Las primeras horas de la mañana pasaban desapercibidas mientras la familia Vanderleigh lidiaba con las sombras que rondaban sus puertas. En la sala principal, Geneviève y su hijo Julian estaban finalmente solos. La conversación que debían tener había estado pendiente durante días, pero el silencio entre ellos era palpable.
Geneviève se sentó frente a la mesa de caoba, observando a su hijo con una mirada penetrante, como si pudiera ver a través de él. Había llegado el momento de hablar de lo que ambos sabían, aunque ninguno de los dos quería admitirlo en voz alta.
—Julian, sabes lo que eso significa —dijo Geneviève, su voz tan fría como siempre—. El poder de la familia Vanderleigh no puede ser cedido sin más. Alexander no tenía un heredero como tú, ni un sucesor capaz de llevar esto más allá.
Julian la miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de frustración y ambición reprimida. Era evidente que quería algo más que lo que su madre estaba dispuesta a ofrecerle.
—Sé lo que significaba para ti, madre. —Sus palabras fueron cortantes, directas—. Pero lo que necesito ahora es algo más que palabras. Necesito poder real, y no tengo intención de esperar a que me lo den en bandeja de plata.
Geneviève arqueó una ceja, sorprendida por la audacia de su hijo, aunque su rostro no mostró más que una leve expresión de curiosidad.
—¿Qué sugieres? —preguntó.
En ese momento, Anastasia entró en la sala sin hacer ruido, sus pasos tan suaves como siempre. Se detuvo junto a la mesa, con una sonrisa en el rostro.
—El control no se entrega, Julian, se toma. Y si estás dispuesto a luchar por él, necesitarás algo más que la confianza de tu madre. Necesitarás una carta que nadie pueda ignorar.
Geneviève la miró, su rostro imperturbable, pero con una pizca de desconfianza.
—¿Qué carta? —preguntó, dejando escapar una risa que no llegó a tocar sus ojos.
Anastasia se acercó más, inclinándose ligeramente sobre la mesa.
—La carta de la reina, madre. La carta que ningún hombre de negocios podrá rechazar. Una alianza con Leopold Hovland. Si logramos que él se convierta en nuestro aliado, ningún Vanderleigh será ignorado.
La atmósfera en la sala cambió de inmediato. Hovland no era un hombre con el que se pudiera negociar sin consecuencias. Su ambición y su poder no conocían límites. Pero la propuesta de Anastasia, por audaz que fuera, también era peligrosa.
Julian frunció el ceño, claramente intrigado pero escéptico.
—¿Y qué quieres a cambio de este trato, Lady Vólkova?
Anastasia sonrió, con una sonrisa que dejaba claro que ella ya había calculado todo.
—Todo. Pero en el momento adecuado. Por ahora, concentremos nuestros esfuerzos en hacer que Hovland juegue nuestras cartas. El poder nunca es gratuito, Julian. Ni tú ni yo lo olvidemos.
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conspiración geopolítica oscura, romance tenso entre enemigos, intriga de élite y traiciones
Editado: 05.05.2025