Año 2123
21 de mayo
Daniel siempre tuvo pesadillas desde infante, pesadillas en donde una espesa y tibia sangre carmesí yacía en sus manos, y al acercarse al cadáver, entre espasmos y miedos, lograba dilucidar un cuerpo sin rostro. Era entonces en donde Daniel volteaba y huía de la habitación ‘Roja’, allí tomaba la perilla, la abría y veía una camilla albugínea en la que reposaba un robot con el rostro trasplantado de su madre.
La política, las leyes democráticas y las normas, incluso la religión, habían sido tergiversadas con el paso del tiempo; la tecnología, por su parte, había avanzado exponencialmente.
Las predicciones de anteaños habían sido más que un inminente suceso profético divino, por contrario a catastrófico. Mencionaban que la tecnología superaría al hombre, no fue así; o que los robots dominarían la Tierra, tampoco fue así. La tecnología fue la salvación humana, fue la causa de la prosperidad, de la paz, de la bondad.
En el 2035, el presidente Henri Miller de Estados Unidos aprobó el experimento de intercambio de cabeza entre humanos, fue un éxito.
La ambición humana había superado abismalmente cualquier ética o moral.
En el 2055, el psiquiatra Leonardo Ferreti, de Italia, llevó más allá su obsesión por codificar la mente humana, hizo experimentos a espaldas del Estado Italiano, en compañía de un Programador e Ingeniero de Informática; pese a no tener éxito, aquella descabelles fue tramitada y aprobada dos décadas después, haciéndose experimentos con reclusos en los que involucraba la mente humana, con la tecnología moderna fue muy sencillo lograr el cometido. Tuvieron en sus manos, en una tarjeta de memoria, la mente de la asesina Geovanne.
En el 2064 Italia aprobó la colocación de la tarjeta de memoria en el androide Phenix, por primera vez la humanidad presenció la inmortalidad. El androide presentó horror y euforia, emociones corrientes que un androide común no debería experimentar; el androide Phenix asesinó a más de 10 operantes del Laboratorio KENT aquel día; el androide decía llamarse Geovanne.
En el 2066, García, una mujer longeva, se ofreció como voluntaria para los experimentos de codificación de memoria humana, aquel acto hizo mella cuando dio su entrevista en televisión; confesó que era el paso que debía dar para las generaciones futuras.
Tras aquellos acontecimientos, la moral humana se vio afectada, ¿quién no querría ser inmortal?
El precursor Alexander Bujoski, un gran ingeniero robótico, filósofo y psicólogo dio inicio a la nueva corriente histórica, la Edad de Metal en el 2068. En estas últimas décadas, el mártir Bujoski, había sido apodado como el Libertador Global.
Daniel observaba las habitaciones impolutas del hospital, viendo en ocasiones reminiscencias de sus pesadillas plasmadas en la cruda y sórdida realidad. Mujeres, hombres, transexuales, todos dirigiéndose a la habitación ‘Roja’.
Kanadí sujetó la mano de su esposo y este regresó a la realidad, le brindó una sonrisa forzada y volvió a bajar la cabeza, presionando, de vez en cuando, los ojos ante el sonoro ruido de alaridos y clamores de almas corrompidas por la Eternidad.
Trató de regular su respiración viendo el rostro níveo de su mujer, pero la aberrante realidad lo golpeaba una y otra vez, recordándole que ella pronto también se convertiría en un androide.
El médico abrió la puerta de una de las habitaciones y Daniel pudo ver, por el resquicio, el androide de metal sentado en una camilla de aluminio. Sintió un soplo frío, un espasmo en su corazón, una corazonada fatídica.
Daniel detuvo a Kanadí al sujetarla de la muñeca, esta dio media vuelta y sintió los brazos de su esposo rodeándola con ímpetu, con necesidad, con desconfianza. Daniel observó, por encima del hombro de su mujer, el androide que poseería la mente de su esposa meses más tarde.
Quiso replicarle a su cónyuge, pero ya habían tenido la misma conversación años atrás.
—Estoy lista —dijo Kanadí dirigiéndose al médico.
—Muy bien —respondió anotando algunos datos en su tablet holográfico—. Diríjase a la camilla —preceptuó apagando el holograma—. Debe relajarse; como le mencioné, este solo será la sesión de Replicación, voy a tomar fotos suyas, voy hacerle algunas preguntas y habrá acabado —explicó de forma sencilla.
Kanadí suspiró con emoción y asintió.
En las siguientes sesiones codificarían su memoria y próximamente habría una nueva Kanadí, su Réplica.
—¿El androide tendrá la misma apariencia que yo? —inquirió Kanadí con cierto recelo a que esta tuviese su aspecto demacrado por las intensas quimioterapias a las que se vio sometida.
—No, lo tomaremos como referencia; el androide adoptará una apariencia más juvenil y saludable —contestó el médico con una sonrisa—. Será tan bella como hubiese deseado ser, sin ninguna pústula o filamento sebáceo, obtendrá la gloria —narró con embeleso, cautivado por su profesión y por todo el placer que puede otorgar a la humanidad con darles como salida la eternidad—. Y claro, el amor ciego de su esposo —añadió en son de broma.
Daniel observó a su esposa ser fotografiada desnuda por un fotógrafo profesional. En cada que el flash se encendía veía al robot con el rostro de su madre, con la sangre escurriéndose por el metal del robot, sentía la humedad de la sangre en sus manos; sentía la insondable perdición.