Ecos Temporales (basada en El Mundo de Jennel)

3 - Batalla estelar por el Gran Almirante

En Ieya, la situación se tensa de un instante a otro. Alan espera, febril, una reacción de los Pensadores. La inquietud se instala, crece, se aferra a sus pensamientos. Le sigue la exasperación, más viva, más aguda. Luego viene la animosidad, sorda, insidiosa. Intenta disimularla, mantener la calma. En vano.
De pronto, una voz interior resuena, fragmentada, mecánica:
«Examen de Caminos potenciales instantáneos. Posibilidad de intervención. Incertidumbre en los resultados.»

Alan se incorpora y pregunta:

—¿Cuál es la situación actual de Jennel?

«Esperar. Acción conjunta de los Pensadores.»

Aprieta los dientes. Espera. El tiempo se estira; cada minuto parece una eternidad. Luego:

«Dama Jennel en flujos temporales entrelazados. Seguimos marcador de impregnación de Ieya.»

Unos latidos más tarde:

«Fuerte perturbación atmosférica en el primer paso de Dama Jennel. Fuerte perturbación sísmica en el siguiente.»

Alan cierra los ojos. Reflexiona, busca una apertura, una forma de establecer contacto. Los Pensadores ya lo han hecho antes, a través de sueños. Plantea la pregunta, recibe una respuesta breve pero afirmativa.
Solo tendrá unos segundos.

Pasan diez minutos. Entonces los Pensadores le informan:
—Es el momento. Envía tu mensaje virtual.

Alan inspira profundamente. Está listo. Lo hace.

Alan ha enviado su mensaje hace menos de un minuto. Espera, con los ojos cerrados, tensando todo su ser hacia lo invisible.
—¿Mi advertencia sobre el cataclismo… fue útil?

«Sin efecto, pues el evento ya estaba en nuestro flujo.»

Un escalofrío le recorre el cuerpo. Jennel no ha podido evitar lo peor… o tal vez aún no mide su alcance. Contiene su frustración.
—Y en su nueva realidad… ¿cuál es el desenlace?

«Incierto.»
Alan inspira. Largamente. Luego se lanza hacia esa incertidumbre, negándose a ser un simple espectador.

—¿Es posible transportar… mi cápsula… a su realidad?

El silencio se instala. Largo. Pesado. Alan espera, imperturbable, como en las horas más oscuras de las batallas que ha comandado. Finalmente, la voz responde:

«Se necesita la ayuda de un Precursor. En Sol.»
Frunce el ceño. Ningún Precursor ha salido jamás de Ieya. Es imposible. Su naturaleza lo impide.

—Eso no es posible…

«Inexacto», replica de inmediato la voz.

Y continúa:

«Está retenido en Mnoz.»

Alan se endereza, en alerta.

—Explíquenme.
Un soplo de memoria se eleva a través del vínculo con los Pensadores y, con un tono menos sintético, relatan:
«Hace unos mil años terrestres, un Precursor intentó un experimento con nuestra ayuda. Abandonó Ieya en un campo espaciotemporal diseñado para llevarlo a través de varios mundos. Buscaba una civilización cercana a lo que fue la de los Precursores.»
La imagen de un viajero solitario, portador del eco de un pueblo desaparecido, atraviesa la mente de Alan.

«Su último contacto indicaba que estaba retenido. Un pueblo lo capturó, queriendo usarlo para torcer su propio destino.»

—¿Es posible recrear ese campo espaciotemporal… para otro Precursor?
«Ninguno intentaría la experiencia.» La respuesta es tajante. Pesada.
Alan baja la mirada. Pero no cede.

—Y si regresa de su prisión… ¿lo ayudarán a intervenir en la Tierra?
La respuesta llega, serena, clara:

«Sí.»

Alan regresa a la nave en órbita. El puente está en silencio a su entrada. Algunas miradas se apartan de inmediato. Una acogida incómoda, casi congelada. El peso de una mala noticia flota en el aire.
El Comandante Amaru se acerca, la mirada baja, el rostro sombríamente serio.

—Almirante Alan… La nave de Dama Jennel explotó… sobre el Mediterráneo. No sobrevivió.

Alan levanta una mano, lo interrumpe sin brusquedad.

—Sé lo de la explosión.

Un murmullo recorre el puente. No añade más.

—Preparad una transmisión privada en mi camarote. Quiero hablar con el Gobernador Thabo.

Pocos minutos después, el holograma se ilumina, revelando el rostro tenso de Thabo. Alan no pierde tiempo.

—Conozco la versión oficial, Thabo. Pero escucha esto: Jennel está a salvo.

El Gobernador abre los ojos con asombro. La incredulidad se mezcla con un profundo alivio.

—Es… inesperado. Alan, la explosión… supera por mucho los datos habituales. No fue la de una simple nave. La onda equivale como mínimo a la de un crucero pesado. ¿Debo temer una amenaza?
Alan sacude lentamente la cabeza.

—No. Se trata de una descarga de energía de naturaleza temporal. No hay hostilidad, ni peligro inminente.

Hace una pausa.

—Necesito el crucero. A plena capacidad. De inmediato.

Thabo asiente sin discutir.

—Es tuyo. Daré las órdenes.

La transmisión termina. Alan regresa al puente. Apenas pisa la sala, un operador se levanta para informarle:

—Tiene el mando de la nave, Almirante Alan.

Una segunda voz surge desde la consola de navegación:
—Tenemos un punto desconocido en el holograma. Acaba de aparecer.
La imagen se estabiliza, proyectada en el centro de la sala. Un punto luminoso pulsa suavemente en la oscuridad espacial simulada. Y aparece un nombre.

Mnoz.
La IA toma la palabra, neutra y clara:

—Las coordenadas están fijadas.

Alan fija el punto, la mirada endurecida. Su voz resuena, clara e inapelable:
—Llévenme a Mnoz.

Una transferencia hiper-cuántica de un solo segmento proyecta el crucero a través del entramado espaciotemporal. En el puente, todas las miradas están fijas en los datos de salida. Entonces, la voz serena del comandante Amaru resuena:

—Llegada al sistema. Estamos en órbita alta de Mnoz.

Desde la emergencia, los sensores se disparan.

—Detección de múltiples objetos en órbita... y de intentos de localización activa.

Alan se acerca al centro de mando.




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