El arte nos puede enseñar el valor del pensamiento libre y crítico como pocas otras cosas. No se hace con
un propósito instrumental, sino para expresar algo profundo del ser humano. ¡Qué falacia tan adornada
con palabras de fantasía! El arte, ese símbolo bastardo de la elite, ese opio visual de las masas que se creen
rebeldes porque pintan con colores extraños y escriben con metáforas huecas.
El arte se ha convertido en el refugio de los mediocres, los que se envuelven en el manto del surrealismo sin
entender que la verdadera revolución está en las calles, en las voces que claman justicia y en las manos que
se alzan contra la opresión. Pintar un reloj derretido o escribir versos incomprensibles no es un acto de
valentía; es un escape cobarde de la realidad.
¡Cómo nos han engañado los falsos profetas del arte! Nos venden la idea de que el arte es la cumbre del
pensamiento crítico, cuando en realidad es una distracción, un espectáculo barato para mantenernos
alejados de la verdadera lucha. Los artistas que se sienten importantes por sus gritos desesperados y sus
cuadros desfigurados no son más que títeres de un sistema que los mantiene bajo control, ciegos a la
verdadera opresión que nos rodea.
Gritan, se desnudan, rompen lienzos y pintan sueños rotos. Pero sus gritos son vacíos, sus puteadas
carecen de contenido y sus aspiraciones surrealistas son solo una farsa. ¿Dónde está la verdadera
profundidad del ser humano en sus obras? En ninguna parte. No hay nada más que un intento
desesperado por ser vistos, por ser reconocidos en un mundo que se desmorona.
La verdadera crítica, el verdadero pensamiento libre, no se encuentra en galerías de arte ni en
performances extravagantes. Se encuentra en las mentes despiertas que se atreven a cuestionar el status
quo, en las bocas que se abren para denunciar la injusticia y en los cuerpos que se enfrentan al poder sin
temor. El arte de la revolución no se pinta ni se escribe; se vive, se lucha, se grita en las calles y se siente en
cada golpe de resistencia.
Los que se aferran al surrealismo y a las expresiones vacías del arte contemporáneo no son más que
sombras, ilusiones de libertad en un mundo que necesita acción real. No necesitamos más cuadros ni más
versos. Necesitamos despertar, romper las cadenas y luchar con todas nuestras fuerzas contra la tiranía
que nos oprime.
El arte no es el refugio del pensamiento libre. Es el espejismo que nos han vendido para mantenernos
distraídos, soñando con libertades que nunca alcanzaremos si no abrimos los ojos y enfrentamos la
realidad con todas nuestras fuerzas. Dejemos de lado las pretensiones artísticas y levantémonos como
verdaderos críticos del sistema, no con pinceles ni con palabras huecas, sino con acciones que realmente
hagan temblar las estructuras del poder.