Oh, qué magnífico delirio, ¡qué risible pretensión!
Sartre, el apóstol de la angustia, nos vende la mentira más vil:
“La existencia precede a la esencia”, un mantra hueco,
Una oda a la condena eterna del ser humano.
Nos dice que no hay un Dios, un creador con un plan preciso,
Como si negar una esencia preexistente fuera una revelación,
Cuando en realidad es sólo una burla a nuestra desesperación,
Una broma cruel en el escenario del absurdo.
En su mundo, el hombre es un náufrago sin brújula,
Una hoja arrastrada por los vientos de su “subjetividad”.
Nos condena a empezar por ser nada, a existir en la nada,
A forjar nuestra identidad en un vacío sin piedad.
¡Qué gloriosa ironía! Nos dice que somos lo que elegimos,
Que nuestro destino está en nuestras manos, libres y puras,
Mientras nos encadena con su discurso de libertad ficticia,
Ignorando el peso de las cadenas invisibles del poder.
Rechaza una escala de valores predeterminada,
Nos lanza al abismo del relativismo,
Como si escoger nuestros valores fuera una danza,
Una danza en la que cada paso es un tropiezo en la oscuridad.
No hay excusas, nos dice, no hay refugio en la cobardía,
Debemos asumir la responsabilidad total de nuestras acciones,
Como si fuéramos titanes en un mundo de caos,
Ignorando la tiranía del status quo que nos aplasta sin compasión.
Oh, Sartre, profeta de la desesperación disfrazada de libertad,
Tu teoría es un látigo que sodomiza al ser humano,
Una burla cruel a nuestras esperanzas y sueños,
Una carcajada en la cara de nuestra fragilidad.
Nos dices que no hay orden superior, que somos dueños de nuestro destino,
Pero tus palabras son un veneno, una ironía amarga,
Porque en el fondo, sabemos que estamos atrapados,
En un mundo donde la existencia es una prisión sin paredes.