Ecos del tiempo

Capítulo 14: La verdad en las sombras

Lía se encontraba en su habitación, sentada frente al espejo de oro que adornaba la pared. El silencio era profundo, solo interrumpido por el suave susurro del viento que pasaba a través de las rendijas de la ventana. Mientras eso sucedía Lia tenía sus pensamientos enredados como hilos imposibles de desenredar, el haber recuperado el cien por ciento sus recuerdos era perturbador.

Su reflejo en el espejo era el de una joven noble, la consejera del príncipe, alguien que llevaba el peso de la corte en sus hombros. Pero su mente no estaba aquí, estaba en otro lugar, en los recuerdos de otro tiempo.

¿Debería decirle la verdad a Alexander?

El pensamiento la había perseguido durante semanas, pero con la reciente revelación todo cambiaba. Si le revelaba que había regresado del futuro, que conocía la historia de su reino, ¿qué haría él? ¿Lo aceptaría? ¿O lo vería como un invento, como una burla a su confianza?

Lía cerró los ojos por un momento, recordando la última conversación que tuvo con él en el pasado.

"No me ocultes nada."

Se cubrió los ojos con ambas manos. Tenía que decidir, era ahora o nunca. Tenía que convencerlo, dos cabezas pensaban más que una.

Lía se levantó y caminó hacia la ventana, dejando que el aire fresco acariciara su rostro. La ciudad se veía a lo lejos, tan tranquila y prospera. Lía cerró los ojos, respirando profundamente. Sabía que había mucho en juego. Si le revelaba la verdad, el escenario cambiaria drásticamente y eso incluía a Kaelen.

Al final, la única forma de saberlo era intentarlo.

"Alexander..."

Lía susurró su nombre en voz baja, como si probara cómo sonaría su confesión en sus labios. Entonces, sin poder resistir más la tentación de saber qué pensaba él, dio un paso hacia la puerta.

Antes de abrirla, se detuvo y miró una última vez su reflejo en el espejo. Era como si al mirarse, pudiera ver todas las versiones de ella misma, todas las decisiones que ya había tomado y las que aún debía enfrentar.

Con una respiración profunda, Lía giró la perilla y salió de la habitación, decidida a enfrentar su destino. Ya no podía seguir escondiéndose. Era hora de que la verdad saliera a la luz, aunque eso significara arriesgarlo todo.

En el pasillo, sus pasos resonaron con firmeza, y el viento acarició sus cabellos como una señal de que lo que estaba a punto de hacer no tenía vuelta atrás.

Al cruzar la esquina, llego a la oficina donde Alexander solía pasar la mayor parte del tiempo, cruzando la puerta, lo vio parado cerca de la ventana, como si estuviera esperándola. Sus ojos azules brillaron al verla.

Lía se detuvo frente a él, el corazón latiendo con fuerza.

—Alteza… —comenzó, su voz temblando ligeramente.

Alexander la miró fijamente, su expresión estaba tranquila.

Era el momento.

Lía cerró los ojos un segundo y, cuando los abrió, dijo con determinación:

—Necesito hablar contigo sobre algo importante.

La verdad estaba lista para salir. Ahora, todo lo que podía hacer era esperar la reacción de él. Dijo una parte del hechizo que ella recordaba y la expresión de Alexander cambio, tocándose la cabeza y cerrando los ojos con fuerza.

-Alexander… -Lia corrió para sostenerlo.

El cuerpo de Alexander se tambaleó ligeramente hacia atrás antes de que Lía lo alcanzara. Sus manos lo sostuvieron con fuerza, temiendo que se desplomara. Él jadeaba, los párpados apretados, y sus dedos se aferraban a su sien como si algo estuviera desgarrando su mente desde dentro.

—¿Qué... qué paso… retrocediste… cómo? —murmuró él, su voz apenas un hilo de aire.

—Tú lo hiciste —susurró ella, con la voz quebrada, pero llena de determinación—. No pensé que lo recordarías, te vine a contar aun sabiendo que podrías no creerme.

Alexander cayó de rodillas, y Lía fue con él, sosteniéndolo con cuidado. Durante unos segundos, pareció luchar contra algo invisible. Sus ojos se abrieron de golpe, unas brillantes luces doradas se veían en sus pupilas, si no hubiera estado cerca de él no se habría dado cuenta.

—Lía... yo... —su voz era diferente ahora, como si llevara siglos en la garganta—. Te vi... Te vi en otra vida. Vi el fuego. Vi cómo todo terminaba...

Ella asintió lentamente, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho, él tenía una mano en su mejilla.

—Sí. Lo viviste... lo vivimos. Fue real, ese fue nuestro destino y lo será si no hacemos algo.

Alexander respiró hondo, con los ojos perdidos en el vacío. Estaba viendo un mundo que ya no existía, o que aún no había llegado. Cuando volvió a mirarla, sus pupilas estaban dilatadas, pero su mirada tenía una nueva claridad.

—Entonces hice el hechizo, esa fue nuestro último movimiento antes de caer.

Lía no respondió al instante. No necesitaba hacerlo. La verdad estaba en su rostro, en su silencio, en el peso de su mirada.

Alexander la tomó de las manos, con una fuerza desesperada.

—Entonces, desde este momento... estamos juntos en esto.

Lía sintió cómo una lágrima resbalaba por su mejilla, sin que pudiera detenerla. Por primera vez desde su regreso, no estaba sola.

Ahora sabía que todo cambiaría. Los hilos del destino se habían vuelto a mover... y no había marcha atrás.

El despacho estaba en silencio, pero el aire vibraba con algo nuevo. No era magia. Era certeza. Era verdad.

Alexander permanecía de rodillas, todavía sosteniendo las manos de Lia con fuerza, como si fueran su ancla a la realidad. Ella no podía dejar de mirarlo, preguntándose cuánto había recordado. Cuánto de su pasado, y del suyo, ahora se entrelazaban.

—¿Qué recuerdas exactamente? —preguntó ella, con voz suave, temiendo tanto la respuesta como ansiándola.

Alexander cerró los ojos un instante y respiró profundamente. Cuando los abrió, su mirada parecía haber envejecido décadas.

—Recuerdo… estar en el salón del trono. El fuego lo consumía todo. Cuando me dijiste lo de la muerte de Martina... —Su voz se quebró, y Lia apretó sus dedos con suavidad, dándole fuerzas para continuar—. Recuerdo cómo me culpaba.




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