Ecos: Susurros en la oscuridad

6: Sueños destruidos

En el corazón de Buenos Aires, las estaciones del subte son lugares de vida y movimiento, pero también son escenarios de tragedias olvidadas. Una de las historias más inquietantes es la de Isabel, una mujer cuya vida terminó de manera trágica en la estación Catedral, y cuya presencia sigue atormentando a quienes pasan por allí.

Isabel era una joven de apenas 28 años, trabajadora y reservada. Había llegado a la ciudad con sueños de grandeza, pero las dificultades de la vida la fueron aplastando poco a poco. La soledad, el desempleo y una serie de desilusiones amorosas la llevaron a un estado de desesperanza profundo. Un día, en una tarde gris y lluviosa, mientras se dirigía a su trabajo, decidió que no podía soportar más.

Al llegar a la estación Catedral, el ambiente era denso, lleno de gente apresurada y el eco de los trenes que llegaban y partían. Mientras esperaba en el andén, una voz interior la instó a dar un paso adelante, al borde de las vías. En un instante de desesperación, cuando el tren se acercaba a gran velocidad, Isabel se arrojó a las vías. Fue un acto repentino, casi como si no pudiera controlarse, y el tren la arrolló en un trágico desenlace.

Desde aquel día, se cuenta que el alma de Isabel no encontró descanso. Los trabajadores del subte comenzaron a reportar fenómenos extraños en la estación Catedral. Algunos afirmaban que, durante las noches más oscuras, podían escuchar el murmullo de una mujer llorando. Otros aseguraban haber visto una figura borrosa en el andén, una mujer de cabello largo y desordenado, que miraba con ojos tristes hacia la llegada de los trenes.

Los viajeros que llegaban a la estación a altas horas de la noche hablaban de una sensación inquietante al esperar el tren. Algunos decían sentir un frío inexplicable que les recorría la espalda, y otros incluso afirmaban que, al mirar hacia el andén, veían la figura de Isabel, parada al borde de las vías, como si estuviera esperando algo.

Una noche, Lucas, un estudiante que volvía a casa después de una larga jornada, decidió tomar el subte. Al llegar a la estación Catedral, sintió un escalofrío al notar la atmósfera pesada que lo rodeaba. Mientras esperaba el tren, comenzó a escuchar un llanto suave, casi como un eco en la distancia. Al principio, pensó que era su imaginación, pero el sonido se hacía más claro, más desesperado.

Intrigado y asustado, se acercó al borde de las vías. Allí, vio una sombra que parecía moverse, como si alguien estuviera de pie, mirándolo. No podía distinguir claramente, pero había algo en la figura que lo atrajo. La mujer levantó la vista, y Lucas sintió un nudo en el estómago al ver su expresión: tristeza profunda, anhelo y desesperación.

"¿Por qué estás aquí?", le preguntó Lucas, a pesar del miedo que lo invadía. La mujer, con voz temblorosa, respondió: "No puedo irme. Estoy atrapada entre los dos mundos."

En ese momento, el tren llegó a la estación, y el ruido lo interrumpió. Cuando Lucas miró hacia el tren, el sonido del silbido lo abrumó. Al volver la vista hacia la mujer, esta había desaparecido. El frío que lo había rodeado se desvaneció, pero la sensación de tristeza permaneció en su corazón.

Esa noche, Lucas no pudo dormir. Se sentó en su cama, pensando en la mujer y su trágica historia. Decidió investigar y descubrió que Isabel había sido una persona que, en sus últimos días, se sintió completamente sola y perdida. Las circunstancias de su muerte la mantenían atrapada, sin poder encontrar la paz.

Con el tiempo, Lucas comenzó a visitar la estación Catedral, llevando flores y encendiendo una vela en su memoria. Aunque algunos de sus amigos lo miraban con extrañeza, él sabía que debía hacer algo por Isabel. Cada vez que regresaba, sentía que la atmósfera era un poco más ligera, como si la tristeza que la rodeaba comenzara a desvanecerse.

Los relatos sobre la presencia de Isabel en la estación comenzaron a cambiar. Aquellos que la habían visto afirmaron que, en lugar de estar atrapada en un estado de tristeza, ahora mostraba una calma extraña. El llanto que antes resonaba en el aire se transformó en un susurro suave, como un agradecimiento por no haber sido olvidada.

Hoy, los pasajeros del subte que pasan por la estación Catedral suelen hacer una pausa y mirar hacia las vías. Algunos sienten un ligero escalofrío, pero en el fondo saben que Isabel, la mujer del llanto, ya no está atrapada en su dolor. Se dice que, a veces, en las noches más tranquilas, se puede escuchar una voz susurrando: "Gracias por recordarme".

La historia de Isabel es un recordatorio de que, incluso en la desesperación, el amor y la compasión pueden romper las cadenas del sufrimiento, permitiendo que las almas encuentren la paz que tanto anhelan.



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En el texto hay: fantasmas, terror, susurros

Editado: 24.09.2024

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