Alexandre Moreau
El aire en la villa era denso, cargado de un silencio que parecía gritar todo lo que nadie se atrevía a decir. Había aceptado esta reunión con Chantal porque sabía que no tenía otra opción. Sus mensajes, sus advertencias veladas, todo apuntaba a una verdad ineludible: estaba atrapado en su juego, un peón más en su tablero. Pero yo no planeaba seguir siendo un peón por mucho tiempo.
Cuando entré en la sala principal, la encontré de pie junto a una de las ventanas, su figura iluminada por la tenue luz de la luna que se colaba entre las cortinas. Llevaba un vestido negro impecable, tan calculado como cada palabra que pronunciaba. Al escuchar mis pasos, se giró, y su mirada fría se encontró con la mía.
—Alexandre, siempre tan puntual —dijo, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—No tenía mucha elección, ¿verdad? —respondí, manteniendo mi tono neutral mientras me acercaba lentamente.
Ella rió suavemente, un sonido que siempre me había parecido tan encantador como amenazante.
—Siempre tienes elección, Alexandre. Pero las consecuencias de tomar el camino equivocado pueden ser... severas.
Me detuve a unos pasos de ella, lo suficiente para mantener una distancia segura pero no tan lejos como para parecer intimidado. Había aprendido que con Chantal, cualquier indicio de debilidad era como sangre en el agua para un tiburón.
—¿Qué quieres, Chantal? —pregunté directamente, cansado de sus juegos.
—Lo mismo que siempre he querido: control, orden, resultados —respondió, girándose completamente hacia mí. Sus ojos me estudiaban, como si intentara leer mis pensamientos—. Pero últimamente, parece que tu lealtad está... dividida.
Su insinuación era clara, y no me molesté en negarla. Sabía que no serviría de nada. Chantal siempre había tenido una habilidad inquietante para ver más allá de las apariencias, para detectar incluso las más mínimas grietas en la fachada de una persona.
—Si estás tan segura de que no estoy de tu lado, ¿por qué no terminas con esto aquí y ahora? —dije, desafiándola con la mirada.
Ella sonrió de nuevo, esta vez con una malicia que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.
—Porque, querido Alexandre, todavía me eres útil. Y porque, a pesar de todo, confío en que harás lo correcto cuando llegue el momento.
—¿Lo correcto para quién? —repuse, mi voz cargada de ironía.
Chantal se acercó un paso, reduciendo la distancia entre nosotros. Podía sentir el peso de su presencia, esa mezcla de carisma y amenaza que la hacía tan peligrosa.
—Para ti, por supuesto —susurró, su tono casi seductor—. ¿O acaso crees que Valérie y Enzo pueden ofrecerte algo más que caos y promesas vacías?
Sus palabras me golpearon, no porque las creyera, sino porque sabía que había un núcleo de verdad en ellas. Valérie y Enzo estaban luchando contra Chantal, sí, pero sus planes eran tan riesgosos como los de ella. Y yo estaba atrapado en medio, intentando encontrar una salida que no pareciera suicida.
—Valérie no es como tú —dije finalmente, con firmeza—. Ella no juega con las vidas de las personas como piezas de ajedrez.
Chantal alzó una ceja, divertida.
—¿No? ¿Y qué crees que está haciendo ahora mismo, Alexandre? ¿Acaso piensas que no está dispuesta a sacrificarte si eso significa lograr su objetivo?
Sus palabras encendieron algo dentro de mí, una mezcla de ira y duda que había intentado reprimir. No quería creer que Valérie pudiera verme como una herramienta, pero la sombra de esa posibilidad era innegable.
—No somos tan diferentes, tú y yo —continuó Chantal, su voz bajando hasta convertirse en un susurro—. Ambos sabemos que el mundo no es blanco y negro. Y ambos hacemos lo que debemos para sobrevivir.
—Tú manipulas, traicionas y destruyes —espeté, dando un paso hacia ella—. Si eso es lo que llamas sobrevivir, entonces prefiero caer antes que convertirme en alguien como tú.
Por un momento, pensé que la había enfurecido. Su expresión se endureció, y sus ojos brillaron con una intensidad peligrosa. Pero entonces, para mi sorpresa, volvió a sonreír, como si mi desafío hubiera sido exactamente lo que esperaba.
—Esa pasión tuya es lo que siempre me ha fascinado, Alexandre —dijo, inclinándose ligeramente hacia mí—. Es una lástima que no sepas cómo canalizarla correctamente.
El sonido de un teléfono interrumpió el momento. Chantal lo sacó de su bolsillo y respondió con un tono seco, dejando claro que la conversación no era de su agrado. Aproveché la distracción para retroceder, necesitaba espacio para pensar, para respirar.
Cuando colgó, volvió a mirarme, pero esta vez su expresión era más seria.
—Tendrás que tomar una decisión pronto, Alexandre. Y te advierto, si eliges mal, las consecuencias serán irreversibles.
No respondí. Simplemente asentí y me dirigí hacia la puerta, sintiendo su mirada clavada en mi espalda mientras me alejaba. Sabía que no había terminado conmigo, pero también sabía que cada vez estaba más cerca de romper las cadenas que ella había tejido a mi alrededor.
Esa noche, mientras caminaba por la villa, me prometí a mí mismo que encontraría una forma de salir de este laberinto. Ni Chantal ni Valérie decidirían mi destino. Esta vez, sería yo quien tomara las riendas de mi vida, sin importar el costo.