Jade no pudo dormir aquella noche. Por más que intentó convencerse de que tal vez había sido una broma pesada o un número equivocado, algo en su interior le decía que no era así.
El mensaje era claro. Directo. Personal.
"No todo ha terminado, Jade."
Pasó horas mirando su celular, dudando si contarle a alguien. Emmy estaba lejos. Carla ya no era la misma chica de antes, y Eiden… apenas lo conocía.
Al día siguiente, durante el almuerzo en la cafetería de la escuela, su amiga coreana Soojin la notó inquieta.
—¿Estás bien? —preguntó, dejando su bandeja de comida a un lado.
Jade dudó un momento, pero terminó contándole. Le mostró el mensaje. Soojin se puso seria.
—Esto es raro, Jade. ¿Quieres que lo reporte a la escuela?
—No… —susurró Jade—. Por ahora no. No quiero hacer escándalo por si fue solo una broma tonta.
Soojin asintió, aunque no muy convencida.
Esa tarde, Jade fue a encontrarse con Eiden en el mismo café. Necesitaba distraerse.
Lo encontró sentado junto a la ventana, afinando su guitarra. Al verla, sonrió.
—E y, artista —saludó, dándole un puñito.
Jade sonrió de vuelta y se sentó con él. Pasaron la tarde hablando de películas, juegos y de su país. Eiden le mostró algunas canciones tailandesas que a Jade le parecieron hermosas, aunque no entendía nada.
Pero justo cuando empezaba a relajarse, su celular vibró otra vez.
Número desconocido:
"Te estoy viendo."
Sintió como si se le helara el cuerpo. Eiden notó que su rostro cambió.
—¿Todo bien?
Jade no contestó. Solo miraba la pantalla. Eiden le quitó el teléfono de las manos y leyó el mensaje.
—¿Quién te manda esto? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No lo sé… desde anoche.
Eiden se puso serio.
—Jade, esto no es normal. Tienes que contarle a alguien.
Pero antes de que pudiera decir algo más, sonó la campanita de la puerta del café. Ambos voltearon y Jade sintió un escalofrío.
Un hombre alto, con una gorra que le cubría medio rostro, entró. Se quedó parado un momento, mirando a todos los presentes, y después caminó hacia una mesa al fondo.
Pero cuando pasó junto a ellos, Jade lo reconoció.
No sabía su nombre, pero su rostro estaba grabado en su memoria.
Era uno de los hombres del campamento.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Se puso de pie, tirando la silla, y salió corriendo del café.
Eiden fue tras ella.
—¡Jade, espera!
La alcanzó a mitad de la calle.
—¿Qué pasó? ¿Quién era?
Jade, temblando, solo logró susurrar:
—Era uno de ellos… uno de los del campamento.
Eiden la sujetó de los hombros, decidido.
—Ok, ya basta. Vamos a la policía.
Pero Jade negó con la cabeza.
—Si se entera que lo denuncié… va a venir a buscarme. No puedo, Eiden. No puedo volver a pasar por eso.
Eiden suspiró, la abrazó fuerte y prometió:
—Te juro que no voy a dejar que nadie te toque. No esta vez.
Pero ambos sabían que no sería tan fácil.
El pasado acababa de alcanzarla… y esta vez, estaba más cerca que nunca.