Hace dos noches lo escuché, su voz temblaba, hablaba solo o mejor dicho me estaba llamando a mi.
Mi sorpresa al escuchar mi nombre de sus labios no fue agradable pero siendo sincera no esperaba que recordasé mi nombre.
Me acerqué a él, había vuelto al callejón donde solía dejar la comida para gatos, los ojos hundidos y la mirada vacía.
—Ya no estás aquí —Susurró meciéndose—. Ya no estás aquí.
Pero si lo estaba.
Comenzó a traer comida otra vez, no para los gatos, sino para mí. Dejaba los platos frente a la pared quizás esperando que me sentará y comiera lo que me había traído, o capaz esperaba mi compañía luego de tanto tiempo.
Cada noche lo veía más demacrado, empezó a dormir en el callejón abrazando un abrigo femenino que muy a mi pesar era mío.
Algunos vecinos lo observaban desde lejos, lo veían hablando, riendo, discutiendo y llorando solo.
Lo llamaban el loco del barrio, que había perdido la cordura luego de que su novia desapareció dejándolo solo.
Un rumor amargo que no me dejaba un buen sabor.
Un día lo encontré tendido en el suelo, marcaban las tres en punto como de costumbre, pero está vez era diferente.
Sus labios estaban azules y sus ojos bien abiertos mirando a la nada, no había señales de violencia en él, su cuerpo estaba tan quieto que por un instante creí que había muerto...
Y entonces lo sentí.
Una presencia detrás de mí.
No era la mía, era suya.
Me observó confundido y sonrió con alivio.
—¿Ahora si me dejaras dormir?
Me acerque a su lado extendiendo la mano.
—No, tu verdadero infierno empieza ahora.
Tomo mi mano y ambos caminamos fuera del callejón.
A la mañana siguiente los vecinos encontraron el cuerpo al lado de la comida que se había amontonado en el lugar, la comida estaba envenenada y luego de comerla eso había acabado con su vida.
Una nota estaba cerca y uno de los vecinos la leyó:
“Ella vino por mi, ahora estamos bien”
Desde ese entonces dicen que en las madrugas, cuando todo estaba en silencio se oyen dos voces susurrando entre las paredes del callejón.
Una se ríe y la otra súplica por piedad.
Nadie se acerca porque algunos juran que si te detienes a escuchar por demasiado tiempo empiezas a oír a una mujer susurrar: “Una vez que el alma se enfría, nunca volverá a ser la misma!”.