Edades Incomprendidas

EL SEÑOR DARRELL

 

EDADES INCOMPRENDIDAS

 

Una novela corta de George Little

 

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

EL SEÑOR DARRELL

 

 

 

Londres, Inglaterra, 1903

 

 

El señor Darrell era mucho más que un hombre agraciado..., era un hombre correcto y educado en cierta medida aceptable, influenciado por la nobleza de su corazón, la bondad, la compasión, y bendecido por la fortuna. Aunque sumamente serio cuando no se requería hablar, y que muchas veces cerraba las puertas de sus aposentos para distanciarse de todos, e incluso de su familia cuando no requerían de su atención para algo importante.

Sin embargo, inquietaba su soltería a sus treinta y ocho años, cuestionada por su familia y algunos amigos cercanos.

"¿Cuándo logrará poder casarse para que sea un hombre completo como es debido y tener herederos a su fortuna y propiedades?"... era la pregunta controversial.

El ser humano sabe que no hay nada tan desesperante como la soledad con la necesidad de sentirse acompañado y hacer el amor en cuerpo y alma, sí, para aquellos que respetaban la ley de Dios y que lo hacían dentro del consagrado matrimonio, tal como se haría sin falta en el mundo del señor Darrell y su familia, que eran apegados a los buenos principios morales, ya que eran respetables feligreses devotos de la iglesia anglicana, la fe que ellos profesaban.

Pero su larga soltería no parecía inquietarle a él, no al menos ahora. Y era de sorprender a la vista de muchos que pareciera no estar desesperado en vista de la edad media tan elevada que tenía. Lo que parecía disfrutar más de su soledad, y que, al aislarse de todos, le daba bastante tranquilidad y reposo tras días ajetreados de negocios.

Y el simple hecho de que el señor Darrell fuera un solterón e increíblemente casto a su edad, no se sentía tentado a lo inmoral, porque tenía un corazón virtuoso bajo el sello de una conciencia estable ante Dios. Nunca faltaba a todas las misas de cada domingo, y era demasiado dadivoso con las ofrendas, al igual que su notable generosidad por ayudar a los necesitados.

No obstante, estar rodeado de una sociedad londinense de mente torcida en la mayoría de las personas conocidas en su entorno, no le resultaba llanamente fácil. Sin embargo, se resistía a ser un hombre aventurero con pensamientos libidinosos. Nunca ha querido usar esas riquezas suyas con ventaja para artimañas seduciendo a mujeres hermosas; es por eso que se le conocía como un hombre intachable que no se rebaja, ni se degrada para sujetar a una bella mujer a los abusos de la depravación y del libertinaje, como algunos ricos engañosos y ávidos resultaban ser en secreto, pues se sabe que las riquezas suelen corromper facilmente a los hombres.

Más bien, era todo un caballero que respetaba la dignidad de las mujeres como seres humanos, una acción que resultaba agradable para muchas de ellas, sintiéndose sumamente honradas; pero hasta ahora, ninguna dama había tocado a fondo su corazón, pues toda su vida solo giraba en atender sus extensos negocios que ocupaban casi todo su tiempo.

Pero un día, su vida daría un giro diferente y cambiaría su destino ante un inesperado suceso. Todo comenzó ante un día hermoso, lleno de sol resplandeciente, en pleno corazón de Inglaterra en la ciudad de Londres.

Esa espléndida mañana de abril en primavera, el señor Darrell se encontraba en una junta de uno de sus tantos negocios que tenía. Y en esa ocasión se había presentado como de costumbre, con una vestimenta elegante de manera impecable, y le acompañaban sus tres principales socios de la alta clase inglesa, y cuyos hombres conformaban una compañía familiar. El señor Darrell permanecía erguido frente al cristal de la amplia ventana, tomando una breve pausa con una copa de vino en su mano y su habitual cigarro en su mano derecha.

El distinguido hombre, con una mandíbula ancha, casi angular, que le daba un buen porte a su rostro... estaba en un hermoso edificio histórico, en la planta superior de una amplia estancia, en una de las calles prestigiosas de Londres en la zona de Westminster, donde se podía contemplar la privilegiada vista frente al edificio del Parlamento de Londres, junto a la torre del reloj; al igual que se podía apreciar el río norte de Támesis.

La expresión de sus ojos azules era sumamente tranquila, donde sobre su piel blanca, se apreciaba ligeras arrugas en los extremos de sus ojos. Aquella mirada lo hacían parecer un hombre desprovisto de cualquier preocupación, y con un negocio principal estable y exitoso que su envejecido padre lo había puesto a cargo algunos años atrás. Pero aquel sosiego en su espíritu, aquella tranquilidad que tenía, no le dudaría por mucho tiempo, pues acabaría con la entrada de su fiel secretario para comunicarle algo urgente y serio.

—Señor, Darrell —dijo con aire lúgubre.

Su jefe se quitó el cigarro entre sus labios y le miró entrecerrando aquellos ojos azules brillantes, solo para mostrar su intriga, pues esta vez, el tono de su secretario parecía claramente muy serio de lo habitual.

—¿Sí? Dime—empezó diciendo con voz profunda a su cercano ayudante.

Su secretario dio unos pasos más hacía a él, haciendo notorio su baja estatura ante un hombre más alto.

—Señor..., solo que... necesito hablarle en privado —aclaró en voz baja su sirviente de mediana edad.

—¿En privado? —Sonó muy serio de repente.

—Esta vez... sí —enfatizó el secretario, con una noble pausa.

El señor Darrell dejó su copa de vino en la mesita, y apagó su cigarrillo en un cenicero. Y caminó unos pasos hacia adelante, siendo evidente su leve cojeo en su pierna derecha.




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