Momentos después apareció Baldric Beasley en la entrada principal del establecimiento. Escoltaba a Rita Fox, a quien llevaba esposada.
—¿Todo en orden? —preguntó el recién llegado.
—Por supuesto, jefe Beasley —respondió Tobias entusiasmado, y llevó su mano derecha a su frente en la forma de un saludo estilo militar.
—De acuerdo. Vámonos. Tenemos muchas cosas que hacer todavía —indicó.
Edward y Tobias acataron la orden de Baldric Beasley, así como los gendarmes que había asignado para que les ayudaran, y entonces se dirigieron al autwagen policial. Este era un vehículo de color azul marino muy oscuro, en cuyos costados se encontraban las iniciales «KPI» [11] y el número 001. La parte trasera era amplia, similar a la de un vagón de carga, y dentro había algunas bancas y un armario de metal.
Subieron a Rita a la parte trasera de dicho vehículo, acompañada de Baldric Beasley, Edward y Tobias y Phil y Clark. El resto de las cortesanas, movidas por la curiosidad de los acontecimientos recientes, se acercaron al lugar de los hechos y, al ver a su compañera llevada presa por los oficiales, comenzaron de inmediato a lanzar burlas hacia ella, e incluso algunas expresaron su regocijo por su infortunada situación.
Rita tan sólo les dedicó una mirada indignada que expresaba deseos de retribución y venganzadeseaba llevar a cabo en cuanto le fuera posible.
—¿A la estación de policía, jefe Beasley? —preguntó el conductor de la unidad.
—Todavía no, Calvin; primero, quiero hacerle unas preguntas a nuestra sospechosa.
—De acuerdo, señor.
—Bien, Rita Fox, díganos, ¿dónde está su hermano? —comenzó Baldric Beasley con el interrogatorio.
—Jamás se los diré —respondió ella.
—Entonces jamás saldrá de la prisión —aseguró.
—Eso poco me interesa. Estaré mejor allá que libre y en este muladar.
—Ah, no, pero no será cualquier prisión, por supuesto que no. ¿Ha escuchado usted sobre «Schvarckhullch»?
—¿Intenta asustarme, señor Beasley? No temo a sus amenazas.
—Y yo no temo arrojarla en ese hueco olvidado por la piedad y la misericordia —amenazó.
—No tiene el poder para hacerlo.
—¿Ve esta placa? —mostró Baldric una placa de metal con algunos símbolos grabados sobre ella que se encontraba prendida dentro de su abrigo—. Es un emblema real. El mismo rey de Couland me la entregó en persona. Con ella, me concedió autoridad como juez, jurado y verdugo. Si lo deseo, puedo hacer que la envíen a ese recinto del que sólo podrá salir en una bolsa de tela. Puedo echarte allí, a los perros que lo habitan, tan sólo por el simple cargo de obstrucción a la justicia. No habrá juicio, no habrá fianza, ni arreglos. Además, ¿sabe lo que les hacen a las mujeres como usted en ese sitio? —preguntó con un poco de malicia y una sonrisa pequeña en su rostro, y sujetó la barbilla de Rita con su mano derecha sin perder de vista sus ojos ni un instante.
Aunque en un principio ella no creía en las palabras del jefe Beasley, podía notarse en su horrorizada expresión el pavor que le provocaba la idea de pasar su vida en el considerado recinto más peligroso de todo Couland. Había escuchado relatos de aquellos que, por obra milagrosa, habían logrado salir, y que durante un breve espacio de tiempo conoció en el barrio marginal donde ejercía su labor. Ellos ingresaron como personas comunes y corrientes, en su más sano juicio y en total plenitud de sus capacidades físicas mentales, y la forma en la que salían era la de meros esqueletos desquiciados, marcados por el resto de sus cortas vidas por los horrores que vivieron en ese agujero.
Tan sólo de imaginar que sus circunstancias podrían ser peor que las de cualquier otro que haya purgado una condena en ese lugar, en particular debido a tratarse de una mujer de la calle, hacía que su piel se erizara de miedo. Baldric, quien notó en ella esa reacción, intuyó que no dudaría en cooperar; aun así, mantuvo la calma, y esperó que ella fuera la que diera el primer paso.
Sin embargo, ella era astuta, pues percibió que el buen jefe Beasley esperaba que se dejara vencer y cediera a sus tácticas, por lo que mudó su expresión asustada y sonrió desafiante.
—No crea que me asusta con sus juegos —respondió.
—Jefe Beasley, ella no va a hablar. No tendrá el valor de delatar a su hermano —declaró Tobias.