Valérie Dupont
El aire en el almacén se sentía más denso que nunca. Las palabras de Alexandre aún flotaban en el ambiente, como un eco de la amenaza que habíamos lanzado. El hombre frente a nosotros, aquel que había manejado los hilos desde las sombras, observaba los documentos con una expresión pétrea, como si intentara encontrar un resquicio de escape en su propia caída.
Pero no lo había.
Di un paso adelante, sintiendo cómo la adrenalina recorría cada fibra de mi cuerpo. Durante años, nuestra familia había sido utilizada como una marioneta en su juego. Durante años, Chantal y yo habíamos luchado en bandos opuestos, sin saber que él era la mano que movía cada ficha. Pero ahora, las reglas habían cambiado.
—No puedes ganar esta vez —dije, con la voz firme. No me temblaba el pulso, no ahora que estábamos tan cerca de acabar con todo—. Si intentas detenernos, todo saldrá a la luz.
El hombre cerró el sobre y lo dejó sobre la mesa de metal, su mirada ahora clavada en la mía. Por primera vez, no era la de un depredador que creía tener todo bajo control. Era la de alguien que veía cómo su castillo de naipes se derrumbaba.
—¿Qué quieren a cambio? —preguntó, con voz áspera.
Sophie, que había permanecido en silencio, tomó la palabra con su característico tono de pragmatismo.
—Queremos que desaparezcas. Que renuncies a todo, que cierres cada una de tus operaciones y que no vuelvas a acercarte a nada relacionado con la familia Dupont.
—Y que si intentas cualquier cosa, esto se publica de inmediato —agregó Enzo, cruzándose de brazos.
El hombre sonrió con una amargura palpable y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Creen que es tan fácil, ¿no? Que con un par de documentos pueden destruirme y hacerme huir con la cabeza gacha. —Su mirada se oscureció—. No entienden que, aunque caiga, siempre habrá alguien más dispuesto a tomar mi lugar.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Sabía que tenía razón. Pero también sabía que eso no significaba que debíamos detenernos.
—Tal vez —respondí, sin titubear—. Pero hoy, el que cae eres tú.
El silencio que siguió fue demoledor. Finalmente, el hombre soltó un suspiro, como si aceptara lo inevitable. Se puso de pie, tomó el sobre y lo guardó en su abrigo. Luego, nos miró a todos una última vez.
—No celebren todavía. Aún no saben qué precio tendrán que pagar por esto.
Se giró y salió del almacén sin mirar atrás.
La puerta del almacén aún se balanceaba ligeramente tras la salida del hombre que, durante años, había controlado nuestra familia desde las sombras. Sabía que no sería tan fácil, que su amenaza no era vacía, pero por primera vez en mucho tiempo sentí que tenía el control de mi propio destino.
El silencio se apoderó del grupo por unos segundos. Chantal exhaló con fuerza, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo. Alexandre se pasó una mano por el cabello, su mirada perdida en el suelo. Sophie y Enzo intercambiaron una mirada, listos para actuar si las cosas aún se torcían. Y Marc, por supuesto, fue el primero en romper la tensión.
—Bueno, si este fuera el final de una película, creo que ahora vendría una explosión y todos nos iríamos en cámara lenta —dijo con una sonrisa torcida.
Rodé los ojos, pero no pude evitar una pequeña sonrisa.
—Lo logramos —susurré, más para mí misma que para los demás.
Pero entonces, Chantal habló.
—No hemos terminado —su voz era baja, pero firme. Nos giramos hacia ella—. Él caerá, sí, pero no sin arrastrar a otros con él. Si pensamos que con esto hemos ganado, estamos equivocados.
Alexandre asintió lentamente.
—Sabemos que su poder no dependía solo de él. Hay más personas involucradas, más piezas en este tablero. No podemos bajar la guardia.
Miré a Chantal, y por primera vez, no vi en ella la rival que había combatido toda mi vida. Vi a alguien que entendía el peso de todo lo que habíamos hecho, de todo lo que aún nos esperaba.
—¿Entonces qué hacemos ahora? —preguntó Sophie.
Respiré hondo antes de responder.
—Nos preparamos. No vamos a dejar que nos arrebaten esto. Si quieren pelear, que vengan. Ahora jugamos con nuestras propias reglas.
Un murmullo de aprobación recorrió el grupo. La lucha no había terminado, pero por primera vez, nos sentíamos listos para lo que viniera.
Miré a Alexandre y le di un leve asentimiento. Sabía que entendía lo que significaba. No había vuelta atrás, pero al menos, esta vez, caminaríamos juntos hacia el final.