El tiempo avanzó como las agujas de un reloj roto, lento y doloroso para Jade. A sus trece años, seguía siendo una niña reservada y tranquila, aunque poco a poco, con la ayuda de su psicóloga, comenzaba a enfrentarse a sus miedos.
Jade era morena, de ojos negros profundos, con cabellos rizados que a veces se negaban a acomodarse. Le apasionaban los videojuegos, los libros y los dramas de televisión, aunque su lugar favorito era su habitación, donde dibujaba mundos en los que se sentía a salvo.
Su única amiga cercana seguía siendo Emmy, que con sus cabellos rubios y ojos azules era todo lo contrario a Jade, pero también su complemento perfecto. Emmy había sido su refugio desde aquel día oscuro y juntas habían creado una amistad irrompible.
A pesar de todo, el entorno de Jade se fue ampliando gracias a Fabricio, el hermano mayor de Emmy, un chico alto, de cabello negro azabache, piel blanca y ojos azules como su hermana. Tenía diecisiete años y era uno de los pocos que lograba sacarle una sonrisa a Jade. Junto a él siempre estaba Aran, su mejor amigo, un chico deportista, de piel canela y ojos marrones que nunca perdía la oportunidad de bromear con Jade.
—Vamos, Enanita —le decía Aran con una sonrisa burlona—. ¿Hoy tampoco quieres salir al parque?
—No molestes, Aran —le respondía Jade, sin poder evitar reír.
Se habían vuelto una pequeña familia. Fabricio era como el hermano protector, y Aran, el fastidioso amigo mayor que nunca faltaba.
Un día, Jade y Emmy conocieron a Carla, la novia de Fabricio. Carla era una joven de diecisiete años, delgada, de piel blanca y cabello largo como una cortina de noche. Desde el primer momento, Jade desconfió de ella. Su mirada soberbia, su actitud altanera y los rumores de que salía con varios chicos a la vez le inquietaban.
—No me gusta —susurró Jade a Emmy.
—A mí tampoco mucho… pero si Fabricio está feliz…
Sin embargo, Jade no pudo quedarse tranquila. Sabía que Carla no era buena para su amigo, y junto a Emmy comenzaron a hacerle la vida imposible. Las miradas, los comentarios y las pequeñas bromas se volvieron rutina. La tensión creció tanto que una tarde, Jade discutió con Fabricio.
—¡Ella no te merece, Fabricio! —gritó Jade, con los ojos llenos de furia.
—¡Deja de meterte, Jade! —respondió él, molesto—. Eres solo una niña, no sabes nada del amor.
Aquellas palabras dolieron más que cualquier golpe. Jade se fue sin mirar atrás, y durante dos semanas no se hablaron.
El tiempo le dio la razón. Carla terminó dejando a Fabricio por un universitario, y cuando Emmy le contó la noticia a Jade, solo pudo suspirar con alivio.
—Te lo dije —murmuró.
Los problemas no acabaron ahí. Los padres de Jade comenzaron a tener dificultades económicas. Iván Belford, su padre, fue despedido, y sin otra opción decidieron regresar a Perú, donde al menos tenían su casa propia.
Álvaro y Rosé, amigos de la familia desde la infancia y millonarios exitosos, les ofrecieron ayuda y trabajo en Estados Unidos. Pero Iván y May, orgullosos y decididos, prefirieron arreglárselas por sí mismos.
La despedida en el aeropuerto fue amarga. Emmy abrazó a Jade con fuerza, y ambas juraron mantenerse en contacto.
—Te voy a extrañar tanto, enana —dijo Emmy entre lágrimas.
—Yo más —susurró Jade.
Se despidieron, pero nunca dejaron de hablar por videollamada y mensajes.