Ecos: Susurros en la oscuridad

3: La mujer de la línea B

En Buenos Aires, el subte guarda historias que se desvanecen en el traqueteo de los trenes, en los ecos de los túneles. Una de las más aterradoras es la de La Mujer de la Línea B, una leyenda urbana que ha crecido a lo largo de los años y que ha provocado miedo entre los pasajeros más supersticiosos.

Todo comenzó en la década de los 90, cuando el subte de Buenos Aires aún conservaba una apariencia añeja, con vagones de madera que rechinaban sobre los rieles. En aquella época, las cámaras de seguridad eran escasas y los vigilantes hacían rondas esporádicas por las estaciones. Fue en ese contexto donde Clara, una joven madre soltera, se convirtió en la protagonista involuntaria de una tragedia que marcaría la historia del subte para siempre.

Clara trabajaba largas horas como costurera y, al finalizar su turno, tomaba el último tren en la Línea B para regresar a su pequeño departamento en Villa Urquiza. Siempre viajaba sola, a esas horas la mayoría de los vagones estaban casi vacíos, lo que le daba una sensación de tranquilidad, aunque a veces también de inquietud.

Una noche de invierno, el frío era casi insoportable, y la lluvia caía a cántaros sobre la ciudad. Clara llegó a la estación Federico Lacroze para esperar el último tren de la jornada. El reloj marcaba las 23:45, y solo un puñado de pasajeros se encontraba en el andén. Clara, agotada, se sentó en uno de los bancos, abrazando su bolsa de trabajo.

Cuando el tren finalmente llegó, Clara subió al vagón delantero. Solo había dos personas más en el mismo vagón: un hombre mayor, adormecido, y una mujer vestida de negro, sentada al final del vagón. Clara se acomodó cerca de la puerta y cerró los ojos, intentando descansar.

Apenas unos minutos después de que el tren partiera, Clara sintió una presencia extraña. Algo en el ambiente había cambiado. El traqueteo del tren se volvía más fuerte, como si el vagón comenzara a vibrar de forma irregular. Al abrir los ojos, notó que el hombre mayor ya no estaba, y que la mujer de negro, sentada al final del vagón, la miraba fijamente.

La mujer tenía el rostro pálido, casi cadavérico, y sus ojos eran dos manchas oscuras, vacías. Su expresión era completamente inexpresiva, pero su mirada perforaba el alma. Clara sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Intentó apartar la vista, pero no pudo. La mujer se levantó lentamente de su asiento y comenzó a caminar hacia ella, arrastrando los pies en un movimiento casi antinatural.

Los pocos pasajeros que quedaban en el vagón no parecían notar nada fuera de lo común. El corazón de Clara latía con fuerza, mientras la mujer se acercaba cada vez más. Finalmente, cuando estuvo lo suficientemente cerca, la mujer de negro se inclinó hacia Clara y susurró algo inaudible en su oído.

Sin previo aviso, Clara soltó un grito desgarrador. El sonido resonó en todo el vagón, haciendo que los demás pasajeros se voltearan, pero al hacerlo, ya no vieron a ninguna mujer de negro. Clara estaba sola, temblando, y el tren avanzaba por un túnel interminable. Nadie sabía qué había sucedido.

Clara fue encontrada inconsciente en la estación Dorrego. Los guardias del subte la despertaron, confundida y desorientada, y la llevaron a un hospital. Cuando despertó, Clara no recordaba exactamente lo que había visto o escuchado, pero algo la había cambiado para siempre. Desde ese día, comenzó a sufrir de pesadillas recurrentes y episodios de ansiedad, especialmente cada vez que intentaba volver al subte.

Al poco tiempo, Clara dejó de tomar la Línea B. Prefería caminar largos tramos bajo la lluvia o el sol abrasador antes de volver a subirse a un tren. Sin embargo, las historias de otros pasajeros no tardaron en surgir.

En los meses que siguieron al encuentro de Clara, varios pasajeros de la Línea B comenzaron a reportar avistamientos de una mujer vestida de negro. Algunos decían que la habían visto de pie en los andenes, mirando fijamente los trenes que pasaban, mientras otros afirmaban haberla visto sentada al final de los vagones, siempre en silencio, siempre observando.

Lo más inquietante de estos testimonios es que aquellos que veían a la mujer de negro solían desaparecer poco después. Las autoridades del subte no podían dar una explicación clara, pero los registros mostraban que, en los últimos años, había habido un aumento inexplicable en las desapariciones de pasajeros en la Línea B, especialmente en los últimos trenes de la noche.

Se decía que la mujer de negro era el espíritu de una joven que, décadas atrás, había sido atropellada por un tren en movimiento en la estación Callao, en un aparente suicidio. Su cuerpo fue encontrado en los túneles, pero su espíritu, lleno de rencor, jamás había abandonado el subte.

En una noche de tormenta, Mariano, un joven empleado de oficina, se apresuraba para tomar el último tren de la Línea B. Sabía que no llegaría a tiempo, pero no le importaba; prefería esperar a que el servicio se reanudara al día siguiente antes que caminar bajo la lluvia torrencial. Sin embargo, cuando llegó a la estación Medrano, notó algo extraño: el tren estaba ahí, detenido, con las puertas abiertas. Y lo más inusual de todo: estaba completamente vacío.

Mariano subió rápidamente, agradecido por haber alcanzado el tren. Se sentó y se dispuso a escuchar música en su teléfono, cuando notó una figura en el fondo del vagón. Una mujer, vestida de negro, lo miraba fijamente.

El tren comenzó a moverse, y Mariano sintió que el tiempo pasaba más lento de lo normal. El traqueteo de las vías se intensificó, y las luces del vagón comenzaron a parpadear. Cuando volvió a mirar, la mujer de negro estaba mucho más cerca, sentada a pocos metros de él.

Intentó levantarse para cambiar de vagón, pero las puertas no se abrieron. Desesperado, corrió hacia el conductor, pero al llegar a la cabina, el tren se detuvo abruptamente. Mariano se giró y vio a la mujer de pie, a solo unos pasos de distancia.



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En el texto hay: fantasmas, terror, susurros

Editado: 24.09.2024

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