Ecos: la voz de los inocentes

La llegada

 

PROLOGO

En un planeta diferente.

La vieja anciana temblaba de terror en un rincón de su antigua casa, el ser que había entrado la intimidaba en todos los sentidos, sin embargo, estaba dispuesta a resistir cualquier atrocidad si se trataba de proteger lo que más amaba, su última descendiente.

- ¿Dónde está? - dijo el ente con voz hostil. Sus ojos eran profundamente negros, su forma no era similar a ninguna conocida.

A pesar de que el enemigo la superaba en fuerzas, comprendía que su deber era proteger el equilibrio del universo, esa era la única razón por la que había vivido tanto tiempo en ese mismo lugar y la razón por la que seguiría hasta el final.

-No, no lo sé, cu.. cu…aando llega su tiempo… son llevados a donde este universo u otros, lo necesiten-. respondió la anciana trémula.

-Tarde o temprano la encontraré, no puedes impedirlo-

La anciana suplicó por su vida, porque era lo debido y porque tenía la esperanza de que aún no acabase su tiempo, pero el mal había entrado a su vieja casa y esta comenzó arder en llamas.

Buscó una salida, trato de comunicarse con ella; fue inútil, estaba demasiado lejos.

Las bestias salvajes se aproximaron a ayudar, la misión era imposible. El fuego va más de prisa que el agua y mata más cruelmente.

La mitad del techo se vino abajo y abrió una brecha para que la vieja anciana pudiera escapar.

Su tiempo aún no llegaba.

Su tiempo, apenas comenzaba.     

 

CAPITULO 1

La llegada

Cuando mi vista se aclaró no reconocí el lugar dónde estaba. ¿Cómo había llegado? ¿Era un sueño?

Estaba parada en el centro de lo que parecía un patio de juegos; el viento era cálido pero el color verde del pasto y las hojas de los árboles se habían ido desde hacía mucho tiempo, todo era absolutamente café.

Al principio creí que nadie podía verme pensé estar muerta al igual que todo lo que estaba en ese lugar, después me percaté que los niños y ancianos, los cuales eran los únicos habitantes si podían verme, pero a nadie consideraba mi presencia.

 Los ancianos eran demasiados viejos para prestarme atención y los niños… algo andaba mal con ellos, si estaba en medio de un patio de juegos (o al menos eso parecía) ¿por qué todos los niños pasaban de largo por él?

Nadie sonreía ni se divertía.

Ahí estaba, sola y sin encontrarle sentido a lo que ocurría.   

Los mayores se percibían preocupados y con prisa, los más pequeños siempre miraban al piso. Me acerqué a un grupo de ellos que venía susurrando y les dije:

–Hola, ¿dónde estoy? -. Se alejaron con mayor prisa.

Entonces ví algo que capto mi atención en el centro del patio, era una casita de madera. Un hombre mayor salía de ahí con algo de dificultad acomodándose la ropa que llevaba sobre los hombros y se alejaba tranquilamente.

Observe aquella casita desde donde estaba y minutos después un pequeño salió con la cabeza gacha, él vestía igual que todos aquí: únicamente con una ropa blanca, el hombre avanzo unos metros y luego espero al niño.

El pequeño que aparentaba 10 años llegó hasta mí y en esta ocasión no hablé, pero él si se percató de mi presencia, me miró a los ojos y pude ver desesperación en ellos, tristeza e incluso odio. Tenía miedo de hablarle y que se fuera huyendo como los otros, así que me quede ahí, inmóvil, mirando sus profundos ojos negros que me pedían ayuda a gritos. Luego se alejó tan de prisa que no pude ni preguntarle su nombre. El anciano me observo como si fuera otro viejo árbol y luego siguió su camino.

Estaba tan confundida, no recordaba absolutamente nada, era como estar soñando sin recordar haberme quedado dormida. Me pusé a caminar por aquel lugar en donde no parecía haber nadie más que niños y hombres mayores, o al menos eso era lo único que había visto hasta ahora; en aquel lugar donde a nadie le importada mi presencia y nadie me hablaba.

Llegue a pensar que tal vez estaba muerta y me encontraba vagando en alguna parte del universo. De pronto uno de los ancianos del lugar me tomó por sorpresa, llevaba un bastón de madera, la misma bata blanca que le había visto antes al otro anciano, la piel arrugada y la vista le faltaba, lo supe por el blanco absoluto en sus ojos. 

-Crees estar perdida pero no lo estás, llegaste por un motivo, debes afrontar esta realidad.

Creí haber imaginado eso, porque el anciano casi no movió los labios.

–¿En dónde estoy? ¿qué es este lugar?

Él anciano no me respondió.

 –¡En dónde estoy!, ¡qué es este lugar! - repetí con mayor ímpetu.

–¡Hey!, deja en paz al anciano Carlo- otro hombre como de unos 30 o 35 años me regañó. Se encontraba del otro lado del camino, parecía tan enojado que pensé que había hecho algo prohibido. Entonces comencé alejarme de ahí, pero volvió abordarme.

 –¿Dónde crees que vas? - me dijo en tono sarcástico.

 –No lo sé, ¿en dónde estoy? -.

Me miró como si le hubiera preguntado algo tan obvio como el número de dedos de la mano, fue hasta entonces que miré mis manos, mis brazos, ¡mi cuerpo!; estaba vestida como ellos o más bien vestido como ellos, tenía cuerpo de un chico de 16 años y no sabía por qué. 

-Te pregunté ¿a dónde vas? - volvió a repetir el hombre sacándome de mis pensamientos.

 –¿Dónde estoy? ¿qué es este lugar? - repetí con resignación y obtuve respuesta.

 –Estas en Galdy y por si no lo recuerdas no debes molestar a los meditadores- me indicó señalando al anciano.

Asentí con la cabeza y me quedé mirando mis pies, ¡mis pies descalzos!; ¿por qué estaba descalza?

¿Por qué estaba en este cuerpo que no me pertenecía?  

- ¡Vamos! ve a la zona este, de seguro escapaste de tus responsabilidades- dijo

-No sé dónde queda eso- respondí manteniendo la vista en mis pies.




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