Efecto Cura

Capítulo 2♤

Veinte minutos atrás.

—¡Mamá! —grité, con la vista borrosa por las lágrimas y el humo.

—¡Madeline , corre lejos de aquí! —escuché su voz entre la neblina, no estaba tan lejos.

—¡No me iré sin ti! —seguí avanzando, con la pistola en alto, temblando.

El aire era denso. Ya no oía su respiración... solo gruñidos.

—¿Mamá...? —susurré.

Mis pasos eran lentos calculados, casi sin hacer ruido. La niebla comenzaba a disiparse con cada paso, revelando una figura entre las sombras: era una mujer.

—¿Mamá?...

—Madeline ... —Su voz era apenas un hilo, pero era ella.

El corazón se me encogió. La mujer que me dio la vida tenía las venas marcadas, alteradas como ramas negras bajo la piel. Sus ojos, opacos, vacíos... ya no eran los de mi madre.

—Mamá... —susurré, queriendo acercarme, aunque sabía que era peligroso. Pero... ¿cómo alejarme de ella?

De pronto, un estruendo cerca de nosotras me sacudió. Un zumbido me llenó los oídos mientras una nube de polvo se alzaba entre nosotras.

—¿Madeline ?—una voz distinta me jaló al presente.

Me giré y vi a Dulce, acompañada por la mujer rubia. En busca de aquel disparo analizo a cada uno de ellas y el disparo no le dio a ninguna.

—Si bajas el arma —murmura Dulce con voz serena— te explicaremos todo. Qué pasó... y por qué te hemos traído aquí.

—Pueden hablar, todavía no les tengo la pistola metida en la boca —digo con firmeza.

Arrastro una de las sillas cercanas, la coloco frente a mí y, sin miramientos, la pateo hacia ellas.

—Sientate.

—No puedo creer que esté obedeciendo a una mocosa —espetó la rubia, irritada.

—Esta mocosa tiene un arma y le importa una mierda tu vida, así que coopera, mamita.

A regañadientes, Dulce se sienta. A pesar de la tensión, la mujer detrás del escritorio permanece serena. Inmutable. Como si ya esperara esto.

—Hablen —digo, apuntando con la pistola a Dulce—. Tú primero.

—Estás en el Centro de Investigaciones y Defensa Phaedra. La mujer detrás del escritorio es nuestra líder, Agatha —responde Dulce, sin titubear.

Agatha asiente apenas, sin perder esa mirada tranquila que no logro descifrar.

—Te trajimos porque, como viste en el registro, eres buena con las armas. Tenemos muchos que lo son, pero necesitamos también expertos en sistemas. Gente que pueda hacer más que disparar.

—Habla sobre eso de Omega-3 V, ¿qué carajo es?

—Omega-3 V es considerado un fenómeno científico; otros lo toman como una corporación, nadie tiene una definición exacta —explica con calma.

—¿Y para ustedes qué es? —cuestiono, sin apartar la mirada.

—Aquí lo conocemos como una bala perdida: donde pegue, lo hará fuerte... sin piedad para nadie

—responde Agatha, inclinándose en el sillón.

—¿Y si no me quedo? —pregunto, sin bajar la pistola.

—Te enfrentarás a algo que no conoces, allá afuera, más allá de estos muros —dice, abriendo los brazos, apoyando los codos sobre el escritorio con solemnidad.

Respiro hondo.

—Me quedo.

—Entonces ayudarás a reunir más personas del exterior. Gente que aún podemos salvar de ese maldito virus —añade Dulce con un tono animado, casi esperanzador.

Agatha se levanta con elegancia, las manos entrelazadas detrás de la espalda.

—Quiero toda la información posible —declaro al fin, bajando el arma—. Pero si voy a tener supervisión... que no sea ella.

Hablo claro apuntando hacia la rubia. Dulce asiente, y Agatha también.

—Dulce se encargará de lo que necesites —responde la líder—. Pero tú también seguirás sus instrucciones, si determina que algo es riesgoso o va contra lo establecido.

Le pongo el seguro del arma, la guardo en la parte trasera del pantalón y me acerco a Dulce. Le extiendo la mano. Ella la toma y me da un apretón firme.

—Bien. Fuera de aquí —ordena Agatha mientras vuelve a sentarse.

La rubia no dice una palabra. Abre la puerta y se va primero. Me quedo con Dulce.

—Vamos. Te mostraré el lugar y dónde dormirás —se levanta de la sila se acerca a mi golpeándome el hombro, antes de salir.

La sigo. Frente a nosotras hay una serie de tiendas improvisadas. Algunas todavía conservan lo que solían vender: ropa, comida. Otras están ocupadas por personas, haciendo cosas que no termino de entender.

Se detiene frente a las escaleras y señala al frente.

—Allá están las habitaciones de los superiores. No te confíes, todas lucen iguales. Es a propósito, para poder movernos mejor en caso de un incidente... que aún no ha ocurrido.

—Entiendo —respondo, sin quitarle la vista.

—La tuya es la que parece más "organizada"—mencionó, marcando comillas en el aire con los dedos—. Justo al frente están las zonas de almacenamiento: alimentos, municiones, armas

Añade mientras empezamos a bajar las escaleras. Antes de llegar al primer piso, levanta la mano y señala hacia el lado derecho, en dirección a un segundo nivel.

—Ahí está la oficina. Y al fondo, justo antes de llegar, está el área donde comemos.

—¿El comedor? —enarco una ceja.

—Le decimos asi para sentirnos en familia tu entiendes —alegó.

Asiento en silencio, memorizando el recorrido.

El lugar apenas tiene dos pisos. Al llegar al primero, veo más locales.

—Estas son las habitaciones. También hay un área para bebés y embarazadas. Y al fondo... —señala detrás de las escaleras— es donde fabricamos las armas Blancas.

—¿Dónde entrenan? —pregunto. Eso es lo segundo más importante para mí.

—Calma, para allá vamos —responde con una sonrisa torcida. Pasamos por una tienda vieja de celulares. Me detengo.

—¿Intentaron buscar señal?

—Lo intentamos... o bueno, algunos lo hicieron —su tono cambia, dudoso. No suena convencida.

Seguimos caminando, rumbo a la zona de entrenamiento. A juzgar por la amplitud del lugar, debió ser una tienda de ropa antes del colapso. Ahora, gracias al esfuerzo de muchos, sirve como área de combate improvisada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.