Valérie Dupont
La tensión era palpable desde el momento en que Alexandre cruzó la puerta. Sophie había dudado en dejarlo entrar, pero el peso de su presencia era imposible de ignorar. Cuando vi su figura alta y familiar en el umbral, supe que esto no sería una conversación fácil. Sin embargo, lo que realmente electrificó el ambiente fue la reacción de Enzo.
Enzo estaba apoyado contra el marco de la ventana, con los brazos cruzados y una mirada que podría haber derretido acero. No dijo nada al principio, pero su cuerpo proyectaba una advertencia clara: Alexandre no era bienvenido aquí.
—¿Qué haces aquí, Alexandre? —pregunté, intentando mantener la calma mientras Sophie y Marc se quedaban inmóviles en sus lugares.
Alexandre dejó que su mirada recorriera la habitación, deteniéndose brevemente en cada uno de nosotros antes de posarse en mí.
—Vine a hablar contigo.
Antes de que pudiera responder, Enzo habló, su tono bajo pero cargado de amenaza.
—No tienes nada que decir aquí, Moreau.
El uso deliberado de su apellido fue como una daga arrojada entre ambos. Alexandre giró la cabeza hacia Enzo, su mandíbula tensándose al escuchar su voz.
—No estoy hablando contigo, Ricci.
—Qué conveniente. Pero estás en mi territorio, así que más te vale medir tus palabras.
Marc y Sophie intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de que la situación podía escalar en cualquier momento.
—Basta, los dos —dije, levantando una mano antes de que la tensión se volviera insostenible—. Si Alexandre tiene algo que decir, quiero escucharlo.
Enzo me miró, sus ojos oscuros llenos de una furia contenida.
—¿En serio? Después de todo lo que hizo, ¿todavía confías en él?
—No se trata de confianza, Enzo. Se trata de entender por qué está aquí.
Él dejó escapar un resoplido, pero se apartó de la ventana, caminando con pasos firmes hacia la mesa central.
—Hazlo rápido, Moreau. Porque si vienes a sabotear lo que estamos haciendo, te aseguro que esta vez no tendrás una salida fácil.
Alexandre lo ignoró, enfocándose en mí.
—Chantal sabe lo que estás haciendo, Valérie. Y no va a detenerse.
—Eso ya lo sabía.
—Entonces también deberías saber que estás en peligro.
—No más de lo que ya estaba antes de que tú decidieras traicionarme.
Mis palabras lo golpearon con fuerza, pero se recuperó rápidamente, como siempre.
—No estoy aquí para discutir eso. Estoy aquí porque esto está yendo demasiado lejos.
—¿Demasiado lejos? —intervino Enzo, acercándose a Alexandre con pasos calculados—. ¿Te refieres a lo mismo que tú y Chantal hicieron conmigo? Porque si alguien sabe sobre ir demasiado lejos, eres tú.
Alexandre no retrocedió, aunque podía ver la lucha interna en su mirada.
—No estoy aquí para ti, Ricci.
—No, claro que no. Estás aquí porque, como siempre, necesitas controlarlo todo. Pero adivina qué, Moreau: aquí no tienes poder.
—Basta —dije, interponiéndome entre ellos antes de que las cosas se salieran de control. Miré a Alexandre directamente—. Si tienes algo importante que decir, dilo ahora.
—Quiero ayudarte.
—¿Ayudarme? —repliqué, cruzándome de brazos—. ¿Cómo se supone que vas a ayudarme cuando estás del lado de Chantal?
—No estoy del lado de Chantal.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Porque no quiero que te destruyas a ti misma tratando de detenerla.
Su tono tenía un deje de desesperación, pero antes de que pudiera responder, Enzo soltó una risa seca.
—¿Detenerla? Qué noble de tu parte, Moreau. Pero te aseguro que Valérie no necesita tus intentos patéticos de redención.
—Esto no es asunto tuyo, Enzo.
—Todo lo que afecta a Valérie es asunto mío.
Los dos hombres se miraron, y el aire en la habitación se volvió casi irrespirable. La rivalidad entre ellos era evidente, y aunque no entendía del todo la historia que compartían, sabía que era profunda.
—Ya basta, los dos —dije, elevando mi voz lo suficiente para llamar su atención.
Ambos se giraron hacia mí, pero mantuvieron sus posiciones desafiantes.
—No voy a detener lo que estoy haciendo. Y si alguno de ustedes quiere ayudar, será bajo mis condiciones.
Alexandre frunció el ceño, pero asintió lentamente. Enzo, sin embargo, no parecía dispuesto a ceder.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Valérie. Porque este tipo solo te llevará al desastre.
—Eso es algo que decidiré yo —respondí, mirándolo con firmeza.
Enzo sostuvo mi mirada por un momento antes de apartarse con un gruñido.
—Voy a revisar los planes. Llámame si necesitas algo.
Cuando salió de la habitación, el peso de la tensión parecía disminuir ligeramente, pero aún podía sentir el eco de su furia en el aire. Alexandre se volvió hacia mí, su rostro ahora más suave.
—Valérie, no quiero que te pase nada malo.
—Entonces tal vez deberías empezar por confiar en mí.
No esperé su respuesta. Simplemente me giré y lo dejé solo en la sala, sabiendo que esta batalla apenas estaba comenzando.
Alexandre Moreau
La puerta se cerró detrás de Valérie, dejando en la habitación un vacío que parecía más denso que el aire mismo. Su última mirada antes de salir fue un recordatorio de cuánto había cambiado entre nosotros, una mezcla de desconfianza y decepción que no había visto antes.
Me pasé una mano por el cabello, intentando organizar mis pensamientos. Todo estaba moviéndose demasiado rápido, y aunque había venido a Milán con la intención de protegerla, sabía que mi presencia aquí podía complicar más las cosas.
Valérie no sabía la verdad, y no podía permitirme que lo supiera. No todavía.
Caminé hacia la ventana, observando la ciudad extendiéndose bajo el cielo nublado. Milán siempre había tenido un ritmo implacable, pero ahora ese ritmo parecía sincronizarse con mi propio caos interno. Las palabras de Enzo seguían resonando en mi mente, su tono cargado de desprecio y rivalidad.