Alexandre Moreau
El amanecer despuntaba sobre la ciudad cuando salimos del almacén. El aire aún olía a hierro y polvo, pero la sensación de peligro inmediato se había disipado. No era una victoria completa, pero era suficiente. Por ahora.
Me quedé unos segundos de pie, observando cómo el sol teñía el horizonte de tonos dorados y rojizos. Habíamos llegado al final de una historia que nos había cambiado a todos. Y sin embargo, algo dentro de mí sabía que este no era un verdadero final. Solo una nueva página en nuestras vidas.
Valérie estaba junto a mí, con la mirada fija en el mismo punto del horizonte. Chantal, de pie unos metros más allá, mantenía los brazos cruzados, su expresión más relajada de lo que jamás la había visto. Sophie y Enzo intercambiaban algunas palabras en voz baja, y Marc, como siempre, parecía ajeno al peso de todo lo que habíamos pasado.
—¿En qué piensas? —preguntó Valérie, sin apartar la vista del cielo.
Respiré hondo antes de responder.
—En lo que sigue. En si todo esto valió la pena.
Ella me miró de reojo y sonrió, aunque había algo en su expresión que delataba su cansancio.
—Valió la pena —dijo—. Puede que no tengamos todas las respuestas, pero al menos ahora tenemos la oportunidad de encontrarlas.
Asentí. Sabía que tenía razón, pero aún quedaba una sensación latente de incertidumbre. No había garantías de que las cosas realmente cambiaran, pero al menos ahora éramos nosotros quienes decidíamos nuestro destino.
Nos giramos cuando Chantal se acercó. Su mirada era firme, pero no desafiante. Era la primera vez que la veía sin una barrera entre nosotros.
—Voy a desaparecer un tiempo —anunció—. Necesito… entender qué hacer con lo que queda de todo esto.
Valérie no respondió de inmediato, pero cuando lo hizo, su tono fue más suave de lo que esperaba.
—Haz lo que tengas que hacer. Solo espero que, esta vez, lo hagas por ti y no por el fantasma de nuestro padre.
Chantal sostuvo su mirada un momento y, finalmente, asintió. Sin más palabras, se alejó, perdiéndose entre los edificios. Sabía que no era un adiós definitivo, pero sí un punto de quiebre.
Marc dio un paso al frente y soltó un largo suspiro, estirándose exageradamente.
—Bueno, supongo que esto significa que sobrevivimos. ¿Ahora qué? ¿Abrimos una panadería y nos olvidamos de todo esto? —preguntó con su tono usualmente despreocupado.
Sophie le dio un codazo, pero no pudo evitar reírse.
—Eres imposible, Marc.
—Es mi talento oculto —respondió él con una sonrisa ladeada.
A pesar de todo, la risa fue contagiosa. Sophie, Enzo, incluso Valérie y yo terminamos sonriendo. No era la risa de la victoria, sino la risa de quienes han sobrevivido a algo que no creían posible.
Suspiré y volví a mirar a Valérie. Habíamos pasado por demasiado juntos. Todo lo que había sentido por ella seguía ahí, intacto, pero ahora sin el miedo de que el mundo se derrumbara a nuestro alrededor.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿Qué harás ahora?
Ella me sostuvo la mirada y, en un movimiento lento, tomó mi mano entre las suyas.
—Voy a seguir adelante —respondió—. Pero quiero que lo hagamos juntos.
No había nada más que decir. Solo asentí y entrelacé mis dedos con los suyos.
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El tiempo había seguido su curso, indiferente a todo lo que dejamos atrás. La ciudad, con su constante bullicio, no guardaba memoria de lo que sucedió en aquel almacén. Pero para nosotros, los que sobrevivimos a esa noche, las cicatrices permanecían.
Me encontraba en un pequeño café, lejos del centro, lejos de las sombras del pasado. A mi lado, Valérie hojeaba una revista sin mucho interés, mientras la brisa movía su cabello con suavidad. Habíamos encontrado un tipo de paz, algo que nunca pensé que sería posible después de todo lo que atravesamos.
Chantal había cumplido su palabra y desapareció, aunque de vez en cuando llegaban noticias suyas. Marc, para sorpresa de todos, decidió escribir un libro sobre nuestra historia. No sé qué tanto de la verdad incluirá, pero si algo es seguro, es que hará que suene más épico de lo que realmente fue.
Sophie y Marc, después de tantas idas y venidas, terminaron juntos. Al principio, nadie los tomaba en serio, pero con el tiempo se volvió evidente que había algo real entre ellos. Marc, con su sentido del humor inagotable, logró equilibrar la seriedad de Sophie. Y ella, con su pragmatismo, le dio a Marc un propósito más allá de las bromas. Ahora vivían juntos en una pequeña casa en las afueras, lejos de los problemas que alguna vez nos persiguieron.
—¿Estás listo? —preguntó Valérie, sacándome de mis pensamientos.
Asentí con una leve sonrisa y dejé un par de billetes sobre la mesa. Al salir del café, sentí la calidez del sol sobre mi piel, un recordatorio de que habíamos dejado atrás la oscuridad.
Caminamos sin prisa, disfrutando del simple hecho de estar juntos. Habíamos tomado la decisión de alejarnos del caos, de construir algo propio. No sería fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, tenía la certeza de que estábamos en el camino correcto.
Más tarde ese día, nos reunimos con Sophie y Marc. Su casa era acogedora, con un jardín descuidado que reflejaba la falta de interés de ambos por la jardinería, pero con un interior lleno de vida y calidez. Marc nos recibió con una broma sobre lo aburrida que se había vuelto nuestra vida ahora que todo estaba en calma.
—¿Extrañan la adrenalina? —preguntó, sirviéndonos vino.
—No lo suficiente como para volver a todo eso —respondió Valérie con una sonrisa.
Sophie se sentó junto a Marc, apoyando la cabeza en su hombro con una comodidad que demostraba lo bien que estaban juntos.
—Al final, creo que todo esto nos hizo más fuertes —dijo Sophie—. Aunque, sinceramente, prefiero esta vida.
Marc fingió suspirar dramáticamente.