Ecos Del Silencio

Capítulo 4: Gritos en la Oscuridad

El ambiente en el campamento había cambiado. Lo que al inicio eran risas, bromas y juegos, se transformó en un silencio tenso. Los consejeros estaban nerviosos y nadie sabía por qué.

Aquella noche, Jade estaba en el taller de pintura, intentando distraerse de la discusión con Luke. El bosque que rodeaba el campamento parecía susurrar cosas al oído. Y entonces… un grito desgarrador rompió la calma.

—¡Ayuda! ¡Por favor!

Jade salió corriendo, el corazón palpitándole con fuerza. En medio del claro, un chico cubierto de sangre gritaba y temblaba, señalando hacia las cabañas.

—¡La mataron! ¡Se la comieron! ¡En la cabaña escondida!

Un escalofrío recorrió a todos los que escucharon. Los consejeros actuaron rápido, ordenando a los campistas reunirse en el centro del campamento. Cuando intentaron llamar a la policía, descubrieron que las líneas telefónicas habían sido cortadas.

—Debemos usar la radio en la colina —ordenó uno de los encargados.

Tres de ellos se marcharon hacia las montañas, mientras los demás trataban de mantener a los jóvenes a salvo.

Pero en la madrugada, la oscuridad se volvió absoluta. Solo quedaban velas encendidas y el miedo ahogando el aire. Fue entonces cuando los asesinos llegaron.

Hombres encapuchados, armados con cuchillos, machetes y bates, irrumpieron en las cabañas. Los gritos se mezclaban con el crujir de ramas y el golpe seco de las puertas derribadas.

Jade, Emmy, Carla, Luke y Dylan —el mejor amigo de Luke— corrieron hacia el almacén, uno de los pocos sitios con cerrojo. Se atrincheraron allí, conteniendo el llanto y el pánico.

—No podemos quedarnos aquí para siempre —susurró Dylan.

Luke asintió, su rostro endurecido.

—Iremos a ayudar a los demás. Dylan y yo saldremos. No abran la puerta a nadie.

Y así lo hicieron. La masacre había comenzado.

Jade sentía el corazón a punto de romperle el pecho. Cada grito afuera era un cuchillo en el alma. No sabía cuánto tiempo pasó hasta que ya no pudo más. Tomó un bate de metal que encontró en una esquina del almacén.

—¿Qué haces? —le susurró Emmy, asustada.

—No puedo quedarme aquí.

Jade abrió la puerta sin pensarlo. La escena fue peor de lo que había imaginado. Cadáveres por doquier, cuerpos cubiertos de sangre, fuego y humo flotando en el aire. Algunos seguían peleando, otros rogaban por ayuda.

Luke la vio y corrió hacia ella.

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Regresa!

Pero Jade tenía otros planes. Emmy y Carla… ¿dónde estaban?

Corrió hacia las cabañas, esquivando cuerpos y escondiéndose tras los árboles. Fue entonces cuando la vio. Emmy, atrapada por un hombre enorme que alzaba un cuchillo.

Jade no lo pensó. Corrió con todas sus fuerzas y golpeó al atacante en la cabeza con el bate. El hombre cayó pesadamente al suelo.

—¡Corre! —gritó Jade, tomando la mano de Emmy.

Buscaron a Carla, y la encontraron escondida en la cocina, llorando en silencio. Las tres volvieron a correr hacia el almacén. Pero el asesino de antes se había levantado, tambaleante y furioso.

Justo cuando estaba a punto de apuñalar a Jade por la espalda, un disparo resonó en el aire. El hombre cayó muerto. Luke, con una pistola en mano y la respiración agitada, se acercó.

—No vuelvas a salir sin mí —le dijo con los ojos brillando.

Las chicas se refugiaron nuevamente en el almacén. Jade abrazó a Emmy y a Carla, sintiendo que por fin, tal vez, podrían sobrevivir.

Poco antes del amanecer, las sirenas de la policía rasgaron la oscuridad. Los sobrevivientes fueron rescatados. Los asesinos, capturados o abatidos. El campamento quedó marcado por la tragedia.

Antes de partir, Luke se acercó a Jade.

—Prométeme que no volverás a mentirme —dijo, abrazándola.

—Lo prometo —susurró ella.

Y se separaron.




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