Chantal Dupont
El salón estaba vacío ahora, pero el eco de lo ocurrido seguía resonando en mi mente. Cada palabra de Valérie había sido como un látigo, cortando directamente donde más dolía. La perfección de su ejecución me había dejado expuesta, vulnerable ante los ojos de todos. Pero lo que más dolía no era la humillación, sino el reconocimiento. Ella tenía razón en más aspectos de los que quería admitir.
Caminé lentamente hacia una de las grandes ventanas, observando el jardín exterior bañado por la luz de la luna. Mis manos, siempre firmes, temblaban ligeramente al tocar el cristal frío. Había construido mi vida sobre el control, sobre mantener las piezas de mi tablero perfectamente alineadas, pero esta noche todo eso se había desmoronado.
—¿Qué estás buscando ahí fuera? —La voz de Alexandre rompió el silencio, suave pero cargada de intención.
No me giré de inmediato. Podía sentir su mirada fija en mí, intensa como siempre. Alexandre nunca había sido alguien que evitara confrontarme, y quizás eso era lo que más admiraba —y temía— de él.
—No lo sé —respondí finalmente, sin apartar la vista del jardín—. Tal vez algo que me diga que todo esto no ha sido en vano.
Escuché sus pasos acercarse. Se detuvo a mi lado, manteniendo una distancia prudente, como si temiera que cualquier proximidad pudiera romper lo poco que quedaba de nuestra frágil conexión.
—No esperaba verte aquí —dije, girándome lentamente para mirarlo. Su expresión era seria, pero había algo en sus ojos que me desconcertaba: no era rabia ni desprecio, sino algo más profundo, algo que no podía descifrar.
—No podía simplemente irme —respondió, encogiéndose de hombros—. No después de lo que pasó.
—¿Vienes a decirme que lo merecía? —pregunté, con una amargura que no pude ocultar.
Él negó con la cabeza, cruzando los brazos mientras apoyaba su peso en una pierna.
—No estoy aquí para eso, Chantal. Estoy aquí porque, a pesar de todo, creo que hay cosas que necesitamos decirnos. Cosas que hemos estado evitando durante demasiado tiempo.
Suspiré, dejando que mi cabeza cayera levemente hacia adelante. Alexandre siempre había tenido la habilidad de encontrar el núcleo de las cosas, de cortar con precisión quirúrgica las capas de fachada que construía alrededor de mí.
—¿Por dónde quieres empezar? —pregunté, levantando la mirada hacia él.
—Por lo que nos hicimos el uno al otro —respondió sin dudar—. Porque no podemos seguir cargando con esto.
Mi primer instinto fue defenderme, justificar mis acciones como siempre lo había hecho. Pero algo en su tono me detuvo. Había sinceridad en sus palabras, una honestidad que exigía una respuesta igual.
—Yo nunca quise dañarte, Alexandre —admití, mi voz apenas un susurro—. Pero cuando te vi acercarte a Valérie, cuando vi lo que significabas para ella... me asusté. Temí que te convirtieras en otra pieza que no podía controlar, y lo manejé de la peor manera posible.
Él asintió lentamente, como si procesara mis palabras. Su expresión no cambió, pero sus ojos mostraban una mezcla de dolor y comprensión.
—Lo sé —dijo, tras un largo silencio—. Pero eso no justifica lo que pasó. Me quitaste más que mi libertad, Chantal. Me quitaste la confianza en mí mismo, en los demás... en ti.
Esas palabras me golpearon con más fuerza de lo que esperaba. Había imaginado muchas veces cómo sería esta conversación, pero enfrentarlo era mucho más difícil de lo que había anticipado.
—Tienes razón —admití, sintiendo que un peso insoportable caía sobre mí—. Y no puedo cambiar lo que hice, pero quiero que sepas que lo lamento. No espero que me perdones, pero necesitaba decirlo.
Alexandre respiró hondo, como si estuviera evaluando mis palabras. Finalmente, se pasó una mano por el cabello y suspiró.
—No sé si puedo perdonarte, Chantal. Pero sé que necesito dejar ir esto, por mi bien, no por el tuyo. No puedo seguir viviendo con este peso.
Su respuesta fue como una bocanada de aire fresco, una grieta en el muro que había construido alrededor de mí misma. No era absolución, pero era algo.
—¿Y tú? —preguntó entonces, su tono más suave—. ¿Vas a seguir dejando que todo esto te consuma?
La pregunta me tomó por sorpresa. Había pasado tanto tiempo justificando mis acciones, enfocándome en mantener el control, que nunca me había detenido a pensar en cómo todo esto me estaba destruyendo.
—No lo sé —respondí honestamente, sintiendo que por primera vez estaba siendo completamente sincera—. Pero quiero intentarlo.
Alexandre me miró por un largo momento antes de asentir. No dijo nada más, pero su presencia, su disposición a estar allí conmigo, era más de lo que merecía.
Nos quedamos en silencio, mirando juntos el jardín. Por primera vez en años, el peso en mi pecho parecía un poco más liviano. Tal vez este no era el final, sino un nuevo comienzo, uno en el que finalmente pudiera enfrentar mis demonios y, quizás, encontrar una forma de redimirme.
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Las palabras de Alexandre aún resonaba en mi mente cuando salí del salón. Me detuve en el pasillo, apoyando una mano contra la pared para tomar aire. La conversación que acabábamos de tener había sido como una tormenta que arrasaba con todo a su paso. Por mucho que intentara mantenerme firme, las grietas en mi fachada eran más profundas de lo que quería admitir.
Respiré hondo y seguí adelante. No podía permitirme el lujo de desmoronarme ahora. En la sala principal, el resto del grupo esperaba, sus rostros una mezcla de curiosidad y cautela. Valérie estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados y una expresión que me recordaba demasiado a mamá en sus momentos de juicio silencioso. Sophie y Enzo hablaban en voz baja cerca de la chimenea, mientras Marc, como siempre, parecía al borde de hacer un comentario que nadie había pedido.
—¿Y bien? —preguntó Valérie, girándose para enfrentarme. Su tono era directo, pero no hostil. Aún así, podía sentir el peso de sus expectativas.