Chantal Dupont
El eco de mis pasos resonaba en la sala de control mientras analizaba cada detalle del plan que se desplegaba frente a mí. Sabía que la clave del éxito estaba en mantener la calma y prever cada movimiento de mis enemigos, pero había una inquietud latente en el aire, como si el equilibrio precario sobre el que se sostenía mi estrategia estuviera a punto de romperse.
Había pasado la noche revisando cada informe, cada imagen capturada por los drones que vigilaban el almacén donde se encontraban Valérie y los demás. No podía dejar nada al azar. Desde mi posición en la villa, un lugar estratégicamente ubicado para monitorear todo sin ser detectada, controlaba cada hilo de esta complicada red. Henri entró en la sala, su rostro reflejando una mezcla de eficiencia y nerviosismo.
—Madame, nuestros hombres están en posición —dijo mientras extendía una tableta hacia mí—. Han detectado movimientos dentro del almacén. Parecen estar armando algo, pero no hemos podido confirmar qué.
Tomé la tableta y revisé las imágenes. Ahí estaban Valérie, Enzo y, por supuesto, Alexandre. Mi mandíbula se tensó al ver la proximidad entre ellos. Alexandre era una pieza esencial para mí, pero también mi mayor riesgo. Su relación con Valérie era un arma de doble filo, y aunque confiaba en mi habilidad para mantenerlo bajo control, no podía ignorar el peligro que representaba.
—Mantengan la vigilancia estricta —ordené, devolviendo la tableta a Henri—. Y asegúrate de que Alexandre no olvide dónde está su lealtad. Envíale un recordatorio, algo que no pueda ignorar.
Henri asintió y salió rápidamente. Me quedé sola en la sala de control, con las pantallas mostrando cada ángulo del almacén. Valérie se movía con una determinación que reconocía demasiado bien; era la misma que yo había mostrado innumerables veces. Pero no podía permitirme admirarla. Esta no era una batalla de egos, era una cuestión de supervivencia.
Cerré los ojos por un momento, permitiéndome un respiro antes de enfrentar lo que venía. Mi mente volvía una y otra vez a Alexandre. Él era el eslabón más débil de esta cadena, y lo sabía. Había querido protegerlo, mantenerlo a salvo dentro de los límites que yo había establecido, pero su conexión con Valérie amenazaba con desmoronar todo lo que había construido.
Cuando abrí los ojos, vi a Henri regresar. Traía consigo un pequeño dispositivo, un mensaje grabado que se enviaría directamente a Alexandre. Lo miré fijamente antes de asentir, dándole luz verde para proceder. Las palabras eran claras, directas y, sobre todo, un recordatorio de las consecuencias de traicionar mi confianza.
En el almacén, Valérie y Enzo discutían estrategias. Las cámaras capturaban cada gesto, cada mirada. La tensión entre ellos era evidente, pero también lo era su determinación compartida. Eran un equipo extraño, pero funcional, y eso los hacía peligrosos.
—¿Crees que Alexandre puede manejar esto? —preguntó Enzo, su tono escéptico mientras señalaba el mapa sobre la mesa.
—Tiene que hacerlo —respondió Valérie, con una firmeza que ocultaba su preocupación. Podía leerla como un libro abierto. Esa era su debilidad: su confianza en los demás. Algo que yo había aprendido a abandonar hacía mucho tiempo.
La conversación fue interrumpida por el sonido de un teléfono. Enzo atendió, y su expresión se endureció al escuchar lo que le decían. Colgó rápidamente y miró a Valérie.
—Nos encontraron —dijo, sus palabras impregnadas de urgencia.
—Era solo cuestión de tiempo —respondió ella, moviéndose con rapidez para reunir al equipo. Sabía que la confrontación era inevitable.
Observé todo desde mi sala de control, mis dedos tamborileando contra la mesa mientras procesaba la información. Sabía que estaban a punto de moverse, de intentar algo desesperado. Mi única opción era anticiparme, estar un paso adelante como siempre.
—Henri, activa el protocolo de contención —ordené, mi voz fría y controlada—. No les permitas salir del perímetro sin enfrentar nuestras fuerzas.
Mi mente estaba dividida entre el presente y el pasado. Recordaba cuando todo esto era más simple, cuando podía confiar en que mis decisiones eran incuestionables. Ahora, cada movimiento parecía una apuesta, un riesgo calculado que podía derrumbarlo todo.
El reloj marcaba las diez de la noche cuando las primeras alertas comenzaron a sonar. Las cámaras mostraban movimiento en el almacén; Valérie y su grupo estaban saliendo. Mi corazón latió con fuerza, pero mantuve la compostura. Sabía que el desenlace de esta noche definiría más que solo el futuro de mi control; definiría quién saldría victorioso en esta guerra de voluntades.
—Vamos a terminar con esto —murmuré para mí misma, levantándome y ajustando mi abrigo. Si iba a enfrentarme a Valérie, lo haría de frente. No podía permitirme parecer débil.
Mientras salía de la villa, la noche parecía más oscura que nunca, como si el mundo mismo contuviera la respiración, esperando el desenlace de nuestro enfrentamiento. Sabía que esta era mi oportunidad para reafirmar mi dominio. No podía fallar.
Y no fallaría.