Desde su encuentro con Lord Kaelen, Lia no podía dejar de pensar en sus palabras, ni en la manera en que el parecía saber más de lo que dejaba entrever. Lord Kaelen era un marques con bastante influencia tanto en la corte como en el ejército, él era un guerrero, su cargo era el de coronel y por lo que recordaba Lia, la familia estaba en contra de su incorporación en el ejército, pero como él era tan él, no le importo y se presentó. Lia salió de la habitación y comenzó a caminar por los pasillos del palacio, con la mente aún abrumada por sus pensamientos. Cada paso que daba sobre los suelos de mármol parecía resonar en sus oídos, como si la misma estructura del palacio estuviera viva, consciente de los secretos que se guardaban entre sus paredes.
Mientras recorría esos pasillos del palacio, los recuerdos de Lady Lira comenzaban a cobrar más fuerza. Al principio, Lia había creído que había invadido un cuerpo ajeno, que su existencia aquí no era más que un eco lejano de otra vida. La culpa la había consumido durante días, como si estuviera robando una identidad que no le pertenecía. Pero, poco a poco, algo dentro de ella había comenzado a cambiar. Los recuerdos de Lira se entrelazaban con los suyos propios, como si todo formara parte de un mismo ser, de una misma alma atravesando los límites del tiempo. No comprendía por completo lo que sucedía, pero había algo en su interior que le decía que esta era su vida, que su alma había vivido en distintos momentos, en distintos cuerpos, y que ahora se encontraba atrapada en una maraña de recuerdos confusos y fragmentados.
Cada noche, cuando cerraba los ojos, los recuerdos llegaban con más intensidad. A veces, eran como destellos fugaces, otras veces, como olas que la arrastraban sin poder hacer nada para detenerlas. Y esa noche, en particular, los recuerdos de Lady Lira se apoderaron de ella con una claridad inesperada.
En su mente, la imagen apareció de golpe, nítida y vívida. Estaba en un salón oscuro, rodeada de velas que titilaban débilmente, arrojando luces danzantes sobre las paredes. El aire estaba pesado, como si las sombras del lugar estuvieran a punto de devorarla. Frente a ella, un hombre alto, de mirada penetrante pero cansada, se encontraba hablándole en voz baja, casi en un susurro, como si temiera que alguien pudiera oírlos. Era Alexander, el príncipe. Su rostro, normalmente impasible, mostraba una expresión grave y preocupada.
—No te dejes engañar, Lia. La traición está cerca, no lo olvides, no es Ali... —Las palabras de Alexander flotaron en la oscuridad, cargadas de urgencia y desesperación. Su mirada era intensa, como si cada palabra fuera un peso sobre su alma.
Pero, de repente, el sueño se desvaneció. Lia despertó abruptamente, sentada en la cama, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. ¿Qué significaba esa advertencia? Hasta donde ella recordaba de su vida, en la otra línea Alexander y ella lidiaban con este mismo problema, pero se habían enfrascado en otro noble llamado Damián, tal parece por sus recuerdos a medio completar que no era la persona que buscaban.
El frío de la habitación la envolvía, y por un momento, Lia sintió una extraña desconexión entre su cuerpo y su mente. La sensación de estar atrapada en un ciclo sin fin, una rueda que giraba más rápido de lo que ella podía entender, la dejó momentáneamente desorientada. ¿Quién era la persona que los iba a traicionar?
Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, observando el paisaje nocturno del reino. Las luces distantes de los pueblos parecían pequeños destellos en la oscuridad, y las estrellas brillaban en el cielo despejado. Todo parecía tan tranquilo, tan ajeno a las sombras que se cernían sobre la corte. Pero dentro de ella, algo comenzaba a encajar. Si las palabras de Alexander eran ciertas, entonces debía prepararse para lo que estaba por venir. Debía descubrir cuanto antes qué secreto se escondía detrás de esos fragmentos de recuerdos, y quiénes eran realmente los que movían los hilos.
El eco de la advertencia de Alexander aún resonaba en su mente: “La traición está cerca…” Y mientras Lia se quedaba allí, contemplando la oscuridad, una sensación de frustración la invadió. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, pero el cuadro que formaban seguía siendo incierto, lleno de sombras y traiciones que ella aún no lograba comprender por completo.
Al día siguiente, se reunió con el príncipe pues ella aparte de toda la intriga que manejaba, era la consejera y tenia que presentarse a hacer su trabajo. Lia suspiro.
-De las aguas mansa líbreme Dios que de las bravas me libro yo -toco la puerta y después de escuchar el pase, entro a la oficina de Alexander.
Cuando llegó a la sala donde el príncipe Alexander la esperaba, lo encontró inmerso en documentos y cartas dispersas por su mesa. Alzó la vista en cuanto ella entró, y sus ojos se encontraron por un momento, cargados de una comprensión mutua, como si ambos supieran que la calma había terminado y el tiempo de actuar había llegado.
—Lady Lira, tenemos noticias urgentes —dijo el príncipe, interrumpiendo el silencio que los rodeaba.
Sin perder tiempo, él extendió una carta sobre la mesa, su rostro serio.
—Esta madrugada, nuestros espías han descubierto información importante. La oposición, han convocado una reunión clandestina. Se están organizando, intuyo que están planeando algo grande.
Lia frunció el ceño, su mente rápidamente procesando la situación. La traición de la que le habló Alexander en su sueño ahora tomaba una forma más clara. La oposición no solo estaba activa, sino que estaba cada vez más cerca.
—¿Sabemos dónde será la reunión? —preguntó Lia, tomando la carta y observándola detenidamente.
—Sí, pero necesitamos infiltrarnos, pasar desapercibidos. —El príncipe la miró fijamente. —Voy a ir, no podemos darle más ventajas al enemigo.
-Yo voy también y no acepto un no por respuesta.