Ecos Profanos

II- Institucionalidad de la Hipocresía:

¡Oh, la institucionalidad lograda, esa falacia adornada con falsas promesas y discursos vacíos! En un
mundo donde los que ostentan el poder usan su manto de legalidad para sofocar el grito de los oprimidos.
La regulación del accionar estatal en manifestaciones públicas es una puta broma, un teatro macabro que
oculta la violencia estructural con capas de legalismos vacíos y promesas incumplidas.

Como bien señala Michel Foucault, el poder no es una institución, ni una estructura, sino una relación de
fuerzas. Aquí, las fuerzas están claramente a favor de quienes llevan la batuta de la represión. Los avances
mencionados no son más que espejismos, cortinas de humo para ocultar la brutal realidad de una policía
que, en su rutina diaria, se convierte en el verdugo de los más débiles.

¡Y qué decir del compromiso con los derechos humanos! ¡Otra puta mentira! ¿Dónde está ese
fortalecimiento institucional que debería trascender las gestiones de gobierno y el contexto
socioeconómico? ¡En ningún lugar! Todo es volátil, todo se desmorona ante la mínima brisa de cambio.
Los derechos humanos se venden como mercancía en un mercado de hipocresía y cinismo.

El escenario para avanzar se presenta volátil, ¡claro que sí! Porque no hay un actor institucional con los
huevos suficientes para asumir y explicitar las políticas que realmente reduzcan la violencia y las muertes
intencionales. ¿Por qué? Porque en el fondo, nadie quiere un verdadero cambio. Nadie quiere soltar las
riendas del poder. Como diría Walter Benjamín, “detrás de cada fascismo hay una revolución fallida”.

La reducción de delitos, una falacia más, menos pronunciada en las áreas más empobrecidas, donde la
policía no es más que otra forma de opresión. Esas reformas de mierda en la provincia de Buenos Aires y
en las instituciones federales no son más que paliativos, paños fríos sobre heridas purulentas que no dejan
de supurar. La violencia institucional es la norma, no la excepción.

Y los homicidios de mujeres por parte de sus parejas policías... ¡qué ironía macabra! Las instituciones de
seguridad, encargadas de proteger, se convierten en los peores verdugos. Aquí se muestra en toda su
crudeza la verdadera cara de un sistema podrido hasta los cimientos.

Como diría Slavoj Žižek, el problema no es la corrupción en el sistema, sino que el sistema mismo es la
corrupción. Aquí no hay salvación, no hay redención, solo una interminable repetición de abusos y
violencias disfrazadas de legalidad. La institucionalidad lograda es una puta farsa, y todos estamos
atrapados en este grotesco espectáculo, condenados a sufrir las consecuencias de un poder que nos aplasta
sin piedad.



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En el texto hay: porcinopoesia, mra

Editado: 01.09.2025

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