Edad de Metal

Episodio 4: Revelación

[Aviso: Escenas implícitas que requieren discernimiento de la realidad con la ficción. No apto para todo público sensible]

 

Año 2124

15 de febrero

Sus dedos recorrían cada pedazo de la piel desnuda de Kanadí, así como sus labios la besaban hambrientos de más. El deseo ávido de poseerla lo consumía, aquella réplica dejó de ser una ante sus ojos. La dejó caer sobre el edredón y él se colocó encima, lento, como un león en acecho, viéndola con lujuria, con desespero; y esta sonreía coquetamente.

Un suceso indefectible.

Comenzó a gemir sin control, disfrutando del acto natural humano. Para Daniel ya era complicado discernir de la realidad. Agradecía que aquellos creadores de androides hayan tomado en cuenta el deseo sexual humano, si no, sería un martirio convivir con uno de estos y desearlos salvajemente, como primitivos.

El cabezal de la cama crujía tras golpearse continuamente contra la pared.

Tan agresivo como se describía, se consumaba.

Al otro lado de las paredes se encontraba la moribunda y real Kanadí, quien lloraba arrepentida y desdichada, sintiéndose víctima de una infidelidad que ella misma provocó.

Al día siguiente, esta trató de que Daniel desechara a aquel androide, este, por su parte, le pidió disculpas ante las réplicas de su esposa, algo que realmente no quería decir ni tampoco sentía, porque, ante sus ojos, era con ella con quien fornicó; pronto trató de explicarle que tenía razón, que siempre la tuvo; que ella vivía en aquel androide.

Para él, esta réplica de Kanadí era más humana de lo que algún día hubiese pensado.

Daniel se sentó bruscamente en el sillón tras dejar a su esposa en su dormitorio, colérico, harto de tener que cuidar a una esposa con cáncer terminal, no quería lidiar más con ella; y llegó al punto de creer que la Kanadí postrada en la cama era la usurpadora, la réplica.

—Hay una forma de liberar más rápido mi alma —musitó el androide, masajeando sus hombros mientras este veía la televisión con desgano.

Daniel levantó la cabeza y giró su rostro para observar a su nueva ‘amada’.

—No podrá llamarse homicidio si soy yo quien consuma el acto —explicó el androide. Daniel conmocionado, solo atinó a sonreír mientras sus ojos revelaban emoción y miedo.

Aquella moral, que alguna vez la tuvo, ya no habitaba en él.

Esa noche, la Kanadí humana falleció; no hubo investigadores; la ley aprobaba aquellos actos bajo el nombre de eutanasia. Aquella noche no hubo justicia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.