No fue ninguna sorpresa que no regresará luego de aquella noche.
Iluso.
Pensaba que si no pasaba por el callejón no me vería más… por supuesto que eso no detuvo el tormento que tenía planeado aunque tampoco sació por completo mi alma.
Mi horario favorito para atormentarlo eran las tres de la mañana, no sé porqué, pero ese horario es diferente… siento que tengo más energia, como si el mundo de los vivos se abriera para dejarme entrar.
Me gusta esa hora.
De mover cosas.
Susurrarle al oído.
De pasar mis manos por aquel rostro que alguna vez amé.
De acariciar su garganta con el mismo cariño con el que él lo hizo aquella vez.
Sus expresiones de miedo alimentaban algo oscuro dentro de mí.
Cada grito, cada súplica, cada intento inutil de encender las luces cuando el aire de la habitación se enfriaba… cada acción suya me daba ganas de seguir con aquel juego.
Si él no se detuvo cuando se lo pedí ¿Por qué debería hacerlo yo?
A veces cuando el reloj marcaba las tres en punto la puerta de su habitación se abrían solas, las ventanas golpeaban y el aire olía a óxido, si no se tapaba los oídos podía escuchar mis gritos, igual que aquella noche.
Amaba ver como se aferraba a la cama temblando, como sus ojos buscaban alguna explicación lógica mientras yo deslizaba su cordura al mover un poco más aquella fotografía.
Cada noche hacía algo nuevo solo para escuchar su respiración entrecortada.
Esta noche sin embargo fue diferente.
Volvió al callejón.
Es la primera vez que puedo verlo después de tanto tiempo, ya que lo único que podía hacer en esas madrugadas era verlo a medias entre neblina borrosa pero tenerlo aquí es diferente puedo ver cómo su rostro está pálido, las ojeras profundas hunde su mirada y la barba crecida le da un aire de abandono.
No sé cuánto ha pasado desde aquella noche de Halloween pero sé que desde ese entonces mi alma no se ha despegado de la suya ya helada.
Por más que no pueda salir de aquí, la conexión que tenemos me permite llevar una mitad de mi alma junto a su cama en la madrugada aunque lamentablemente solo sea por unos cortos minutos.
Minutos que para él deben parecer horas.
Mm, por lo que veo no viene solo.
Una mujer de edad viene con él, trae collares grandes puestos, veo una bolsa sobre su hombro con objetos que tintinean con el movimiento de sus pasos.
Ah… así deben lucir las personas que exorcizan ¿De verdad cree que podrá librarse de mí?
La observo con curiosidad, camina despacio colocando objetos en el suelo, moja una rama de alguna planta y empieza a caminar en círculos alrededor de él, murmurando una oración.
El aire se vuelve más pesado y por un momento siento algo moverse dentro de mí, como si alguien tirara de una cuerda invisible, sigue con esa canción por unos minutos más y sus palabras se pierden en el aire.
El agua cae sobre el suelo y parece chispear como si estuviera hirviendo, el hombre tiembla y mira a todos lados, lo sé, aunque no puede verme sabe que estoy aquí.
Puedo oler su miedo.
Puedo sentir como su corazón golpea con fuerza desesperado.
—Espíritu errante —Dice elevando la voz—. Libérate del rencor.
Una carcajada abandona mis labios, no recordaba cómo el reír pero ahora suena distinto, hueco, quebrado.
—¿Rencor? —Susurro quedando al lado de la mujer—. Tú no sabes lo que es el rencor.
Las luces parpadean.
El aire se congela tanto que la mujer puede ver su propio aliento.
Se detiene y observa a su alrededor ya inquieta.
—Por favor… haz que se detenga —Dice él con la voz entrecortada.
Oh, esas palabras.
El olor a óxido vuelve a envolverme, el sonido de los maullidos muertos se mezclan con sollozos y entonces lo recuerdo.
Mis manos temblando, su rostro inexpresivo, la presión en mi cuello y el último grito que nunca salió de mi garganta.
La mujer saca un crucifijo y lo levanta gritando algo que mi furia no me permite entender, el aire vibra, por un momento mi cuerpo hormiguea pero no es más que eso.
Las velas se apagan y el crucifijo cae al suelo.
Yo sonrío.
—Ni el infierno me quiere aún —Digo para mi misma.
El reloj marca las tres en punto, el aire se vuelve pesado, el suelo vibra.
La mujer huye de la escena sin agarrar nada, solo corré asustada temiendo por su vida mientras que él cae al suelo cubriendo su cabeza con sus manos.
Solo quedamos nosotros.
Que romántico.
Mi voz resuena en todo el lugar como un eco que nunca termina.
—Es la hora de jugar amor mío.
Su grito ahogado es silenciado con el espesor del aire del callejón, me había escuchado, y por olor a su miedo podía finalmente decir que aquel miedo era real.
Ya sabía que no se podría salvar de mi.