Alexandre Moreau
El apartamento en Roma estaba silencioso, salvo por el ruido ocasional de los coches en la calle. Habían pasado días desde que llegué con Chantal, y aunque ella seguía enfocada en sus propios movimientos, yo no lograba sacarme a Valérie de la cabeza.
Había intentado concentrarme en cualquier cosa que pudiera distraerme, pero todo era inútil. El vacío que dejé al salir de Londres seguía persiguiéndome, amplificado por la incertidumbre de no saber cómo estaba Valérie, ni siquiera dónde.
El teléfono vibró en la mesa frente a mí, y vi el nombre de Marc aparecer en la pantalla. Dudé un momento antes de responder.
—Marc.
—Por fin contestas. —Su voz era tensa, cargada de reproche.
—¿Qué quieres?
—¿Qué quiero? —Su tono subió ligeramente—. Saber qué demonios pasa contigo, para empezar.
Me dejé caer en el sofá, pasándome una mano por el cabello mientras intentaba mantener la calma.
—No estoy de humor para esto.
—Pues lo siento, pero no me importa. —Marc no estaba dispuesto a ceder—. ¿Sabes algo de Valérie?
Esa pregunta me golpeó más fuerte de lo que esperaba.
—No.
—¿En serio? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y rabia—. Porque ella desapareció justo después de que tú te largaras con Chantal.
La culpa que había estado intentando suprimir comenzó a alzarse de nuevo.
—No sé dónde está, Marc.
—Genial. —Soltó una risa amarga—. Entonces estamos igual. Porque Sophie también desapareció, y nadie sabe nada de ellas.
Mi agarre en el teléfono se tensó. Sophie y Valérie no estaban en Londres, y eso complicaba las cosas más de lo que quería admitir.
—¿Has intentado contactar con ellas? —pregunté, aunque sabía cuál sería la respuesta.
—Claro que sí. Pero no contestan. Es como si se las hubiera tragado la tierra.
El silencio entre nosotros se prolongó, lleno de una tensión que parecía aplastante. Finalmente, Marc habló de nuevo, su tono más frío esta vez.
—Si algo les pasa, Alexandre, será tu culpa.
—Sé cuidarse sola.
—Quizá. Pero tú no te quedaste para averiguarlo, ¿verdad?
Me quedé en silencio, sin saber cómo responder.
—Mira, si tienes alguna idea de dónde podrían estar, más vale que hables. Porque esto no tiene buena pinta.
—No sé nada, Marc.
—Entonces empieza a preocuparte.
La llamada terminó con un clic, dejándome solo en el silencio del apartamento. Dejé el teléfono sobre la mesa y me apoyé en el respaldo del sofá, cerrando los ojos mientras intentaba ordenar mis pensamientos.
Algo no estaba bien. Valérie y Sophie no desaparecerían sin motivo, y la incertidumbre de no saber qué estaba pasando me estaba consumiendo.
Por más que intentara justificar mi decisión, no podía ignorar la sensación de que había cometido un error. Y ahora, ese error podía costarle más a Valérie de lo que estaba dispuesto a admitir.