En una noche oscura y lluviosa, Lucía, una periodista de investigación, recibió una llamada sobre un misterioso suceso en la línea de subte D de Buenos Aires. Los usuarios habían reportado extrañas desapariciones y susurros que resonaban en los andenes. Intrigada y un tanto escéptica, Lucía decidió investigar el fenómeno por su cuenta.
Con su grabadora en mano y su cámara lista, Lucía se dirigió a la estación Palermo. Las luces parpadeantes y el eco de los trenes que se alejaban creaban una atmósfera inquietante. "Esto es solo una historia de miedo, nada más", se dijo, intentando ahuyentar el nerviosismo.
Mientras caminaba por el andén, notó que había menos gente de lo habitual. El ambiente se sentía pesado, como si algo la observase. Decidió grabar su experiencia. "Estoy en la estación Palermo, y la atmósfera acá es inusualmente tensa. Se dice que hay susurros en la oscuridad, pero yo no escuche nada... todavía".
De repente, un susurro helado resonó a sus espaldas: "Lucía...". Se giró, pero no había nadie. Su corazón empezó a latir más rápido. "Esto es ridículo", murmuró, tratando de mantener la calma.
Continuó explorando, pero el susurro regresó, más fuerte, esta vez. "¡Lucía, ayúdame!". La voz sonaba desesperada. Lucía se quedó paralizada. "¿Quién sos?", gritó con su voz resonando en el vacío.
La luz parpadeó y, entre las sombras, apareció una figura difusa. Era un hombre de aspecto angustiado, con ojos que reflejaban un profundo sufrimiento. "No tengo tiempo... ¡Déjame salir de aquí!".
"¿Qué te pasó?", preguntó Lucía, sintiendo que la adrenalina le recorría el cuerpo. La figura comenzó a desvanecerse, pero su voz permanecía. "Me atraparon en este lugar. Ellos... están acá, en la oscuridad. No podés quedarte".
"¿Quiénes son 'ellos'?", preguntó Lucía, sintiéndose cada vez más inquieta.
"Las almas que no pueden descansar. Te están observando", dijo el hombre, su voz temblando. "No confíes en lo que veas. Corre mientras puedas".
De repente, las luces parpadearon con más intensidad, y el hombre gritó: "¡Corre!". En ese momento, Lucía sintió un frío helado que la atravesaba. Las sombras comenzaron a moverse, y susurros se convirtieron en gritos que resonaban a su alrededor.
"¡No! ¡Déjame en paz!", gritó, intentando alejarse. Corrió hacia la salida, pero las luces comenzaron a apagarse una por una. El miedo la envolvía, y la sensación de ser observada crecía cada vez más.
Lucía alcanzó la escalera hacia la salida, pero antes de llegar, sintió una mano fría sujetar su tobillo. "¡Ayuda!", gritó, pero su voz se perdió en el eco. Se dio la vuelta y vio a la figura del hombre, ahora completamente rodeado por sombras que se retorcían.
"¡Lucía, no mires!", imploró. Con un último esfuerzo, ella logró desatarse y corrió hacia la salida. Al llegar al andén, las puertas del tren se cerraron justo delante de ella.
Afuera, la lluvia caía con fuerza. Lucía se quedó temblando, el corazón a mil por hora. Había logrado escapar, pero las voces y los susurros seguían resonando en su mente. Regresó a casa, pero no podía quitarse la sensación de que algo la seguía.
Desde aquella noche, cada vez que pasaba cerca de una estación de subte, podía escuchar los ecos de aquellos gritos y susurros. La experiencia la había marcado, convirtiéndola en una prisionera de sus propios miedos.
Lucía sabía que la historia no había terminado. Algo en el subte seguía acechando, y la advertencia del hombre resonaba en su mente: "No confíes en lo que veas". Ella había escapado, pero el terror permanecía, esperando a su próxima víctima en la oscuridad.