Chantal Dupont
El aire en la sala se sentía denso, como si el peso de las palabras que acabábamos de intercambiar colgara sobre todos nosotros. Valérie no era como yo, no tenía la misma fortaleza para aceptar lo que era necesario. Y eso era exactamente lo que me ponía en ventaja. Desde el principio, siempre fui la más calculadora, la que entendió cómo jugar en un mundo donde los lazos familiares no significaban nada si se trataba de supervivencia.
Miré a Valérie, quien ahora parecía más vulnerable que nunca. Su mirada vacilaba entre la rabia y el miedo, y sabía que aún no lo entendía por completo. Pero pronto lo haría. Yo no tenía paciencia para la incertidumbre; nunca la había tenido. Si algo iba a funcionar, debía ser rápido, directo y definitivo.
—Te voy a llevar a Italia, Valérie —dije, acercándome con lentitud, disfrutando del vacío que se formaba entre nosotros. Mi voz era suave, casi como una promesa, pero el filo de mi amenaza estaba ahí, latente. Valérie se tensó, pero no retrocedió. Sabía que las palabras aún no le habían alcanzado, que ella aún pensaba que podía resistirse.
—¿Por qué? —su voz salió con más valentía de lo que sentía, pero lo vi en su mirada. Sabía que no tenía opciones. Lo sabía y aún así preguntaba.
Sonreí, casi con ternura, pero no había nada amable en esa expresión.
—Porque no tienes elección, hermana —respondí con calma—. Lo harás, porque si no lo haces, haré que todo lo que tienes se derrumbe.
Mi mirada recorrió a Alexandre, que se había mantenido en silencio durante toda la conversación. Podía ver el conflicto en sus ojos, la duda. Pero también sabía que, como siempre, él se dejaría arrastrar por su sentido del deber. Sin embargo, esta vez no sería tan fácil. Esta vez, yo estaba un paso adelante.
Valérie, a pesar de la resistencia, no dijo nada más. Estaba comenzando a comprender. Mi plan había avanzado lo suficiente como para que ella no tuviera más opciones. Pero había algo más que debía asegurarse de entender. Necesitaba que supiera que nada de lo que había ocurrido entre nosotros era fortuito. Yo había preparado todo esto con precisión.
—Lo que vas a hacer, Valérie, es sencillo. Vas a venir conmigo a Italia. Y lo harás sin causar más problemas, o haré que lo que te queda se desintegre. —Mi tono se endureció, sin la suavidad que antes le había dado. Le estaba dando una última oportunidad. Un momento para tomar la decisión correcta.
Ella abrió la boca, pero no pudo articular una palabra. La situación la había superado, lo sabía. Había estado jugando a un juego que no comprendía del todo, y yo había sido la que lo controlaba todo este tiempo. Mi sonrisa se amplió mientras veía cómo la frustración y la impotencia se reflejaban en sus ojos.
Fue entonces cuando Alexandre, que había permanecido quieto hasta ese momento, dio un paso adelante. Lo vi moverse, pero no lo entendí de inmediato. Mi mente estaba concentrada en Valérie, en la victoria que estaba a punto de obtener, y no lo vi venir hasta que ya estaba sucediendo.
—Chantal, basta —dijo él, con su tono firme y autoritario, pero sus ojos estaban llenos de algo que nunca había mostrado conmigo: desesperación.
Me giré hacia él, incapaz de ocultar mi sorpresa ante su intervención. Alexandre no era de los que se interponían en mis planes. Era mi aliado, el hombre que había estado a mi lado todo este tiempo. Pero algo había cambiado. Algo se había roto.
—Alexandre —dije en voz baja, mis ojos fijos en los suyos—. No te pongas en mi camino. Sabes lo que tengo que hacer. Sabes lo que necesito para ganar.
Él me miró, su rostro tan grave como nunca lo había visto. Pero había algo más. Algo que me hizo entender lo que estaba a punto de hacer.
—No te llevarás a Valérie. —Su voz era tranquila, pero estaba llena de una resolución que me dejó helada.
Mi sonrisa se desvaneció de inmediato. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo se atrevía a desafiarme ahora? A lo largo de todo este tiempo, había manipulado a todos a mi alrededor, incluso a él. ¿Y ahora esto? ¿Su lealtad a Valérie lo estaba superando?
Me adelanté hacia él, tan cerca que podía sentir su respiración. Mis dedos rozaron su mejilla con una suavidad que contrastaba con la ira que sentía por dentro.
—No tienes nada que decir en esto, Alexandre —dije, mi voz casi un susurro, pero cortante—. Esta es la última vez que interfiere. Si quieres seguir siendo parte de esto, ven conmigo. Si no... entonces quédate aquí con ella.
Alexandre vaciló por un instante. Un momento tan corto que me hizo dudar de lo que veía. Pero luego, su decisión fue clara. Se alejó de Valérie y, con la mirada fija en mí, aceptó lo inevitable.
Valérie me miró, incrédula, mientras Alexandre se acercaba a mí. No había palabras entre nosotros, solo una distancia que se alargaba con cada paso que él daba. Finalmente, llegó hasta mí, y todo lo que tenía que hacer era mirarlo a los ojos.
—Te voy a llevar a Italia, Valérie. Ahora —dije, extendiendo la mano hacia ella, esperando que aceptara lo que ya no podía cambiar.
Pero antes de que pudiera reaccionar, Alexandre se interpuso. Su presencia bloqueaba cualquier intento de que Valérie tomara la decisión que yo esperaba. ¿Por qué? ¿Por qué se estaba sacrificando?
—No lo harás —dijo Alexandre, en un susurro firme que cortó la tensión en el aire.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Por qué estaba eligiendo esto ahora, después de todo lo que había pasado?
Me quedé en silencio, mi mente procesando su decisión. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, hice un movimiento. Su elección había sido clara. Me lo había mostrado.
—Entonces que así sea —respondí, mi voz fría y decidida—. Si decides quedarte con ella, es lo que mereces. Pero no pienses que puedes detenerme.
Valérie observó a Alexandre, luego a mí. Vi cómo su rostro cambiaba lentamente mientras el dolor la invadía. Estaba atrapada entre dos mundos, y no podía dejar de sentir que, de alguna manera, había perdido.