Fernando
La vi romperse en mis brazos. Valentina, tan fuerte y decidida, estaba ahora en mis brazos, completamente desmoronada. Su cuerpo temblaba por los sollozos, y yo solo podía sostenerla, incapaz de hacer otra cosa que ofrecerle el consuelo de mi presencia. Cada lágrima que caía de sus ojos era como un golpe en mi pecho. Había visto a Valentina enfrentar muchas cosas, pero nada se comparaba con el dolor que estaba experimentando ahora.
Me aferré a ella con fuerza, susurrando palabras que apenas lograban salir de mis labios. "Estoy aquí, mi amor... todo va a estar bien." Pero en el fondo, sabía que esas palabras sonaban vacías en ese momento. Nada podía hacer que el dolor desapareciera, y yo me sentía impotente. Mi única preocupación era mantenerla cerca, protegerla del mundo exterior, aunque sabía que había cosas de las que no podía protegerla.
De repente, sentí cómo se tensaba, como si algo dentro de ella cambiara. Sus sollozos disminuyeron, y antes de que pudiera darme cuenta, se apartó de mis brazos. La miré, sorprendido, mientras se alejaba de mí. Había algo en su mirada, una determinación fría que no había visto antes.
—Valentina... —traté de llamarla, pero ella no me miró. Sus ojos estaban fijos en una sola cosa: Cameron, el jefe de seguridad.
Sin decir nada, caminó decidida hacia él, dejando atrás su tristeza, reemplazada por algo más oscuro. La seguí de cerca, sin saber qué iba a hacer, pero sabiendo que no podía dejarla sola en ese estado. Valentina no era alguien que se quedara quieta ante la adversidad, y ahora, con la muerte de su padre, era como si hubiera encontrado un propósito en medio de su dolor.
—Cameron —dijo, su voz firme pero quebrada, cuando llegó a él. El hombre la miró, con una mezcla de respeto y precaución.
—Señorita Valentina, lo siento mucho por su pérdida. Su padre era un gran hombre.
—¿Quién lo hizo? —preguntó Valentina, ignorando sus palabras de consuelo. Su tono era directo, cortante. No había espacio para el luto en este momento, solo para la verdad.
Cameron frunció el ceño, pero no respondió de inmediato. Se quedó en silencio por un momento, y pude ver cómo Valentina apretaba los puños, perdiendo la paciencia.
—Te hice una pregunta —repitió ella, su voz un poco más alta, la desesperación mezclada con la rabia.
Me acerqué, aunque mantuve cierta distancia. Sabía que este era su momento, su forma de lidiar con el dolor, pero no podía evitar sentirme inquieto. Cameron era un hombre que siempre tenía respuestas, y ver su vacilación me preocupaba.
Finalmente, Cameron suspiró, bajando la mirada por un breve segundo antes de enfrentarla nuevamente.
—Señorita... no estamos seguros aún. Estamos investigando, pero el atentado fue profesional, no fue un ataque común.
Valentina dio un paso más hacia él, sus ojos llenos de una furia que nunca antes había visto.
—No me vengas con excusas. ¡Quiero nombres! —gritó, y en ese momento supe que no había nada que pudiera detenerla.
Cameron mantuvo su compostura, pero sus ojos revelaban que sabía más de lo que estaba dispuesto a compartir en ese instante.
—Hay sospechas, pero hasta que no confirmemos, no puedo decir más. No quiero darle información equivocada —respondió con un tono tranquilo, aunque era evidente que Valentina no estaba satisfecha con esa respuesta.
Vi cómo su cuerpo temblaba, no de tristeza esta vez, sino de pura rabia contenida. Di un paso adelante, acercándome lentamente a ella. Sabía que este no era el momento adecuado para intervenir, pero tampoco podía permitir que se hundiera en la desesperación.
—Valentina —murmuré, acercándome lo suficiente para que solo ella me escuchara—. Lo descubriremos, pero no puedes dejar que esto te consuma.
Ella me miró por un instante, sus ojos llenos de dolor y una determinación implacable. Sabía que no había nada que pudiera decir para cambiar lo que sentía, pero tenía que intentarlo.
Cameron, por su parte, se mantuvo firme.
—Le prometo, valentina que no descansaremos hasta encontrar a los responsables. Su padre merece justicia, y la tendrá.
Pero Valentina no parecía convencida. Sabía que las palabras no eran suficientes. Necesitaba respuestas. Y, por el brillo en sus ojos, supe que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para obtenerlas.
El día del entierro de Emilio fue sombrío y cargado de emociones. La atmósfera estaba impregnada de tristeza y respeto, y mientras caminábamos detrás del ataúd, podía sentir el peso del dolor que todos estábamos cargando. Valentina caminaba a mi lado, su rostro pálido y sus ojos vidriosos, pero con una dignidad y determinación que no podían pasar desapercibidas. Sabía que la pérdida de su padre la había afectado profundamente, y sentía la presión de estar a su lado en este difícil momento.
La ceremonia fue breve pero conmovedora, llena de palabras de despedida y promesas de recordar a Emilio con cariño. Después del sepelio, me aseguré de que Valentina estuviera lo más cómoda posible en el coche, mientras nos dirigíamos hacia mi casa. Quería que ella tuviera un lugar seguro para descansar, alejada de la presión y la tristeza que habían llenado los últimos días.