Ecos Profanos

X- Fisuras y Fracturas:

La puta madre que los parió a todos esos que insisten en dividirnos entre el Paraíso y la Historia, como si
fuéramos condenados a vagar eternamente en ese limbo existencial. ¡Qué carajo importa si somos
mortales! ¿No se dan cuenta de que esa “fisura del ser” de la que habla Cioran es, en realidad, nuestra
mayor fuerza? Sí, nos convertimos en seres temporales, pero también nos volvimos conscientes, despiertos
ante la crudeza de la vida. Esa “materia lastimada” y “carne aullante” no es más que una demostración de
nuestra lucha por significar algo en este puto universo.

Alejandra Pizarnik, con su insaciable búsqueda del infinito, refleja esa desesperación que todos sentimos
en algún momento. ¿Cómo diablos colmar esa carencia? No hay respuesta definitiva, y tal vez eso sea lo
más jodido. Porque, como bien decía Séneca, vivimos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, sin
darnos cuenta de lo efímeros que somos. Gastamos nuestro tiempo como si fuera infinito, sin valorar el
presente, esa constante lucha entre lo temporal y lo eterno.

El juego infantil, ese escape temporal de nuestra realidad cronológica, es una reminiscencia de lo que
podríamos ser si no fuéramos tan obsesivos con el tiempo. Cuando jugamos, somos libres, olvidamos
nuestra historia, nos sumergimos en ese aión donde la existencia humana se transforma en algo sagrado,
extemporáneo. Y lo mismo sucede con el enamoramiento: un momento de kairos que nos hace sentir
fuera del tiempo, un respiro en la vorágine de nuestra vida mortal.

Pero, inevitablemente, volvemos a la realidad. La pasión se apaga y el amor necesita cuidados, como
cualquier cosa temporal. Es una constante pelea contra el desvanecimiento, contra el puto Cronos que
siempre está ahí, acechando, recordándonos que todo lo que vive en el tiempo está destinado a morir.

Desde los ardientes amores adolescentes hasta el amor adulto, pasamos de la exaltación al asentamiento,
del fuego al rescoldo. Adultus, el ya criado, el que ha dejado de arder con la misma intensidad, pero que
aún guarda un calor, un sentido de permanencia. Vivimos en ese participio eterno, en lo ya hecho,
tratando de sostenerlo en un tiempo que siempre quiere llevárselo todo a la mierda.

Así que, jodamos las divisiones artificiales, las falsas dicotomías entre el ser y el no-ser. Somos,
simplemente, humanos, luchando por darle un sentido a nuestra existencia. En esa lucha, en esa fisura,
reside nuestra verdadera esencia. No somos meros transeúntes del Ser; somos los guerreros de la vida, los
que se niegan a aceptar su fragilidad sin pelear hasta el último suspiro.



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En el texto hay: porcinopoesia, mra

Editado: 01.09.2025

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