Lía estaba sentada en la gran mesa del consejo, con los mapas de las provincias vecinas desplegados frente a ella. La luz de las antorchas proyectaba sombras largas sobre las paredes de piedra, y el murmullo de las conversaciones entre los nobles llenaba la sala con un zumbido constante. La tensión en el aire era palpable, una carga silenciosa que se había vuelto cada vez más pesada desde que el rey enfermó.
A su derecha, Alexander escuchaba en silencio las propuestas y quejas de los consejeros. Su expresión era imperturbable, sus dedos tamborileando suavemente sobre la mesa de madera oscura. Su postura era la de un líder que conocía su poder y sabía cómo ejercerlo, pero Lía notaba el peso detrás de esa fachada de control absoluto.
Desde la ausencia de su padre, el duque San Marino, Lía había asumido su lugar en el consejo, ya que ella tenía la misma línea de pensamiento del duque, así que no se le hacía difícil seguir sus pasos, al ser educada como sucesora del ducado las cosas no eran tan sencillas como parecía a simple vista. Su selección al puesto no fue por elección propia, sino porque el vacío político que había dejado su padre necesitaba ser cubierto rápidamente. Y Alexander, en su infinita capacidad para anticipar y controlar la situación, había insistido en que lady Lira fuera la indicada para ocupar ese lugar. Era una decisión estratégica, con un toque también personal.
Pero la situación era mucho más compleja de lo que cualquiera de los presentes imaginaba. El rey estaba débil, su salud deteriorándose a un ritmo alarmante y su esperanza de mejorar disminuía con cada día que pasaba. La corte intentaba ocultar la gravedad de la situación, pero los rumores se habían filtrado. Y donde hay debilidad, hay oportunidad.
La oposición estaba ganando fuerza. Alexander y Lía lo sabían muy bien, porque días atrás habían escuchado a escondidas una reunión entre varios nobles que conspiraban en las sombras. Habían hablado de derrocar a Alexander, de tomar el trono y restablecer el orden bajo un gobierno diferente. Pero lo que más había inquietado a Lía no fue la certeza de que la oposición buscaba destronar a Alexander, sino el hecho de que su nombre había sido mencionado específicamente.
"La hija del duque es un obstáculo."
"Su lealtad al príncipe es peligrosa."
Peligrosa.
Lía sintió un escalofrío recorrerle la espalda al recordar esas palabras. Sabía que su posición en la corte la colocaba en el centro de un juego político que podría terminar en su favor… o en su ruina.
—¿Algo que añadir, señorita Lía? —preguntó uno de los nobles, su tono condescendiente rompiendo sus pensamientos.
Lía levantó la vista y notó cómo Alexander la miraba de reojo. Sus ojos azules, fríos e impenetrables, la observaban con la expectativa calculadora de alguien que mide cada respuesta.
Después de dar su opinión de forma objetiva y fuera vista de buena manera, Lía sintió que el peso de la tensión en su pecho disminuía ligeramente. Pero aún quedaba la presión constante de ocupar el lugar de su padre y la amenaza latente de la rebelión.
Cuando terminó el consejo, Lía salió al pasillo de piedra, su respiración aún entrecortada por la tensión. Martina la esperaba en el umbral de una de las galerías, su expresión amable pero atenta.
—Estuviste magnífica Lia —comentó Martina con una sonrisa ligera.
Lía suspiró, apoyando la espalda contra la fría pared de piedra.
—Gracias, pero… —respondió. —No sé si esto es lo que se espera de mí.
Martina se acercó, sus ojos marrones brillando con comprensión.
—No tienes que ser tu padre, Lia —dijo suavemente. —Eres tú misma, y Alexander confía en ti. Eso significa algo.
Lía la miró con escepticismo.
—¿Confía en mí… o simplemente me está usando para mantener el orden?
Martina la miró con seriedad.
—¿Tú qué crees?
Lía bajó la mirada. Sabía que Alexander confiaba en ella de una manera que iba más allá de la política. Pero también sabía que esa confianza podía convertirse en un arma peligrosa si Alexander comenzaba a tomar decisiones extremas.
—Él está cambiando —murmuró.
Martina frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Se está volviendo más calculador. Más frío. Como si… —Lía hizo una pausa, el peso de sus pensamientos oscureciendo su expresión. —Como si estuviera dispuesto a hacer lo que sea necesario para mantener el orden. Incluso si eso implica volverse un tirano.
Martina pareció evaluar sus palabras por un momento antes de responder.
—Alexander lleva mucho tiempo soportando la carga de este reino —dijo. —Tal vez ha llegado al punto en que no puede permitirse ser benevolente.
—Pero yo sé que él no es así —insistió Lía.
Martina la miró con una mezcla de compasión y comprensión.
—No puedes esperar a que el siga siendo el mismo niño con el que jugábamos, además si alguien puede evitar que cruce esa línea… eres tú.
-Pero tú eres su prometida, tú puedes hacerlo.
-Y tú eres su consejera y mano derecha.
Martina se despidió y se fue a donde se encontraba Alexander. Lia observaba el comportamiento de ambos, no era que demostraran ser la pareja más romántica del planea, pero si demostraban llevarse bien, Alexander con Martina se mostraba cálido, mientras que con el resto era frio y calculador, y con ella el a pesar de ser amigos de la infancia tenían que mantener la formalidad para evitar malos entendidos con la gente que los rodeaba.
Lia suspiro, sabía que con Martina como reina el reino prosperaría. Mientras tanto ella utilizaría sus conocimientos del futuro para su beneficio, obviamente después de que se calmara toda la situación.
Esa misma noche, después de una jornada agotadora, Lia salió al jardín del castillo para intentar despejar su mente. Necesitaba aire fresco, necesitaba calma. La luna llena iluminaba el cielo despejado, y el aire frío de la noche la abrazaba con suavidad. Fue entonces cuando sintió su presencia antes de verlo. Alexander apareció en la entrada del jardín, su figura alta y serena.
—¿No deberías estar descansando, princesa? —preguntó, su tono tranquilo pero curioso. Era una pregunta ligera, una cortesía que reflejaba la misma amabilidad contenida que había mostrado antes, pero su mirada era diferente, más pensativa.
Lia sonrió débilmente, reconociendo el gesto.
—Creo que ambos necesitamos un poco de aire fresco —respondió, sintiendo el peso de las palabras que no decía.
Ambos se quedaron en silencio, mirando las estrellas. No había más que el sonido suave de la brisa y la calidez implícita en su cercanía. No había política, ni deber. Solo dos personas, buscando algo de paz en medio del caos.
—Gracias por estar aquí, Lira —dijo Alexander de repente, su voz grave cargada de sinceridad. —Todo esto es un caos que puede estallar en cualquier momento.
—Dime Lia por favor, Martina me dice Lia, nos conocemos desde niños.
Alexander sonrió de manera melancolía.
—Sabes, extraño esos días donde no tenia tanta responsabilidad y podía disfrutar pasar tiempo con ustedes.
Lia sintió su corazón acelerarse, y aunque las palabras se le escapaban, se vio obligada a mirarlo a los ojos. Un momento, una fracción de segundo, donde todo lo demás desapareció.
—Yo también lo extraño—respondió, su voz suave pero firme. —Sabes que ni mi padre, ni yo te vamos a abandonar.
El silencio que siguió a sus palabras fue cargado de significados. Sabían lo que estaba en juego, lo que debía venir, pero en ese momento solo estaban el uno al otro. La tensión de Lia por Alexander seguía ahí, aunque por un breve segundo, el mundo entero se desvaneció, dejándolos solos bajo las estrellas.