Alan no tiene dificultad en conseguir una nave para viajar al planeta de los Ermitaños: Ieya.
Una llamada al Gobernador Thabo, y un crucero terrestre de última generación, que integra todos los perfeccionamientos derivados del conocimiento arwiano y de los Gulls, es puesto inmediatamente a su disposición.
La recepción está impregnada de una solemnidad casi rígida. El personal se alinea en la cubierta principal, inmóvil en un saludo militar. Apenas pone el pie sobre el suelo metálico del crucero, una voz protocolaria anuncia su llegada por los altavoces de la nave.
Sin embargo, Alan ha evitado llevar uniforme, esperando una aproximación más informal. Pero la presencia del Gran Almirante a bordo es un acontecimiento que impone el protocolo, lo quiera o no.
El comandante Amaru pertenece a la primera generación, hijo de una Superviviente andina y de un Superviviente africano de origen peul: una mezcla sorprendente pero armónica. Lleva en sí la herencia de dos pueblos forjados por la resiliencia y la grandeza. Su calma controlada y su mirada penetrante inspiran respeto y lealtad. Si comanda una nave de la Primera Alerta, no puede ser sino brillante.
La transferencia hiper-cuántica se realiza en una sola sección, haciendo del viaje una experiencia de fluidez inigualable. La fase estásica, tiempo de espera durante la transferencia, se reduce considerablemente gracias a los avances de propulsión desarrollados por los Gulls. Y el crucero emerge en la órbita de Ieya.
Alan solicita una cápsula para descender a la superficie. Ieya es un planeta desértico, pero no deshabitado.
Al menos eso espera.
Los recientes acontecimientos han devastado la superficie del planeta, pero quizá no sus profundidades. Raza extrañas se refugian en ella: los Pensadores, criaturas puramente energéticas, y los Precursores, entidades mixtas que formaron antaño una civilización brillante destruida por los poderes del Tiempo y por su propia ambición.
Porque Ieya no es sólo un planeta, es una anomalía temporal sin igual. Y fue aún más extraña antes de lo que los últimos autóctonos llaman el Gran Cataclismo. Del que fueron responsables por querer dominar la energía temporal.
La cápsula se desprende del crucero y comienza su descenso hacia la superficie. A través del visor, Alan observa un paisaje desolado, un océano mineral de tonos anaranjados. Vientos violentos levantan remolinos de polvo dorado, nublando por momentos la visión del horizonte. A medida que la nave se acerca, la desolación se vuelve más marcada: una zona caótica se extiende bajo él, un entramado de relieves rotos donde antaño se alzaban altos picos rocosos. Ahora solo quedan vestigios colapsados, arrasados por fuerzas colosales.
La cápsula aterriza suavemente. Alan ajusta su respirador y desciende sobre el suelo rocoso. Cada paso levanta un fino polvo ocre que parece adherirse a sus botas. La progresión es difícil; el terreno, inestable y alterado por antiguos sismos, ralentiza su avance.
Se detiene un instante y cierra los ojos. Su mente se abre a los ecos invisibles de este mundo alterado.
"Solicita contacto con los Pensadores."
Pasan unos minutos en los que Alan repite el mensaje, mientras observa con preocupación las torres de piedra destruidas. Su mirada recorre las grietas abiertas en los acantilados colapsados, las placas de metal retorcidas por el calor de antiguas explosiones, los fragmentos de vidrio esparcidos como estrellas rotas sobre el suelo.
¿Pueden comunicarse? ¿Saben por qué está allí?
"Conocemos problema complejo de Alan de Sol," dice una voz en su mente.
Se toma unos segundos para reflexionar.
"Precisen."
"Problema con Dama Jennel."
"Precisen," insiste Alan.
"Numerosos flujos temporales en interacción."
"Qué le ocurre?" pregunta Alan, cada vez más impaciente, con el corazón acelerado ante la incertidumbre.
"Sol, planeta no estable."
Alan se irrita. ¿Cómo no va a ser estable la Tierra? Le parece una idea absurda, casi insultante.
"Algunas planetas no estables en la galaxia."
El Pensador prosigue: "Bucles temporales de muy baja intensidad persisten en Sol. En desfase inicial con Dama Jennel."
Alan pregunta: "¿Como si ella viniera de Ieya?"
"Diferente. Efecto acumulativo de Dama Jennel sobre los flujos de Sol. Alineación vibratoria progresiva de bucles fantasmas con su frecuencia. Reacción biológica."
Alan piensa de inmediato: "Debe abandonar Sol... ¿Para Arw?"
El Pensador responde: "Arw estable. Pero perturbaciones biológicas inducidas se han vuelto persistentes en Dama Jennel. Nanitos intentan intervenir erróneamente en desequilibrios temporales que no son de su naturaleza. Agravan estado inestable."
Alan está muy preocupado: "¿Y si se queda en Sol?"
"No hay riesgo mortal. Riesgo de puesta en fase de los bucles temporales con impregnación de Dama Jennel."
"¿No es más bien al revés?" arriesga Alan.
"No. Intensidad de impregnación más fuerte. Riesgo de apertura de Puerta como Precursores."
"No entiendo," dice Alan.
"Precursores abren Puerta y controlan energía muy importante de cambio de flujo canalizándola. Imposible para Dama Jennel."
"¿Y...?" pregunta Alan, cada vez más inquieto.
"Dama Jennel reposicionada en nudo temporal de un bucle en fase. Evento cataclísmico en punto de salida de su flujo."
Alan está pálido e intenta comprender el significado de un proceso que, en realidad, se le escapa por completo.
"Intenta traducir esto en hechos simples para que pueda comprender," pide.
Unos segundos de reflexión.
"Dama Jennel desaparecer del presente por Puerta. Catástrofe telúrica en Sol al cerrarse. Tipo sismo."
Tras un silencio, el Pensador añade: "Serie de eventos repetirse en nuevo presente de Dama Jennel."
"Hay que impedirlo," exclama Alan, aunque ignora si es siquiera posible.