El aludido era un hombre cuya edad era cercana, o quizás un poco mayor, a la del señor Everwood. Su cuerpo era de talle alto y esbelto, mas no por ello se veía escuálido, sino que era más bien fornido y atlético. Su cabello oscuro estaba teñido por algunas canas, lo que le otorgaba un aspecto de reverencia y sabiduría. Tenía bigote, una barba espesa, y usaba gafas pequeñas de cristal. Su vestimenta se conformaba de prendas de color oscuro, una camisa en color amarillo claro, chaleco y pantalones de color gris con una corbata en color negro. En su cabeza usaba un sombrero de copa y en la mano derecha llevaba un largo bastón negro cuya empuñadura tenía la forma de una cabeza de león, lo que provocó que el joven Tyler, quien era conocido por su actitud valiente e intrépida, se sintiera intimidado y retrocediera un paso hacia atrás.
El recién llegado se quitó su sombrero de copa e hizo una reverencia.
—Mi nombre es Ira Rott, para servirles —se presentó.
—Buen día tenga usted, señor Rott —tomó la delantera en presentarse el señor Everwood—. Mi nombre es Zachariah Everwood.
—Mucho gusto, señor Everwood —saludó el señor Rott a la vez que estrechaba su mano con firmeza y convicción—. He de suponer que usted es el padre del joven Edward Everwood.
—En efecto —respondió.
—A propósito, ¿se encuentra él aquí en este momento? Tengo intenciones de conversar con él.
—¿Bajo qué motivo desea usted ver a mi hijo?
—Es un asunto de carácter privado, pero permítame decirle que está relacionado con una posesión material que, con toda franqueza de expresión, puedo asegurar que se encuentra entre las pertenencias de su hijo.
—¿Cómo está tan seguro de que él posee aquello de lo que usted hace referencia?
—Digamos que una persona cercana a él y a su familia hizo mención con respecto a dicho artículo, y dejó en evidencia de que se encontraba en posesión de dicho artículo.
—Espero que pueda ser un poco más claro con respecto a aquello que usted intenta decirme —solicitó el señor Everwood, quien buscaba llegar hasta el fondo de dicha situación y averiguar la razón del por qué su propio hijo estaba implicado en ella.
—Con mucho gusto se lo explicaré. Verá usted, señor Everwood, soy un coleccionista de artículos antiguos, en especial aquellos relacionados al célebre personaje de Couland, el científico e inventor Hausner Reutter, y su legendario tesoro.
»Hace poco tiempo tuve el placer de conversar con una persona cercana a ustedes, el señor Cornwall Scott. Nuestra conversación giraba en torno a un artefacto de intrincado diseño, objeto que él mismo declaró se encontraba entre sus pertenencias y que después cedió como obsequio a su nieto, a quién se refería como el «pequeño Eddie».
La sola mención del abuelo Scott capturó sobremanera la atención de Edward, evidente debido a que miraba a Ira Rott como si su vida se fuese a escapar de su cuerpo. Ira Rott percibió la reacción del muchacho y dilucidó que era él a quien había ido a buscar; sin embargo, para poder conversar con Edward debía sobrepasar al señor Everwood y su protección.
—Esto sí que es interesante; un cazador de tesoros de visita en nuestra morada —respondió de una forma que sonaba como a mofa—. Lo lamento, señor Rott, pero si el abuelo Scott le habló al respecto de dicho tema, con toda probabilidad debió tratarse de una broma o de un producto de su fértil imaginación afectada, quizá, por la enfermedad que le afligía.
—De hecho —interrumpió Edward, y todas las miradas se dirigieron hacia él, lo que provocó en su persona un poco de tensión y nerviosismo—, el señor Rott tiene razón.
—Edward… —habló el señor Everwood, con la sorpresa dibujada en su rostro.
—Así que usted es el «pequeño Eddie» —expresó el hombre un tanto sorprendido—. Mucho gusto en conocerle, joven Everwood —saludó y extendió su mano para estrecharla con la de Edward.
—Edward, hijo, ¿a qué se refieren? ¿Es verdad que han encontrado el tesoro de Reutter? —interrogó el señor Everwood.
—Sucedió esta mañana, en el parque Starerne. Encontramos un indicio dentro de la caja rompecabezas que el abuelo me dio de regalo la última vez que lo visitamos. Además, dentro de la caja encontré esto —respondió, entonces hurgó en uno de los bolsillos de su chaqueta y extrajo de este la pieza de rompecabezas.