Año 2123
11 de diciembre
Daniel se sujetó la boca con frustración.
—¡¡No pienso recibir a ese androide!! —exclamó Daniel viendo a su esposa acostada en la cama con varios aparatos a su alrededor.
La ciencia había avanzado, pero, ante la nueva solución mundial (androides) dejaron atrás los sueños de encontrar antídotos o métodos que extingan el cáncer. Además, los grandes se beneficiaban.
—Daniel, ya tuvimos esta conversación, ¡¡y no!! ¡¡Nada cambiará mi opinión!! —expuso fúrica, viéndolo fijamente con los ojos almendrados que esta tenía.
El hombre negó entre suspiros álgidos y pesados, despeinando sus cabellos, buscando la forma de hacerla cambiar de idea. Pero sabía que nada sería suficiente para esta, quien temía que él encontrase a otra mujer y la olvidase. Daniel sobó su sien tratando de encontrar la tolerancia.
—¡¿No te das cuenta que prefiero la muerte a tu lado que tenerte en una lata?! —inquirió con preocupación y horror—. No me condenes así —musitó abrazando a su esposa, besando paulatinamente su rostro, limpiando las lágrimas ajenas con las yemas de sus dedos—. No te quiero perder…
—Voy a estar contigo incluso tras la muerte —afirmó Kanadí—, voy a estar contigo, por siempre, mi amor.
—¡¡No!! —negó exaltado—. ¡Jamás! ¡Tú morirás y un androide tratará de suplirte! ¡Morirás y solo quedará la Réplica! Pero jamás tú…
—Mi mente vivirá —insistió—, Daniel, escúchame, mi mente seguirá viva, mis recuerdos contigo, mis pesadillas, mis sueños, mi vida, todo, todo estará dentro de esa memoria.
—¡Jamás la veré como a ti! Kanadí, por favor, entiéndeme, yo no puedo —confesó acariciando los cabellos negros de su amada—. No podré tocarla sin pensar en que tú…
Daniel suspiró aún de rodillas frente a su esposa; se sobresaltó y su piel se erizó tras oír el timbre de su departamento, dirigió su mirada hacia la salida del dormitorio con un sentimiento arraigado a la venganza, como si fuese aquel androide el origen de sus problemas con Kanadí.
—Daniel, no podemos desecharla —explicó Kanadí tomando la mano de Daniel, viendo a través de los ojos celestes de su esposo el intenso deseo de desquitar su dolor—. No con la cantidad de dinero que invertimos en ella, por favor, Daniel, inténtalo. Intenta convivir con mi inmortal yo.
El adulto de 42 años se levantó con la respiración agitada, tomó el bate que estaba al costado de la puerta del dormitorio oyendo las objeciones de su esposa. Tragó duro y quitó el seguro de la puerta tras llegar a la sala de su departamento.
Su cuerpo tembló ante el desconcierto y la duda, sin embargo, tomó el picaporte con la poca valentía que cargaba consigo y la abrió.
La luz impactó contra su vista, parpadeó varias veces, colocando su mano sobre su rostro, de este modo, la luz no afectaba su visión. Achinó los ojos y logró ver el rostro de una mujer de treinta y tantos, de cabellos castaños, de piel blanca y de ojos almendras.
Dejó caer el bate al llevarse tal sorpresa.
La mujer sonrió.
—Sabía que no podrías atacarme, mi amor —confesó la réplica de Kanadí con una gran sonrisa.