Ecos del Pasado

Capítulo 38: Ecos del pasado

Alexandre Moreau

La villa en la que me encontraba con Chantal era una contradicción en sí misma. Su opulencia intentaba ocultar la verdadera naturaleza de quienes la habitaban, pero para alguien como yo, que conocía a Chantal desde hacía años, era imposible no ver a través de la fachada. Todo en este lugar era un recordatorio constante de la red de poder, engaños y ambiciones que ella y su padre habían construido.

Me encontraba en la biblioteca, un lugar que debería haber sido un refugio, pero que se sentía más como una prisión. El aire olía a cuero y papel viejo, pero la copa de whisky en mi mano no hacía nada para calmar mi mente. Había intentado sumergirme en los informes que Chantal había dejado en la mesa, pero las palabras se desdibujaban en mi visión.

Valérie.

No podía dejar de pensar en ella. Desde el momento en que la dejé atrás, algo dentro de mí se había roto, y esa fisura solo se hacía más profunda con cada día que pasaba. No sabía dónde estaba, qué estaba haciendo o si estaba bien. Y ese desconocimiento era peor que cualquier otra cosa.

El sonido de pasos en el pasillo me sacó de mis pensamientos. Me giré justo cuando Chantal entró en la habitación, su presencia tan imponente como siempre.

—Alexandre. —Su tono era una mezcla de autoridad y expectación.

—¿Qué pasa? —pregunté, dejando la copa sobre la mesa.

Chantal caminó hacia mí, sus tacones resonando contra el suelo de mármol.

—Necesito que vengas al despacho. Hay algo que debemos discutir.

Sus palabras no daban lugar a preguntas, así que la seguí por los pasillos hasta llegar al ala oeste de la villa. El despacho era amplio y minimalista, un contraste con el resto de la casa. Chantal se sentó detrás del escritorio y señaló una silla frente a ella.

—Tenemos un problema.

Me senté, observándola mientras sacaba un dossier de una carpeta.

—Valérie está en Italia.

Mi cuerpo se tensó, pero mi rostro permaneció impasible.

—¿Cómo lo sabes?

—Mis contactos la han visto. Y no está sola. —Chantal me miró directamente a los ojos—. Está con Enzo Ricci.

El nombre encendió una alarma en mi mente. Sabía quién era Ricci. Había oído hablar de él antes, incluso trabajado con su nombre en documentos que Philippe y Chantal trataban como si fueran veneno. Un político joven, astuto y ambicioso, alguien que había perdido todo gracias a los Dupont.

—¿Qué está haciendo con Ricci?

—Intentando encontrar una forma de derribarnos, obviamente. —Su tono era ligero, pero había una dureza subyacente que no podía ignorar.

Me apoyé en el respaldo de la silla, dejando que la información se asentara en mi mente.

—¿Y qué propones que hagamos?

Chantal sonrió, pero no era un gesto amable.

—Eso depende de ti, Alexandre. Quiero que encuentres a Valérie y averigües qué está planeando. Y quiero que la detengas.

—¿Cómo se supone que haga eso?

—Eres lo suficientemente listo como para encontrar la manera.

La conversación terminó ahí. Chantal se levantó, dándome la espalda mientras se dirigía a la ventana. Tomé eso como mi señal para irme, pero no antes de sentir cómo su mirada se clavaba en mi espalda mientras salía de la habitación.

De regreso en la biblioteca, intenté procesar lo que acababa de escuchar. Valérie estaba cerca, y había decidido aliarse con Enzo Ricci, alguien que tenía todas las razones del mundo para odiar a los Dupont. No sabía si admirar su valentía o preocuparme por su imprudencia.

Había algo más que me inquietaba: Chantal sabía demasiado. No solo sobre Valérie, sino también sobre mí. Su insistencia en que manejara esto me decía que confiaba en mi habilidad, pero también que estaba esperando que cometiera un error.

Saqué mi teléfono y revisé mis contactos. Había una persona en Roma que podría ayudarme a encontrar a Ricci. Si Valérie estaba con él, no sería difícil localizarlos, pero lo complicado sería acercarme sin alertar a Chantal.

—Estás pensando demasiado.

La voz de Chantal me hizo girarme de golpe. Estaba de pie en la entrada de la biblioteca, con los brazos cruzados y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Es un hábito difícil de romper. —Intenté mantener mi tono neutral, pero ella no se dejó engañar.

—No quiero que esta situación te afecte más de lo necesario. —Chantal avanzó hacia mí, sus pasos medidos—. Valérie tomó su decisión, y ahora es tu turno de tomar la tuya.

La forma en que lo dijo me hizo sentir como si estuviera jugando una partida de ajedrez, y yo era solo una pieza más en su tablero.

—Entendido.

Chantal se acercó más, deteniéndose frente a mí. Sus ojos se clavaron en los míos, y durante un instante, sentí que estaba buscando algo, algún rastro de debilidad que pudiera usar en mi contra.

—Espero que sí.

Cuando finalmente se fue, dejándome solo una vez más, supe que el tiempo estaba en mi contra. Valérie estaba en Italia, y aunque no sabía exactamente qué estaba haciendo, una cosa era segura: tenía que encontrarla antes de que Chantal lo hiciera.




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