Silencio. Una respuesta válida para muchas situaciones. Un momento de silencio puede reflejar tantas emociones como un millar de palabras.
Esa fue la respuesta que Edward dio ante la noticia de la muerte de su amado abuelo. Sumado a esto su rostro descompuesto y sus ojos azules como un océano a punto de derramarse indicaban la pena que afligía al muchacho al enterarse de tan oscuras nuevas.
—Edward, si deseas hablar… —dijo su padre luego de colocar su mano sobre el hombro de su hijo.
—Estoy bien —interrumpió Edward con su mano sobre la de su padre, y procedió a encontrar sus ojos con los suyos—; era algo que desde hace tiempo se había previsto, pero no por ello deja de ser lamentable —masculló afligido, y luego bajó su mirada mientras una lágrima se escapaba por su ojo izquierdo, gesto que le hizo acreedor a otro abrazo por parte de su padre, y después de su madre—. Supongo que, debido a mi condición, no podré asistir al bongerfeuer.
—Lo lamento, hijo —respondió severo el señor Everwood.
—Deberás pasar la noche en observación —aclaró Arthur—. Si todo marcha bien, podrás retirarte por la mañana; sin embargo, recomiendo que mantengas reposo absoluto en casa durante los siguientes días.
—De acuerdo —habló Edward con resignación.
—Por ahora, debemos llevar a cabo algunas pruebas para monitorear tu condición de salud. ¿Puedes levantarte o incorporarte por tu cuenta?
—No consigo que mi cuerpo responda bien a mis órdenes —explicó consternado, y lo demostró con movimientos lentos y débiles de sus extremidades ante la afligida mirada de sus familiares.
Arthur percibió esto como una señal de alerta, por lo que procedió a llamar a una enfermera y un colega médico para que le llevasen una silla de ruedas y le ayudasen a cargar a su hermano.
Efectuadas las pruebas que por lo general le eran llevadas a cabo, fue trasladado de vuelta a su habitación donde permaneció en compañía de sus padres.
—Padre, señora Everwood, tenemos los resultados de Edward —anunció Arthur en el momento en que ingresó por la puerta de la habitación. Su cara mostraba resignación con evidente rastro de pesadumbre, mismo que Edward percibió.
Arthur exhaló con fuerza, abrió el sobre amarillo y extrajo de este un documento y una lámina.
—No son alentadores —recalcó, como si existiese una verdadera necesidad de recordarlo—. Las imágenes en la lámina indican un incremento en el área dañada, mucho mayor a la mostrada hace tan sólo una semana durante su análisis mensual de rutina. Su evolución es demasiado acelerada. Si su progreso continúa de esa forma, me temo que el fin de sus días llegará pronto. Conforme avancen los días, sus síntomas empeorarán. Ciertas áreas de su cerebro se muestran con daño severo según podemos ver en estas imágenes —señaló a las láminas—, zonas cruciales en lo que respecta a los aspectos motrices y otras funciones del cuerpo; debido a ello existe la posibilidad que sufra de pérdida de movilidad en las extremidades, pérdida del habla y tal vez de otras habilidades cognitivas con frecuencia. Es el pronóstico para nuestro hermano —concluyó al tiempo que meneaba su cabeza de lado a lado en aflicción—. Lamento no poder ser portavoz de mejores noticias —añadió compungido.
—Lo entendemos —añadió el señor Everwood, cuyos ojos comenzaban a lagrimear un poco, y abrazó a su esposa, quien se mostraba afectada por la noticia, con la intención de ofrecerle consuelo.
Edward, por su parte, les observaba con rostro afligido, pero en su corazón se encontraba lleno de remordimientos. Comprendía que, con toda probabilidad, su experimento había sido un factor primordial para que su mal empeorase. De nueva cuenta, aunque sin ninguna intención en ello, era el causante de su propio sufrimiento, y esto abrumaba por completo su entero ser.
Horas después, cuando el horario de visita terminó, partió el matrimonio Everwood de regreso a casa, y Edward quedó en manos de Arthur, quien permaneció a su lado esa noche.
Durante el transcurso de esa noche no se presentaron demasiados efectos negativos de su enfermedad, con la salvedad del dolor que persistió en intensidad y frecuencia y la dificultad de movilidad. Debido a ello, el mayor de los Everwood prescribió a su hermano el menor un nuevo fármaco inyectable que debía recibir con mayor frecuencia, pero en dosis menores.
Llegado el día siguiente, los Everwood volvieron al hospital a recoger a su hijo, a quien llevaron de regreso a casa con una nueva dotación de medicina.
De vuelta en su hogar, los Everwood culminaron de hacer sus preparativos para partir rumbo a Bigrort Traebaum y de esta forma llevar a cabo el bongerfeuer del abuelo Scott. Sólo Charles y Diana, además de alguno que otro sirviente, serían quienes les harían compañía en su trayecto. Edward, por su parte, quedó bajo el cuidado de Robert, quien se encargaría de atender todas sus necesidades durante los días que durase el proceso funerario.