Ecos en la Sombra

Capítulo 1 – El vacío del trono

La mansión Vanderleigh, habitada por siglos de historia, ahora parecía un lugar vacío. La tristeza había quedado atrapada en sus pasillos, mientras los ecos de pasos solitarios se desvanecían en las paredes de mármol. Desde la muerte de Alexander, las reuniones en la gran sala habían perdido su majestuosidad, y el peso del futuro se había transferido a la figura de Geneviève Vanderleigh, la esposa ahora viuda.

Anastasia se encontraba en una de las salas más apartadas de la mansión, con una copa de vino en la mano, observando cómo los últimos rayos del sol iluminaban las frías paredes de la residencia. La muerte de Alexander no solo era un hecho que ella había anticipado, sino que también marcaba un cambio irrevocable. Había estado esperando este momento, pero no podía permitirse el lujo de mostrar demasiada emoción. Los otros actores en el juego estaban al acecho, y cada paso debía ser calculado.

La noticia de su muerte había viajado rápido, y las reacciones no se hicieron esperar. Julian Vanderleigh, el hijo mayor, estaba atrapado entre el dolor y la inevitabilidad de su destino. Era la pieza más predecible del tablero: el heredero, el hombre que en algún momento sería el nuevo líder, pero que aún no estaba preparado para llenar los zapatos de su padre. Sin embargo, Anastasia no lo subestimaba. Sabía que la ambición de Julian era una chispa peligrosa, y la pregunta que le rondaba era simple: ¿cómo manejaría su primer encuentro con el poder?

Mientras Geneviève se encargaba de las ceremonias públicas, Anastasia se movía en las sombras, buscando las alianzas necesarias. Había un espacio vacante en la mesa de los Vanderleigh, y ella tenía la intención de ocuparlo, cueste lo que cueste. El poder nunca es un regalo; siempre es una conquista.

De repente, la puerta se abrió. Mičev, su hombre de confianza en Zurich, apareció en el umbral, con la mirada de quien trae malas noticias.

—Lo hemos conseguido, Lady Vólkova. La red de influencias ha sido asegurada. Pero… —hizo una pausa, como si las palabras fueran más pesadas de lo que quería decir— Geneviève ya tiene sus propios aliados.

Anastasia lo miró fijamente, sus ojos afilados como cuchillos.

—No me interesa lo que ella tenga. Ella solo juega al control, pero no tiene la visión que se necesita para llevar esto al siguiente nivel. Si cree que puede tomar el poder simplemente por ser la esposa de Alexander, se equivoca. —Dio un paso hacia él, su tono suave pero penetrante—. ¿Y Julian?

Mičev bajó la mirada. Sabía lo que significaba esa pregunta.

—Está… dudoso. Pero, como siempre, sigue buscando su momento. Aunque… —dijo, haciendo una leve pausa—, algunos murmuran que está listo para mover sus piezas. Podría sorprendernos.

Anastasia sonrió, una sonrisa fría, de esas que no muestran ni un atisbo de emoción genuina. Julian… ella siempre había sabido que sería la clave de este juego. La pieza final. Pero, ¿cuánto estaba dispuesto a sacrificar para tomar lo que era suyo?

—Genial. Lo que no sabe es que las piezas que él busca no son las que yo tengo en mis manos. —Se giró lentamente, mirando el paisaje desde la ventana, y luego sus ojos se fijaron en las luces de la ciudad—. Nadie va a impedirme lo que es mío. No Geneviève. No Julian. Ni siquiera su sombra.




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