro del edificio, el lujo era evidente. Mármol en el suelo, lámparas de cristal, arte moderno colgado en las paredes. No parecía el lugar donde se discutieran crímenes financieros, pero ese era el propósito de lugares como este: ocultar la verdad detrás de una fachada impecable.
Sophie accedió al sistema de seguridad desde su portátil, desactivando las cámaras durante unos minutos para que pudiéramos movernos sin ser detectados. Marc y yo nos adelantamos, dejando a Valérie y Sophie en la entrada para vigilar.
Cuando llegamos a la puerta de la sala de reuniones, pude escuchar las voces de Chantal y sus socios. Eran tres hombres, hablando en un tono bajo pero firme. Chantal, como siempre, parecía dominar la conversación, su voz tranquila pero con un filo que nadie osaba desafiar.
Empujé la puerta, y todas las miradas se dirigieron hacia nosotros. Chantal no pareció sorprendida; al contrario, su sonrisa era casi burlona.
—Alexandre —dijo, levantándose de su asiento—. Qué oportuno. Justo estábamos hablando de ti.
Los hombres que la acompañaban se tensaron al vernos, pero ella alzó una mano, deteniéndolos.
—No esperes una invitación formal —continuó—. Pero supongo que ya estás acostumbrado a irrumpir en lugares donde no eres bienvenido.
—No vine por cortesía, Chantal —respondí, manteniéndome firme—. Vine a terminar lo que empezaste.
Ella rió, un sonido frío y vacío que me recorrió la piel.
—¿Terminar lo que empecé? Alexandre, querido, creo que olvidaste quién comenzó este juego.
Su tono era tranquilo, pero había algo en su mirada que me ponía en alerta. Miró a los hombres a su alrededor y les indicó que salieran de la sala.
—Quiero un momento a solas con mi invitado y su… ¿amigo? —dijo, mirando a Marc.
Los hombres dudaron, pero finalmente se levantaron y salieron, cerrando la puerta detrás de ellos.
—¿Qué planeas, Chantal? —pregunté, dando un paso hacia ella.
—Nada que no haya planeado antes. Pero ya que estamos aquí, tal vez deberíamos hablar del pasado, ¿no crees?
La forma en que lo dijo me puso en guardia. Sabía que Chantal era experta en manipular, pero algo en su tono sugería que esta vez iba a jugar una carta que no esperaba.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, tratando de mantener la calma.
Chantal se cruzó de brazos, su sonrisa desapareciendo mientras me miraba fijamente.
—¿De verdad creías que todo esto era solo por negocios? Alexandre, tú siempre fuiste un obstáculo. Desde el principio.
—Eso ya lo sabía. Lo que no entiendo es por qué sigues insistiendo en este juego.
—Porque tú arruinaste todo. Mi padre, mi hermana y yo teníamos un plan perfecto, pero tú tenías que aparecer y complicarlo todo.
Sentí que el aire se volvía más pesado. Las palabras de Chantal eran como cuchillos, cada una cortando más profundamente que la anterior.
—¿Tu padre? ¿De qué hablas? —pregunté, aunque en el fondo ya temía la respuesta.
—¿Realmente crees que entraste en la empresa de mi familia por tu talento? No, Alexandre. Fuiste elegido. Mi padre vio en ti una oportunidad, alguien joven y ambicioso que podía ser utilizado.
Mi mente comenzó a conectar las piezas, pero antes de que pudiera decir algo, Chantal continuó.
—La empresa no era lo que parecía. Era una fachada, un mecanismo para lavar dinero. Mi padre había construido todo con precisión, y yo lo ayudaba a mantenerlo. Pero entonces llegaste tú, con tus ideas de expansión y transparencia.
—¿Entonces todo esto…? —comencé, pero mi voz se apagó.
—Todo esto fue porque queríamos deshacernos de ti —confesó Chantal, dando un paso hacia mí—. Pero no contábamos con que fueras tan obstinado.
El peso de sus palabras me golpeó como un tren. Durante años, había sospechado que algo no encajaba, pero nunca imaginé que todo estuviera tan calculado.
—Tu padre… ¿Valérie sabía esto? —pregunté, aunque no quería saber la respuesta.
Chantal rió nuevamente, esta vez con amargura.
—Valérie siempre fue la ingenua. Mi padre la mantenía alejada de los detalles, pero sabía lo suficiente. No la subestimes, Alexandre. Tiene más en común conmigo de lo que crees.
La puerta se abrió de repente, y Valérie apareció junto a Sophie. Sus ojos se encontraron con los de su hermana, y en ese momento, vi algo que nunca había visto antes: miedo.
—¿Es cierto? —preguntó Valérie, su voz temblando ligeramente.
Chantal sonrió, pero esta vez no era una sonrisa de burla, sino de triunfo.
—Por supuesto que es cierto. ¿Qué creías? ¿Que eras diferente? Papá nos enseñó a hacer lo necesario para sobrevivir. Tú solo fuiste demasiado débil para aceptarlo.