Ecos Profanos

IV- La Virtud como Herramienta de Sumisión.

¡Ah, qué farsa monumental y perniciosa! Esta perniciosa adoración de la virtud y la resiliencia, camuflada
bajo el disfraz elegante de una filosofía tan celebrada. Permitidme desmenuzar, desollar y exponer la
miseria subyacente de esta ideología que tanto se ensalza por aquellos que buscan una sutil, pero efectiva,
herramienta para perpetuar el status quo.

¡Oh, Nietzsche! ¡Oh, noble Friedrich! ¿Qué dirías tú, que tantas veces arremetiste contra los ídolos de
barro de la moral convencional, de esta “virtud” tan promovida? La virtud en cuestión es una jaula
dorada, un opio para el espíritu, diseñado para mantener a las masas en un letargo perpetuo, sumisas bajo
el yugo de una moralidad insípida y una razón deshumanizante. ¿Virtud? No, mi querido Zarathustra, es
conformismo. No es una aspiración noble, sino una sutil manipulación de la voluntad humana.

Tonini Artos, gran apóstol del orden establecido, alabas esta resiliencia, promoviendo la idea de que
debemos soportar, resistir, y aceptar nuestro destino con una sonrisa de esclavo agradecido. ¡Qué
conveniente para los poderosos, para los opresores, que su súbdito sea así! Que en lugar de rebelarse, de
levantarse y destruir las cadenas que le atan, prefiera encontrar consuelo en la imperturbabilidad y la
disciplina. Resiliencia, dicen ellos. ¿Y quiénes se benefician de tal resiliencia? Los mismos que colocan las
piedras en el camino, los que establecen los obstáculos que debemos superar con fortaleza.

La virtud es un dogma pernicioso que glorifica la sumisión y denigra la rebelión. Nos pide que aceptemos
las injusticias del mundo como pruebas de nuestra resistencia, como oportunidades para mostrar nuestro
coraje y disciplina. Pero, ¿qué es el coraje sin la acción? ¿Qué es la disciplina sin la libertad? La virtud no
es más que una burla cruel de la verdadera grandeza humana, un veneno que nos adormece y nos hace
cómplices de nuestra propia opresión.

Esta filosofía, con su énfasis en la razón, rechaza las pasiones, las mismas pasiones que son el motor del
cambio, la chispa de la revolución. Nos piden que seamos racionales, que controlemos nuestras emociones,
que aceptemos nuestro lugar en el mundo sin quejarnos. Pero la razón sin pasión es fría, es estéril, es la
herramienta de los que quieren mantener el mundo exactamente como está.

Y, ¿qué decir de esa calma espiritual, esa ausencia de zozobra mental que prometen? Es la calma de los
muertos, de los que han renunciado a la vida, de los que han aceptado su destino sin lucha. Es la paz de
los cementerios, no la paz de los espíritus libres.

Esta ideología es, en el fondo, una filosofía del status quo, una doctrina que se ajusta perfectamente a las
necesidades de los opresores. Nos pide que nos conformemos, que aceptemos las injusticias como
inevitables, que busquemos la virtud en la sumisión. Es un tranquilizante para las masas, un credo que
asegura que el poder siga siendo poder y que los dominados sigan dominados.

¡Rechacemos esta falsa virtud, esta venenosa resiliencia! Que nuestras pasiones sean nuestro guía, que
nuestra ira sea el combustible de nuestra rebelión. La verdadera virtud no está en la aceptación pasiva de

la injusticia, sino en la lucha activa contra ella. No en la razón fría y calculadora, sino en el fuego ardiente
de la pasión. No en la calma de los esclavos, sino en la tormenta de los libres.

Nietzsche nos enseñó a superar la moralidad de los débiles, a abrazar la vida en toda su plenitud y
conflicto. Sigamos su ejemplo y rechacemos esta filosofía que no es más que una herramienta del poder
para mantenernos dóciles. La verdadera virtud está en la libertad, en la lucha, en la pasión desbordante
que nos impulsa a cambiar el mundo.



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En el texto hay: porcinopoesia, mra

Editado: 01.09.2025

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