Educando a la princesa

Capítulo 12: Sapo salvaje al ataque

Samantha quedó estupefacta. Apenas procesaba lo que acababa de ocurrir. 

Trevor seguía mirando con asco a Aquiles.

Aquiles lanzaba pequeños quejidos mientras se encontraba tirado en el suelo.

Ella miraba de uno a otro sin lograr articular palabra alguna. Por fin, su lengua pareció salir de la hibernación en que se encontraba.

—¿Pero qué te pasa?

—¿Estás bien?

La princesa y el sapo se preguntaron de forma simultánea.

Trevor la miró extrañado y Samantha lo observó confusa.

—¡Él te estaba atacando!—exclamó señalando el cuerpo tendido de Aquiles. El rostro de Trevor estaba rojo y las venas se le marcaban en el cuello.

Samantha frunció el ceño y se agachó para constatar el estado de su pobre amigo.

¿De qué habla este sapo loco?

—¡No te le acerques!—Trevor se acercó a ella intentando alejarla del cuerpo casi inerte del príncipe.

—¡Basta!¡Somos amigos! Nos conocemos desde que, hace más de mil años, el muy idiota se comió una lombriz creyendo que era una gominola dulce. ¡Él jamás me haría daño!—Samantha no comprendía nada—¿Por qué crees que intentó atacarme?

El sapo inhaló y exhaló con lentitud. Apretaba sus puños y parecía estar al borde de cometer un asesinato.

—¿Acaso te viste en un espejo?—respondió con una amenazadora voz baja.

—¿Qué?

—En serio, Samantha, ¡mírate al espejo!

Ella, de forma mecánica, alzó la vista y se encontró cara a cara con su propio reflejo en su espejo de cuerpo entero.

Entonces lo comprendió.

Estaba en un sostén de encaje rojo, con las tiras caídas por los hombros, el rostro sonrojado, el pelo alborotado y más mojada que un triste perro callejero bajo un día de lluvia.

—¿Ahora me entiendes?—cuestionó el sapo— No intentes defenderlo. Este idiota merece más que un simple puñetazo. 

Se agachó y tomó del cuello de la camisa al príncipe, quien tenía los ojos entreabiertos y parecía adormilado.

—No te hagas el dormido. Vamos, degenerado, terminemos con esto de una vez.—le siseó a Aquiles a tan solo unos centímetros de distancia.

—¡Espera, déjalo! No es lo que tú crees.

—¡Ni pienses defenderlo! Nadie hará algo tan horrible y quedará impune. ¡Tuviste que haberlo atacado como lo hiciste conmigo en la fuente! Personas así no merecen el escaso oxígeno que queda en la tierra. Pero si tú no puedes, yo sí.

—¡Basta Trevor!—exigió la princesa acercándose a él.

—No interfieras, Samantha.—la miró de manera fija a los ojos— O le irá peor.

Por la seriedad con que la miró, ella supo que lo decía en serio.

—Vamos, Trevor, solo déjame explicarte y lo comprenderás todo. No hay necesidad de armar un show.

Él ignoró sus palabras y acercó su rostro al del príncipe.

—Ahora deja de hacerte el muertito, cobarde.

—Guaabllabla—logró articular el aludido.

—¿Qué?—Trevor frunció el ceño.

—Veasquinaguablaa—continuó el príncipe.

—Creo que quiere que te le acerques—comentó Samantha viendo la escena con interés.

Trevor se acercó cada vez más y más.

De improviso, Aquiles puso las manos en su cuello y lo atrajo hacia sí, dándole un beso corto y desesperado en los labios. 

Trevor luchó, se debatió ante la inexplicable fuerza del príncipe y logró alejarse de él retrocediendo con rapidez, como si Aquiles estuviera cubierto de material radioactivo.

—¡Pero qué mierda!— exclamó el sapo sorprendido mientras se limpiaba los labios con el dorso de la mano.

—Tú tienes la culpa. Intenté explicarte la situación, pero no quisiste escucharme.— respondió Samantha mientras se encogía de hombros.

—¿Explicarme qué?

—Aquiles nunca habría podido atacarme.

—¿Y eso por qué?—preguntó Trevor con el ceño fruncido, pero visiblemente más confundido y menos furioso que minutos antes.

—Porque, señor sapo inteligente, como tus labios habrán podido comprobar, él es gay.

Ante esa respuesta, el sapo se desinfló.

—En realidad, muy gay— escuchó una voz proveniente del suelo.

—¿Tú?—se sobresaltó Trevor— ¿No estabas...

—¿Desmayado? No, hombre.— respondió Aquiles mientras se paraba del suelo.— Aunque no lo creas, hace falta más que un golpe para derribarme.

—¡Me asustaste, idiota!—la princesa jaló su camisa mientras ponía su habitual puchero de molestia y preocupación.

—Lo siento por eso, Samy.—la calmó el revitalizado príncipe.

—Entonces, cuando estabas tirado, ¿por qué...

—Bueno, no siempre tengo la oportunidad de conocer y besar a chicos así de guapos en nuestro primer encuentro, si sabes a lo que me refiero— Aquiles le dedicó su famosa sonrisa encantadora de serpientes y le guiñó un ojo de manera juguetona.

—Oh, por dios. Esto gano por preocuparme— gruñó el sapo con molestia.

—No puede ser, ¿estabas preocupado por mí?— preguntó Samantha con obvias intenciones de molestar al ya incómodo sapo.

—Primera y última vez— respondió Trevor mientras se erguía y acomodaba el cuello torcido de su camisa.

—Pero no te molestes, guapo, aún podemos divertirnos los tres, o los dos, por si lo prefieres— ofreció Aquiles con sensualidad contenida.

Trevor lo miró alarmado ante la descarada proposición.

—Hazle caso, es muy bueno con las manos, según lo que me contaron—continuó Samantha, con voz tan tranquila como si estuviera hablando del clima y no de una atrevida propuesta indecente.

—Como dicen, Dios los crea y ellos se juntan— murmuró.

—¿Qué?— preguntaron Samantha y Aquiles al unísono.

—Que sigan en lo que estaban. Los dos son tal para cual— finalizó Trevor meneando la cabeza con resignación.

Salió de la habitación de forma rápida, ante la mirada divertida de los príncipes. Pero volvió en cuestión de segundos.

—Y esta puerta— habló mientras la abría por completo y le ponía un botín para que no se mueva—Se mantiene abierta. Hablo en serio.— culminó mientras los miraba a ambos, retándolos a que lo contradijeran.




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