Ecos del Pasado

Capítulo 39: Sombras en Toscana

Valérie Dupont

La villa parecía más silenciosa de lo habitual mientras caminaba por los pasillos hacia la sala principal. Había pasado días analizando cada detalle del plan junto a Sophie, Enzo y Marc, pero la sensación de que algo más estaba acechando no me abandonaba. Desde que llegamos aquí, cada interacción con Enzo había sido una danza cuidadosa de cooperación y desconfianza, mientras que Marc aportaba un equilibrio con su humor seco, aunque estaba claro que también tenía sus reservas.

Entré en la sala y lo encontré sentado en el sofá, revisando algunos documentos junto a Marc. Sophie estaba en un rincón, con su laptop abierta, el ceño fruncido mientras escribía algo rápidamente. Ambos levantaron la mirada al verme entrar.

—¿Alguna novedad? —pregunté, deteniéndome junto a la mesa.

—Solo confirmaciones —respondió Enzo, dejando los papeles sobre la mesa. Me miró directamente, su mirada fija como si intentara descifrar algo—. Los fondos de tu padre están más protegidos de lo que pensábamos. Pero encontramos una grieta.

Marc soltó un bufido mientras estiraba las piernas.

—¿Por qué siempre hay "grietas" en estos planes? Me hace pensar que las fortunas de los Dupont están hechas de cartón.

—Porque todos los sistemas, por más robustos que sean, tienen puntos débiles —intervino Sophie, sin levantar la vista de su pantalla—. Esta vez es una transferencia desde una cuenta en Suiza a una compañía fantasma en Milán.

—Es probable que estén moviendo dinero para otro proyecto importante —agregó Enzo, recostándose en el sofá.

—¿Podemos interceptarlo? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido.

—Podemos intentarlo —respondió Enzo, aunque su tono era medido—. Pero va a requerir un movimiento arriesgado.

—Lo suficiente como para que sepan que estamos detrás de ellos si algo sale mal —añadió Sophie.

—Me encanta cómo no intentan suavizar la gravedad de la situación —murmuró Marc, cruzando los brazos.

—Si hacemos esto, no hay vuelta atrás, Valérie —dijo Sophie, mirándome por encima de su laptop.

Asentí, consciente de lo que significaba.

—No esperaba que la hubiera.

Marc se inclinó hacia adelante, su expresión más seria de lo habitual.

—Está bien, pero ¿qué parte del plan me toca a mí? Porque si lo único que tengo que hacer es quedarme sentado mientras ustedes juegan al ajedrez financiero, me voy a aburrir.

—Tu trabajo será asegurar que nadie interfiera —dijo Enzo, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Y si lo hacen, bueno, espero que seas tan bueno en persona como con las bromas.

Marc le devolvió una sonrisa torcida.

—Créeme, soy mejor.

Esa noche, mientras revisaba los detalles del plan en mi habitación, escuché un golpe en la puerta.

—Adelante.

La puerta se abrió lentamente, y Enzo apareció en el umbral.

—¿Puedo pasar?

—Claro.

Cerró la puerta detrás de él y se acercó, con las manos en los bolsillos y una expresión que no podía descifrar del todo.

—¿Estás segura de esto? —preguntó finalmente, deteniéndose frente a mí.

—¿Por qué sigues preguntándolo?

—Porque parece que llevas demasiado peso sobre tus hombros, y no puedo evitar preguntarme si estás preparada para lo que viene.

Lo miré directamente a los ojos, desafiándolo a dudar de mí.

—No tengo otra opción.

Enzo dio un paso más cerca, y su proximidad hizo que el aire en la habitación se sintiera más pesado.

—Siempre hay una opción, Valérie. La cuestión es si estás dispuesta a vivir con las consecuencias.

—Estoy dispuesta.

Por un momento, el silencio llenó el espacio entre nosotros. Podía sentir su mirada fija en mí, intensa y cargada de algo que no podía identificar. Finalmente, dio un paso atrás, rompiendo la tensión.

—Bien. Entonces empecemos.

A la mañana siguiente, el plan estaba en marcha. Sophie y Enzo trabajaron juntos para coordinar los movimientos necesarios, mientras Marc y yo intentábamos mantener la calma. Cada minuto que pasaba me acercaba más al enfrentamiento que había estado evitando toda mi vida. Mientras nos preparábamos para salir hacia Milán, Marc se acercó a mí, con un destello de humor en sus ojos.

—¿Lista para esta locura?

—No. Pero eso no importa.

—Bueno, en caso de que algo salga mal, al menos morirás con estilo —bromeó, haciéndome reír ligeramente a pesar de la tensión.

Cuando finalmente nos subimos al coche, sentí una mezcla de miedo y determinación. Enzo conducía con la precisión de alguien acostumbrado a trabajar bajo presión, mientras Sophie revisaba detalles en su laptop. Marc se sentó a mi lado, su presencia reconfortante a pesar de su constante sarcasmo.

—¿Nerviosa? —preguntó Enzo, desviando la mirada hacia mí por un momento.

—Solo concentrada.

Él sonrió, pero no dijo nada más.

Al llegar a Milán, el ambiente cambió. La ciudad era un contraste abrumador con la tranquilidad de Toscana, llena de ruido, luces y movimiento constante. Nos dirigimos a un pequeño apartamento que Enzo había asegurado como base de operaciones temporal.

Dentro, Sophie comenzó a conectar su equipo mientras Enzo y yo revisábamos los últimos detalles del plan. La transferencia se llevaría a cabo en cuestión de horas, y nuestra ventana de oportunidad era extremadamente limitada.

—Si esto no funciona, tendremos que encontrar otra forma de acercarnos a Philippe y Chantal —dije, rompiendo el silencio.

—Funcionará —respondió Enzo, su confianza casi palpable—. Siempre lo hace.

Marc observó la interacción entre Enzo y yo, y aunque no dijo nada, su expresión mostraba que estaba evaluando cada palabra. Finalmente, rompió el silencio con una de sus típicas bromas.

—Bueno, si esto falla, al menos sabré que intentamos algo más emocionante que quedarnos sentados viendo cómo nos destruyen.

Sophie rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.




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