El Caos de la Sabiduría Feminista.
Estos días me encontré maldiciendo mucho a las grandes escritoras. Hace un par de semanas salió en una
revista un texto repugnante sobre Rachel Cusk de la crítica literaria Andrea Long Chu, una pendeja muy
joven que viene escribiendo las peores cosas de Internet. Cusk es una de mis escritoras menos soportables;
todo indica que también es una de las menos soportables para Andrea Long Chu, que en ese ensayo la
despedaza con odio. Cusk, pensé mientras leía el texto, es de esas escritoras tan asquerosas y envolventes
que te hacen pasar ideas repugnantes como whisky barato, como agua sucia, pero peor. Me molesta
totalmente, creo que a Long Chu también: en el fondo detesto las novelas de ideas si tienen humor,
encanto y sutileza, especialmente cuando las ideas que esas novelas ponen a circular me parecen
particularmente asquerosas. Quiero decir: casi siempre prefiero una novela vacía de hipótesis antes que
una novela llena de hipótesis.
Pero por eso mismo también detesto intentos como el de Long Chu de entender cuáles son esas ideas, de
hacerlas bailar, no desprendidas de su forma (no fingiendo que esa separación es posible) sino en una
plena comprensión de lo que las hace repugnantes. Long Chu desnuda algunas cuestiones que, vistas de
cerca, son bastante repulsivas: el modo en que Cusk logra darles un halo de misterio y poesía a preguntas
que en el fondo son triviales (¿puede una mujer ser artista? ¿puede una mujer ser feliz? ¿puede una mujer
ser madre y artista? ¿puede una mujer no ser madre y ser artista?).
A diferencia de lo que piensan las personas que tienen ganas de indignarse con “lo progre”, las lecturas
políticas del arte no son siempre morales. La de Long Chu, de hecho, no lo es. La prohibición de hablar de
la politicidad de un texto es igual de estúpida que la de medir todos los textos por el aporte que hagan a
La Causa, sea cual sea la causa en cuestión. Parte de la magia de la mala literatura es el modo en que las
verdades y las falsedades, las pepitas de ignorancia y los prejuicios más básicos, pueden tejerse en una
misma obra de una manera que se vea profundamente fea, una manera a la que una le cambiaría todo.
Parte de la magia de la mala literatura es esa impureza. Las novelas de Cusk son todas así, sucias e
imperfectas.
Comenté este texto de Long Chu con varios enemigos; pocos días después, con esos enemigos,
charlaríamos del escándalo de Alice Munro. Otra vez, mucha confusión: ya nadie quiere hablar de ética,
política y estética porque parecería que todas las posiciones disponibles están asociadas a alguna idea de
lo impoluto. O bien efectivamente los artistas deben ser intachables, o bien el pensamiento sobre lo feo no
debe contaminarse con ningún pensamiento sobre el mundo. Dos posiciones igual de estúpidas. Fuera de
ellas hay algo más sensato, pero todo lo sensato es arenas movedizas: todas posiciones provisorias. La que
tengo hoy: supongo que lo que me sorprende de que Munro se haya quedado casada con el tipo que ella
sabía que había abusado de su hija (y que la haya expulsado a ella de su vida, e incluso la haya culpado y
resentido) no es que las mujeres sean capaces de eso, o que una madre sea capaz de eso, o que alguien que
es capaz de escribir cuentos perfectos sea, además, capaz de hacer eso.
Lo que me sorprende de Alice Munro es lo mismo que me sorprende, a veces, de Rachel Cusk, y también
tiene que ver con la impureza: que gente que puede escribir cosas muy estúpidas respecto de lo que implica
ser humano no tenga acceso, en otros aspectos de su obra (o en el caso de Munro, de su vida) a esa clase
de estúpida sabiduría. No me sorprendería necesariamente en otra clase de autor: pero Cusk y Munro
forman parte de esas autoras que llamo así, autoras estúpidas, gente que escribe mal en parte porque
piensa muy mal sobre la experiencia de ser persona y vivir entre personas. No escriben policiales
ajedrecísticos, no pintan paisajes; piensan, sobre todo, sobre gente. Nos sorprende, o nos choca, en algún
sentido, lo compartimentado de la sabiduría, porque en nuestra imaginación la vemos toda íntegra, como
lo pensaban los griegos: en nuestros corazones lo feo es malo y lo malo es injusto, y lo injusto es estúpido.
No dejan de impresionarnos nunca los agujeros de la realidad, lo separadas que pueden estar las cosas.
Y en realidad estas escritoras se me juntaron en la mente porque terminé el libro nuevo de Magalí
Etchebarne, La vida por delante, y Etchebarne es otra de esas escritoras estúpidas. Intento entender,
mientras avanzo entre sus cuentos, en qué consiste esa estupidez. Etchebarne es más joven que Cusk y que
Munro, y seguramente por eso el feminismo se cuela entre sus materiales más y peor que entre los de Cusk
y Munro: no un contenido feminista, no una militancia, sino eso, un material. La pregunta por qué es
vivir como mujer en este mundo aparece mezclada con todas las otras preguntas insignificantes de la vida:
qué es trabajar, qué es envejecer, qué es morirse o que se te mueran, qué es enamorarse y desenamorarse.
No sé si lo explico bien, y tampoco sé si ella lo vería así, pero yo no puedo evitar pensarlo: Etchebarne le
da a la pregunta por habitar el género una dignidad única al no ponerla delante de todo, en ningún
escalón, sino en línea con los demás grandes interrogantes de la existencia. Sus heroínas son mujeres que
cuidan como pueden, que están, pero no están, que tratan de habitar los lugares disponibles para ellas, o
más bien no tratan, sencillamente lo hacen, peor o peor. Son pasivas frente a las vidas que llevan. Las
critican con fervor, pero no fingen que pueden salirse de ellas.