Ecos del Pasado

Capítulo 36: La primera grieta

Valérie Dupont

La villa en Toscana parecía sacada de un cuadro renacentista, con sus paredes de piedra bañadas por la luz dorada del amanecer y los viñedos extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Pero dentro de esas paredes, el ambiente era cualquier cosa menos tranquilo.

Enzo Ricci estaba sentado frente a mí, con una taza de café en la mano, sus ojos oscuros fijos en los míos. Era joven, más de lo que esperaba, pero su postura y su mirada transmitían una autoridad que no podía ignorar. Sophie estaba a mi lado, en silencio, pero podía sentir su mirada recorriendo cada movimiento de Enzo, analizando, juzgando.

—Entonces… —Enzo habló finalmente, rompiendo el silencio—. La hija de Philippe Dupont ha venido hasta aquí para pedirme ayuda. Qué irónico.

—No estoy aquí por él. —Mi voz era firme, pero la intensidad de su mirada hacía que mi respiración se volviera un poco más pesada.

Enzo dejó la taza en la mesa, inclinándose hacia adelante.

—¿No? Entonces dime, Valérie, ¿por qué debería ayudarte?

Su tono era un desafío en sí mismo, y su forma de decir mi nombre, arrastrando ligeramente las sílabas, me hizo tensarme.

—Porque tú más que nadie sabes lo que mi padre y mi hermana son capaces de hacer. —Le devolví la mirada, intentando igualar su intensidad—. Tú viviste sus traiciones.

Enzo sonrió, pero no había calidez en el gesto.

—Ah, sí. Las traiciones de Philippe Dupont. Un hombre que destruyó mi carrera, mi reputación… prácticamente todo lo que tenía. —Su tono estaba cargado de sarcasmo, pero había una furia subyacente que no podía ocultar—. ¿Y ahora vienes aquí, pensando que con solo pedírmelo voy a arriesgarme por ti?

—No estoy pidiéndote un favor. —Me incliné hacia él, acortando la distancia entre nosotros—. Estoy ofreciéndote una oportunidad para vengarte.

El silencio que siguió fue denso, cargado de tensión. Enzo se recostó en su silla, sus ojos recorriendo mi rostro como si intentara desentrañar cada uno de mis secretos.

—¿Y qué me hace pensar que no eres como ellos?

—Porque estoy aquí, sentada frente a ti, pidiéndote ayuda para destruirlos.

Enzo soltó una risa baja, un sonido que parecía más una advertencia que una muestra de diversión.

—Eso no significa nada. —Su mirada descendió ligeramente, deteniéndose en mi cuello por un instante antes de volver a mis ojos—. Los Dupont son maestros en la manipulación.

—¿Entonces qué necesitas? —pregunté, intentando ignorar el calor que su mirada parecía despertar en mí.

—Quiero pruebas. Algo que me demuestre que hablas en serio.

Mi mente comenzó a trabajar rápidamente, buscando algo que pudiera convencerlo. Finalmente, decidí arriesgarme.

—Alexandre Moreau.

El nombre parecía congelar el aire en la habitación. La expresión de Enzo cambió, y aunque intentó ocultarlo, vi el destello de reconocimiento en sus ojos.

—¿Qué tiene que ver él en esto?

—Alexandre conoció la verdadera naturaleza de mi familia mucho antes que yo. Fue una de sus primeras víctimas.

Enzo se inclinó hacia adelante, y esta vez su interés parecía genuino.

—Sigue.

—Chantal lo manipuló, lo arrastró a su mundo y lo destruyó. —Mi voz tembló ligeramente al hablar de él, pero me forcé a continuar—. Y ahora, está atrapado de nuevo.

—¿Y qué quieres que haga al respecto?

—Ayúdame a liberarlo. Ayúdame a destruir el mundo que lo tiene atrapado.

Enzo se quedó en silencio, observándome con una intensidad que hizo que el aire en mis pulmones pareciera escaso. Finalmente, una sonrisa apareció en sus labios.

—Es un argumento interesante.

—¿Entonces aceptas?

Enzo no respondió de inmediato. En lugar de eso, se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, mirando el paisaje como si buscara algo en la distancia.

—Tienes algo, Valérie. Una mezcla de valentía y desesperación que casi me resulta atractiva.

—Esto no es un juego.

Se giró hacia mí, apoyándose contra el marco de la ventana.

—No, no lo es. Pero tampoco puedes negar que hay algo… emocionante en todo esto.

Su tono había cambiado, volviéndose más bajo, casi íntimo. La forma en que me miraba ahora era diferente, y no pude evitar sentir cómo mi cuerpo reaccionaba, aunque odiaba admitirlo.

—Entonces, ¿estás dentro o no? —pregunté, intentando ignorar la creciente tensión en el ambiente.

Enzo se acercó lentamente, deteniéndose frente a mí.

—Estoy dentro. Pero con una condición.

—¿Cuál?

—Quiero que me prometas algo. Cuando todo esto termine, cuando los Dupont estén destruidos… quiero que me digas la verdad sobre por qué estás haciendo esto.

Su proximidad era abrumadora, y su mirada parecía atravesarme.

—Ya te dije la verdad.

—Tal vez. Pero quiero escucharlo de nuevo, cuando no tengas motivos para mentir.

Asentí lentamente, incapaz de apartar la mirada.

—Lo prometo.

Enzo sonrió, satisfecho, y dio un paso atrás.

—Bien. Entonces empecemos.




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