Jade Belford del Carmen era una niña de diez años, morena de piel cálida y cabello rizado que caía en cascada sobre sus hombros. Vivía en Perú, pero ese verano había viajado a Estados Unidos junto a sus dos mejores amigas, Emily —a quien de cariño todos llamaban Emmy—, una niña de tez blanca como la porcelana, cabello dorado y ojos azules como el cielo despejado, y Luz, una chica simpática de cabello oscuro y sonrisa contagiosa.
Aquel día, como cualquier otro, decidieron salir a jugar al parque que quedaba cerca de la casa donde se hospedaban. Los rayos del sol acariciaban las mejillas de las niñas mientras corrían y reían entre los columpios y los juegos de madera. En medio de tanta alegría, Emmy se alejó un momento para ir al baño del parque, prometiendo regresar enseguida.
Fue entonces cuando una vieja camioneta negra, con vidrios polarizados y aspecto sospechoso, se detuvo junto a ellas. Dos hombres bajaron rápidamente y antes de que Jade y Luz pudieran reaccionar, las arrastraron hacia el vehículo. Sus gritos se ahogaron en el ruido de la calle, y en cuestión de segundos, la camioneta desapareció.
Durante cuatro interminables meses, Jade y Luz vivieron el peor de los horrores. Fueron retenidas en un lugar apartado, donde el abuso y el dolor se convirtieron en su cruel rutina. Las niñas perdieron la noción del tiempo, de los días, de las estaciones. Solo sobrevivían.
Mientras tanto, sus familias y amigos no descansaron. La desaparición había sido un golpe devastador. Emmy, con apenas diez años, lloraba cada noche por sus amigas perdidas. Todos los canales de noticias locales mostraban sus rostros, las calles estaban llenas de carteles de “Se Busca” y la policía patrullaba sin descanso.
Fue a mediados de abril cuando la esperanza renació. Una de las niñas cautivas —de otro caso— logró escapar y alertó a las autoridades. Cuando la policía irrumpió en aquel lugar del horror, encontraron a Jade y Luz en condiciones inimaginables: maltratadas, golpeadas y desnutridas.
Ambas fueron llevadas al hospital, pero solo Jade sobrevivió. Luz, agotada por meses de abuso, había cerrado los ojos para siempre.
Jade tardó días en despertar. Cuando lo hizo, la noticia de la muerte de Luz la destrozó. Emmy estuvo a su lado, abrazándola con fuerza mientras las lágrimas brotaban de ambas. La pequeña Jade, que había sido una niña alegre y soñadora, se había convertido en una sombra silenciosa.
Los meses siguientes fueron difíciles. El padre de Jade, Iván Belford, recibió una oferta de trabajo en Estados Unidos, y decidieron mudarse definitivamente. Jade, incapaz de enfrentar el mundo exterior, se refugiaba en su casa, sin querer salir, sin querer hablar con nadie salvo Emmy, quien seguía visitándola fielmente.
Así pasaron los años. Jade fue reconstruyendo su mundo fragmentado con la ayuda de una psicóloga y el cariño de su familia y amigos.
nota de la autora :)
“¡Si te está gustando la historia, no olvides seguirme para no perderte lo que viene!