Ecos del tiempo

Capítulo 7: Enfrentando la oscuridad

El regreso al castillo fue tenso, las palabras de los conspiradores aún resonando en la mente de Lia, mientras caminaban por el túnel que los conducía de vuelta a un mundo que ahora le parecía más peligroso que nunca. El aire frío de la noche envolvía el sendero, y la quietud del bosque hacía que cada paso se sintiera más ominoso.
Alexander caminaba a su lado, su rostro iluminado solo por la luz tenue de la luna que se colaba entre las ramas. Aunque intentaba parecer tranquilo, Lia podía notar la tensión en sus hombros, la forma en que sus manos jugaban nerviosas con el mango de su espada.
De repente, un ruido rompió el silencio del bosque. Un crujido de hojas secas a lo lejos, seguido de voces gruesas que se acercaban rápidamente. Alexander levantó la mano, señalando a Lia para que se detuviera.
—Están cerca —susurró, su tono grave y peligroso—. Prepárate.
Lia asintió, su pulso acelerándose. En su vida anterior, había aprendido a defenderse de muchas formas. Desde que había llegado a este reino, había hecho un esfuerzo por mantener sus habilidades ocultas, pero ahora, no había más tiempo para disimular. Sabía que, si quería sobrevivir y proteger a Alexander, tendría que recurrir a lo que sabía hacer mejor: luchar.
Con un movimiento rápido, se deshizo de su capa, dejando al descubierto su atuendo de viajera, que le permitía moverse con facilidad. A su lado, Alexander desenvainó su espada con gracia, sus ojos fijos en el bosque oscuro, buscando cualquier movimiento sospechoso.
En un abrir y cerrar de ojos, los bandidos aparecieron entre los árboles, sus figuras sombrías emergiendo como espectros de la oscuridad. Eran cuatro, armados con cuchillos y garrotes, y su mirada maliciosa reflejaba la codicia y el deseo de saquear. Pero, al ver la determinación en los ojos de Alexander y Lia, no dudaron ni un segundo en atacar.
El primer bandido se lanzó hacia Alexander con una ferocidad que solo un experto en el combate podría manejar. La espada de Alexander se cruzó en el aire con la del atacante, el choque metálico resonando en la quietud del bosque. Lia, por su parte, se enfrentó a otro bandido que se aproximaba con un garrote en mano. Con rapidez, esquivó su primer golpe, girando en el aire con un movimiento fluido, y derrapó bajo el brazo del bandido para golpearle con una patada al costado.
El bandido se tambaleó hacia atrás, sorprendido por la fuerza de su oponente, y Lia aprovechó para desarmarlo con un rápido giro de muñeca, dejándole caer al suelo con un golpe certero en el pecho.
Alexander luchaba con destreza, su espada corta danzando con rapidez, cortando y bloqueando los ataques con una precisión letal. Su rostro, normalmente tan sereno, estaba ahora marcado por la tensión y el sudor, pero su habilidad no hacía más que brillar.
Lia, por otro lado, se encontraba rodeada por otro bandido que intentaba atacarla desde su izquierda. Sintió el calor del combate en su piel, sus músculos tensándose con cada movimiento, y de repente, todo su cuerpo reaccionó por instinto. Usó la misma técnica de su vida anterior: esquivar, girar, y con una rapidez impresionante, derribar a su oponente con un golpe preciso en la rodilla. El bandido cayó al suelo, incapaz de levantarse.
El cuarto bandido avanzó, su mirada oscura fija en Lia, pero antes de que pudiera moverse, una espada pasó volando cerca de su rostro, haciendo que se detuviera en seco. El hombre miró hacia el lado, donde Alexander, ahora libre de su propio enemigo, había lanzado una daga con una precisión mortal.
Con un grito, el bandido se apartó del camino, y en cuestión de segundos, la pelea terminó. Los cuatro bandidos yacían derrotados, y el eco de la batalla se desvaneció rápidamente en la oscuridad del bosque.
Lia respiraba pesadamente, su corazón latiendo con fuerza. Se acercó a Alexander, quien estaba de pie frente a ella, su mirada fiera pero también preocupada.
—¿Estás bien? —preguntó él, su tono más suave de lo habitual, observando sus movimientos y la forma en que se mantenía en guardia.
Lia asintió sin decir una palabra, aunque su mente aún estaba sobrecargada por el combate. Mientras se recuperaba, una sensación extraña la invadió, una mezcla de gratitud y algo más. Tal vez fuera añoranza de seguir haciendo sus entrenamientos como lo hacia en su otra realidad.
A medida que Alexander se acercaba para asegurarse de que todo estaba en orden, Lia sintió cómo su pulso se aceleraba nuevamente, pero no por el peligro de los bandidos. No. Era por él.
Mientras sus miradas se cruzaban, algo cambió en el aire entre ellos. La cercanía, la tensión acumulada, todo parecía condensarse en ese breve momento. Lia trató de apartar la mirada, luchando con una sensación extraña que se había formado en su pecho, pero no pudo evitarlo. La presencia de Alexander se sentía más real, más intensa, y su cercanía la hacía sentir una extraña mezcla de calor y ansiedad. A ella le había llamado mucho la atención como Lia desde el primer momento que lo vio sentado en su primer encuentro, pero como Lira los sentimientos estaban en conflictos, se sentía con dos emociones opuestas al mismo tiempo.
—¿Estás bien?
Lia asintió, pero su mente seguía nublada por los pensamientos que la invadían. La batalla había terminado, pero la lucha interna que sentía no hacía más que empezar. ¿Qué pasaría si sus sentimientos por él seguían creciendo de la manera tan descontrolada como estaba sucediendo, sobre todo sabiendo que él estaba comprometido con Martina? Se sentía una basura, pero como dice el dicho: al mal tiempo, buena cara.
Su mirada se desvió hacia el suelo, intentando alejar esos pensamientos. Sabía que no era el momento adecuado para confrontar sus emociones. En ese momento, había algo mucho más grande en juego: la seguridad del reino y la traición que había descubierto.
—Sí, estoy bien —respondió Lia, aunque sus palabras sonaron más frías de lo que quería. Intentó centrarse en lo que realmente importaba.
Alexander, sin embargo, no parecía convencido. Dio un paso hacia ella, y por un momento, sus ojos se encontraron en un silencio profundo. Algo en su mirada sugería que él también sentía la misma tensión. Pero, en lugar de hablar sobre ello, ambos sabían que no era el momento.
—Sigamos —dijo finalmente Alexander, rompiendo el silencio y dándose la vuelta hacia el camino que los llevaría de regreso al castillo.
Lia lo siguió sin decir una palabra, pero su mente estaba lejos, dando vueltas a lo que acababa de ocurrir. Mientras caminaban en la oscuridad del bosque, la distancia hacia el castillo parecía más larga de lo que realmente era. Sin embargo, Lia sabía que el peligro no había pasado. El futuro aún estaba lleno de incertidumbres, tanto para el reino como para ella misma.
Lo único que tenía claro en ese momento era que debía seguir adelante. No podía dejar que sus sentimientos o dudas la desvíen del objetivo. No cuando el destino del reino estaba en juego.




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